La nueva filosof¨ªa moscovita
No tengo ning¨²n reparo en unir mi humilde voz al coro de los que ensalzan la figura de Gorbachov como el art¨ªfice de una nueva era del mundo. Si no hubiera sido por su osad¨ªa, o por su incompetencia, millones de personas que hoy gozan de libertad y se esperanzan con la promesa del desarrollo seguir¨ªan sometidas a reg¨ªmenes totalitarios basados sobre la criminalidad y la demagogia. Pero, en contra de la generalizada opini¨®n que le presenta como un reformador, pienso m¨¢s bien que se ha comportado como un verdadero e inconsecuente destructor de sus propios sue?os. Su perestroika (cambio con reconstrucci¨®n) ha constituido todo un fracaso, y es dif¨ªcil encontrar precedentes de alguien que en tan poco tiempo haya sido capaz de demoler tanta historia. De modo y manera que la buena noticia de la incipiente construcci¨®n democr¨¢tica que se aventura en la Comunidad de Estados Independientes debe ser puesta en cuarentena por el momento. No es el fruto de ninguna transici¨®n ni el corolario de un programa, sino la consecuencia del azar: una mezcla de la necedad de algunos, la brutalidad de otros y el oportunismo de no pocos. Y, aunque el azar forme parte de la naturaleza del mundo, conviene prevenirse sobre los previsibles perjuicios que de ordinario ocasiona.La sociolog¨ªa pol¨ªtica tiende a suponer que un pa¨ªs desarrollado es aquel capaz de controlar y orientar los cambios que experimenta. Est¨¢ claro que siete d¨¦cadas de comunismo en la Uni¨®n Sovi¨¦tica no han servido para nada ni remotamente parecido. Los dirigentes occidentales, acostumbrados a juzgar lo que pasaba en el Este por los informes de la CIA y las novelas de Le Carr¨¦, deber¨ªan haber buceado un poco m¨¢s en las lecturas de Tolst¨®i y Dostoievski. Todav¨ªa siguen siendo verdad las pulsiones autodestructivas del alma eslava y ese regusto por la propia conmiseraci¨®n de uno mismo que tan buenos frutos ha dado en la literatura y tan pobres resultados en la planificaci¨®n econ¨®mica. As¨ª, entre los muchos fracasos del comunismo sovi¨¦tico quedar¨¢ inscrito el de su incapacidad para promover una verdadera modernizaci¨®n del pa¨ªs. En realidad, la persecuci¨®n de las vanguardias por el r¨¦gimen -cuando tanto hab¨ªan ayudado las vanguardias culturales a promover la imagen y el triunfo de la revoluci¨®n bolchevique ten¨ªa ya su ominosa denuncia, en el arrinconamiento de Kandinski en los salones del Ermitage en Petrogrado -o Leningrado, o San Petersburgo-. Hechos como ¨¦se -algo en lo que Cuba no quiso imitar a la dictadura sovi¨¦tica- hablaban ya por s¨ª solos del car¨¢cter intelectualmente fan¨¢tico de un sistema al que la izquierda europea se empe?aba, cuando menos, en "guardar un respeto", aunque lo criticara. Y explican, de paso, el estupor social y la desorientaci¨®n colectiva que los sucesos de Eurasia est¨¢n generando entre su propia poblaci¨®n.
Quiz¨¢ s¨®lo aceptando esa manera de ser -entre el vodka y la l¨¢grima- que agita los sentimientos literarios del pueblo ruso pueden entenderse algunos de los pronunciamientos recientes y de las propuestas que un personaje tan escasamente atractivo como Bor¨ªs Yeltsin viene haciendo en los ¨²ltimos d¨ªas. Pero, por m¨¢s buena voluntad que se ponga en el caso, la audaz sugerencia de incluir a Rusia y su potencial nuclear entre los pa¨ªses miembros de la OTAN suena del todo incomprensible, salvo que sea considerada ¨²nicamente como un lamento m¨¢s de la balalaika. Y no puedo comulgar con la suposici¨®n de que la mejor manera de vigilar el poder at¨®mico de la CEI sea incorporarlo al de la alianza occidental.
Es m¨¢s que improbable que la desaparici¨®n del imperio sovi¨¦tico como segunda potencia mundial pueda ser sustituida, casi de la noche a la ma?ana, por una Federaci¨®n Rusa titular de las cabezas nucleares y l¨ªder de una especie de agrupaci¨®n de Estados sobre cuyo futuro caben toda clase de irremediables dudas. En realidad, el equilibrio mundial, m¨¢s o menos inestable, sellado en Postdam y Yalta ha saltado tan hecho pedazos que los deseos incontrolables de Yeltsin por ser el sucesor de sus antiguos camaradas y jefes de partido en la utilizaci¨®n del derecho de veto en la ONU y sus esfuerzos por homologarse a toda costa con las potencias europeas sonar¨ªan rid¨ªculos si no ocultaran actitudes de una extrema peligrosidad para la paz del mundo. Pero ser¨ªa injusto culpar s¨®lo a la ex Uni¨®n S¨®vi¨¦tica y a sus actuales y antiguos l¨ªderes de la confusi¨®n reinante. Baste poner el ejemplo de que dos de las primeras potencias econ¨®micas del mundo, Jap¨®n y Alemania, no reciben oficialmente la consideraci¨®n de grandes que se autoadjudicaron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Las instituciones internacionales como la ONU o la Conferencia sobre Seguridad y Cooperaci¨®n en Europa se est¨¢n mostrando tan ajenas en su estructura a la realidad que pretenden representar que s¨®lo con muchas dificultades pueden ser ¨²tiles a la hora de definir eso que se llama el nuevo orden mundial.
En esas circunstancias, la Comunidad Europea sigue siendo una de las pocas estructuras fiables en el terreno internacional. De su cohesi¨®n pr¨¢ctica y de su adhesi¨®n inequ¨ªvoca a los criterios democr¨¢ticos y a la cultura que los engendr¨® depende en gran medida el devenir del mundo en los a?os m¨¢s pr¨®ximos. Aqu¨¦l ha de estar marcado por una nueva forma todav¨ªa desconocida de disuasi¨®n nuclear, y por una redistribuci¨®n internacional del poder. El auge del fundamentalismo en los pa¨ªses isl¨¢micos y el acrecentamiento de las tensiones y diferencias internas en los de Am¨¦rica Latina son otras malas noticias a?adidas a los planes de redefinici¨®n de ese nuevo orden. El liderazgo americano parece s¨®lo eficaz en el empleo de la fuerza, y la persistente recesi¨®n econ¨®mica en Occidente contribuye a ensombrecer los pron¨®sticos m¨¢s inmediatos. Pero tambi¨¦n hay motivos para el optimismo: todav¨ªa palestinos e israel¨ªes tienen una oportunidad de negociar, y el r¨¦gimen racista de ?frica del Sur avanza en su transformaci¨®n hacia una democracia sin exclusiones.
En estas circunstancias, las l¨¢grimas vertidas sobre Gorbachov por las pla?ideras occidentales deben ser enjugadas cuanto antes, si queremos ponernos a trabajar. En realidad, el balance de su gesti¨®n s¨®lo puede considerarse brillante si se entiende que, gracias a la debilidad de la Uni¨®n Sovi¨¦tica que ¨¦l presidi¨®, Alemania se ha reunificado, los pa¨ªses sat¨¦lites del este de Europa se han liberado de las tropas invasoras y las rep¨²blicas del B¨¢ltico han recuperado su identidad nacional. Mientras tanto, Georgia y Yugoslavia agonizan en medio de verdaderas guerras civiles, el hambre se extiende por el antiguo imperio moscovita, proliferan los gobiernos y los ej¨¦rcitos en poder del arma nuclear y crece la inestabilidad pol¨ªtica en las antiguas rep¨²blicas que conformaron la Uni¨®n. De los objetivos que persegu¨ªa Mija¨ªl Gorbachov, un comunista que todav¨ªa ten¨ªa arrestos para defender la decencia y honestidad moral de la gran mayor¨ªa de sus camaradas despu¨¦s del golpe frustrado de agosto, no queda en pie ni uno. Ni siquiera la bandera y el emblema a los que ha servido durante toda su vida.
Viacheslav Pietsuj, en una novela (*) que recomiendo leer a todo el que quiera entender el ¨¢mbito dom¨¦stico y la condici¨®n social que han definido durante d¨¦cadas los frutos de la Revoluci¨®n de Octubre, reproduce un di¨¢logo absolutamente esclarecedor:
"-Lo principal de todo [dice uno de los protagonistas de la historia] es que a nuestra sociedad le haya cabido en suerte la misi¨®n de construir la sociedad moral del futuro. ?sta es, en mi opini¨®n, la nueva filosof¨ªa moscovita.
-?Y cu¨¢l es la antigua filosof¨ªa moscovita?
-La antigua es el chaadaievismo: es decir, que de Rusia no ha salido, ni saldr¨¢ nunca, nada bueno".
Para terminar espetando el mismo personaje: "En general, es una gran equivocaci¨®n la que se comete hoy d¨ªa cuando el hombre prefiere a veces la libertad al pan".
?sta es la duda en la que se debaten hoy millones de personas que durante generaciones se han esforzado en la construcci¨®n del hombre nuevo del marxismo. En la resoluci¨®n de la misma, los pa¨ªses occidentales, propietarios a un tiempo de la libertad y del pan, tienen desde luego un papel primordial que desempe?ar. No estoy seguro, sin embargo, de que las sociedades que la integran -incluida la nuestra- hayan asumido los sacrificios materiales y la reflexi¨®n moral que se derivan de un cometido de ese g¨¦nero. Pero s¨®lo si se garantiza que los pueblos de la Comunidad de Estados Independientes est¨¢n bien alimentados y son titulares, como nosotros, de derechos civiles podremos despejar, en gran parte, del horizonte la amenaza y el fantasma de la guerra.
(*)La nueva filosof¨ªa moscovita, Editorial Alfaguara. Madrid, 1991.
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