Cabezazos con la Madre Patria
Estuve tres semanas en el Per¨² por el fin de a?o y encontr¨¦ a mis compatriotas muy enojados con la Madre Patria porque grupos de turistas peruanos hab¨ªan sido devueltos a Lima desde el aeropuerto de Madrid sin mayores explicaciones. Pero el esc¨¢ndalo mayor ocurri¨® con 37 pasajeros a los que las autoridades francesas impidieron, en Charles de Gaulle, tomar la conexi¨®n a Espa?a y los regresaron al Per¨² de manera destemplada, alegando que segu¨ªan instrucciones de la polic¨ªa espa?ola. (Este episodio tuvo, al parecer, un complemento siniestro: una muchacha del grupo fue violada por los gendarmes).
El Per¨² es desde hace algunos a?os el pa¨ªs sudamericano del que emigran m¨¢s personas al extranjero, en busca de trabajo, seguridad o de unas oportunidades que su pa¨ªs no puede darles. Un porcentaje considerable de esos emigrantes son ilegales. En Venezuela, en Chile, en Estados Unidos, en Espa?a, miles de miles de peruanos limpian pisos, cocinan y cuidan ni?os para las familias de la clase media o trabajan de clandestinos en f¨¢bricas o granjas que no los registran en planillas. Algunos han formado bandas que asaltan casas, roban autos o desvalijan a distra¨ªdos viajeros en metros y autobuses; unos cuantos venden drogas, y un pu?adito recolecta fondos para Sendero Luminoso y publicita sus haza?as terroristas por el mundo.
Aunque la gran mayor¨ªa de aquellos emigrantes son gente limpia, que lucha con u?as y dientes para salir adelante (y, a veces, siendo explotada sin misericordia), no es su oscura gesta la que llega a los diarios y a la televisi¨®n, sino exclusivamente las acciones de los delincuentes, p¨ªcaros y narcos. Esto hace que, en muchos pa¨ªses, los peruanos seamos recibidos como la peste bub¨®nica. Y ¨¦sta es la raz¨®n por la que los aduaneros de la Madre Patria devuelven al Per¨² a muchos peruanos, sobre todo a aquellos que llegan mal vestidos y tienen cara de indios, negros, cholos o mulatos. En todo caso, lo reprobable no es que un pa¨ªs -Espa?a o cualquier otro tome precauciones para frenar la inmigraci¨®n ilegal; s¨ª, que mantenga la ficci¨®n de las fronteras abiertas cuando, en verdad, ya est¨¢n cerradas. Mejor exigir el visado de una vez y hacer la discriminaci¨®n all¨¢, en el consulado de Lima: as¨ª, los rechazados se ahorrar¨¢n el pasaje, el traj¨ªn y la ilusi¨®n.
Esto es lo que han hecho ya un buen n¨²mero de pa¨ªses europeos: Portugal, Francia, Holanda, B¨¦lgica, Luxemburgo. Y, sin duda, los dem¨¢s los ir¨¢n imitando. La inmigraci¨®n ilegal, los trabajadores clandestinos, es un tema de actualidad en Europa, donde algunos pa¨ªses viven una verdadera psicosis al respecto, alimentada y exacerbada por la oleada nacionalista, xen¨®foba y racista que se ha levantado y que, luego de la desintegraci¨®n del comunismo, amenaza convertirse, junto con los fundamentalismos religiosos, en el mayor desaf¨ªo inmediato para la cultura democr¨¢tica europea.
Hace un a?o fui invitado a dar una conferencia en La Haya. As¨ª descubr¨ª que los peruanos necesit¨¢bamos ahora el visado holand¨¦s. Despu¨¦s de hacer una cola de hora y media ante el consulado de Holanda en Londres, con efusivos et¨ªopes aspirantes a descargar barcos en los muelles de Rotterdam, un glacial funcionario me inform¨® que, para obtener un visado de 48 horas, un peruano deb¨ªa presentar, adem¨¢s de otras cosas, un pasaje de avi¨®n de regreso al Per¨². ?Y que deb¨ªa ser de club o de primera clase! Uno en econ¨®mica no val¨ªa. ?Por qu¨¦? Porque, presumo, para la imaginaci¨®n burocr¨¢tica, alguien que viaja en club o en primera tiene menos posibilidades de ser un potencial inmigrante clandestino, un narco o un terrorista. En ese instante supe que ya no tendr¨ªa muchas ocasiones de volver a ver los bellos Rembrandt del Reijmuseum y que Europa, el mundo, s¨¦ estaban volviendo una piel de zapa para los peruanos.
?Por qu¨¦, a ¨¦stos, la severidad de las autoridades de inmigraci¨®n holandesas, francesas o luxemburguesas les importa una higa y, en cambio, los llena de furor y espanto la de las espa?olas? Porque, en el fondo de su coraz¨®n, todos creen que a Espa?a s¨ª tienen un derecho a entrar, un derecho a exigir ser admitidos, un derecho moral e hist¨®rico, inquebrantable y antiqu¨ªsimo, que debe prevalecer sobre cualquier consideraci¨®n de coyuntura y que ninguna autoridad contempor¨¢nea espa?ola puede venir ahora a revocar.
Nadie lo ha dicho as¨ª, desde luego, que yo sepa, pero esto es lo que cualquier observador hubiera concluido de la virulencia emocional y la indignaci¨®n ¨¦tica que transpiraban las airadas reacciones de mis compatriotas ante los incidentes mencionados. Aqu¨¦llas iban desde el puro salvajismo -bombas en el consulado y en la residencia de la Embajada de Espa?a- hasta las protestas parlamentarias, pasando por incendiarios art¨ªculos y editoriales e incesantes chismograf¨ªas.
Previsiblemente, el blanco principal del furor peruanista no era -no es- el Gobierno espa?ol actual, ni siquiera mi buen amigo -y excelente diplom¨¢tico- el embajador N¨¢bor Garc¨ªa, sino Crist¨®bal Col¨®n, Francisco Pizarro, los conquistadores, la Inquisici¨®n, los destructores de idolatr¨ªas, etc¨¦tera. %0 sea, que ahora los hambrientos peruanos no podemos ir a asaltar turistas en las carreteras espa?olas?", la o¨ª protestar a una bella lime?a (de apellidos vasco y gallego). "?Pero los hambrientos espa?oles s¨ª pudieron venir a robarse nuestro oro y a violar a nuestras ?ustas?".
El r¨¦cord lo ha establecido el Colegio de Economistas del Per¨², exigiendo a la corona espa?ola reparaciones monetarias por el rescate que Atahualpa pag¨® a Pizarro, y que una comisi¨®n de historiadores y economistas ha calculado exactamente en 647 mil 74 millones de d¨®lares; esta bicoca, adem¨¢s, tendr¨ªa que venir acompa?ada de excusas p¨²blicas del Rey "por las iniquidades coloniales".
Quienes se indignan tan terriblemente por los cr¨ªmenes y crueldades de los conquistadores espa?oles contra los incas jam¨¢s se han indignado por los cr¨ªmenes y crueldades que cometieron los conquistadores incas contra los chancas, por ejemplo -que est¨¢n bien documentados-, o contra los dem¨¢s pueblos que colonizaron y sojuzgaron, ni contra las atrocidades que cometieron uno contra el otro Flu¨¢scar y Atahualpa, ni han derramado una l¨¢grima por los miles, o acaso cientos de miles (pues ninguna comisi¨®n de profesores universitarios se ha puesto a calcular cu¨¢ntos fueron), de indias e indios sacrificados a sus dioses en b¨¢rbaras ceremonias por incas, mayas, aztecas, chibchas o toltecas. Y, sin embargo, estoy seguro de que todos ellos estar¨ªan de acuerdo conmigo en reconocer que no se puede ser selectivo con la indignaci¨®n moral por lo pasado, que la crueldad hist¨®rica debe ser condenada en bloque, all¨ª donde aparezca, y que no es justo volear la conmiseraci¨®n hacia las v¨ªctimas de una sola cultura olvidando a las que esta misma provoc¨®.
No estoy en contra de que se recuerde que la llegada de los europeos a Am¨¦rica fue una gesta sangrienta, en la que se cometieron inexcusables bfutalidades contra los vencidos; pero s¨ª de que no se recuerde a la vez que remontar el r¨ªo del tiempo en la historia de cualquier pueblo conduce siempre a un espect¨¢culo feroz, a acciones que hoy nos abruman y horrorizan. Y de que se olvide que todo latinoamericano de nuestros d¨ªas, no importa qu¨¦ apellido tenga ni cu¨¢l sea el color de su piel, es un producto de aquella gesta, para bien y para mal.
Yo creo que sobre todo para bien. Porque aquellos hombres duros y brutales, codiciosos y fan¨¢ticos que fueron a Am¨¦rica -y cuyos nombres andan dispersos en las genealog¨ªas de innumerables latinoamericanos de hoy- llevaron consigo, adem¨¢s del hambre de riquezas y la
implacable cruz, una cultura que desde entonces es tambi¨¦n la nuestra. Una cultura que, por ejemplo, introdujo en la civilizaci¨®n humana esos c¨®digos de pol¨ªtica y de moral que nos permiten condenar hoy a los pa¨ªses fuertes que abusan de los d¨¦biles, rechazar el imperialismo y el colonialismo, y defender los derechos humanos no s¨®lo de nuestros contempor¨¢neos, sino tambi¨¦n de nuestros m¨¢s remotos antepasados.
Los incas no hubieran entendido que alguien pudiera cuestionar el derecho de conquista, y criticara a su propia naci¨®n y se solidarizara con sus v¨ªctimas, como lo hizo Bartolom¨¦ de las Casas, en nombre de una moral universal, superior a los intereses de cualquier Gobierno, Estado o patria. Ese es el m¨¢s grande aporte de la cultura que cre¨® al individuo y lo hizo soberano, due?o de unos derechos que los otros individuos y el Estado deb¨ªan tener en cuenta y respetar en todas sus empresas. La cultura que dar¨ªa a la libertad un protagonismo desconocido, en todos los ¨¢mbitos de la vida, alcanzando gracias a ello un progreso cient¨ªfico y t¨¦cnico y una abundancia que har¨ªa de ella el sin¨®nimo de la modernidad.
Muchos latinoamericanos que, en Per¨² u otros pa¨ªses, tratan de resucitar ahora las est¨¦riles pol¨¦micas entre hispanistas e indigenistas de los a?os veinte no parecen darse cuenta de que actuando de ese modo desaprovechan una oportunidad magn¨ªfica para discutir de los problemas m¨¢s urgentes de Am¨¦rica Latina. ?stos no son saber si fue bueno o malo que los espa?oles llegaran tan lejos, o la cuant¨ªa de los latrocinios pasados, sino, por ejemplo, averiguar por qu¨¦ siguen hoy, despu¨¦s de tantos siglos, marginadas y discriminadas las culturas ind¨ªgenas. ?Por qu¨¦ la integraci¨®n es tan lenta y dif¨ªcil? ?Qu¨¦ se puede hacer para acelerarla? ?De qu¨¦ manera puede Europa -y Espa?a en especial- colaborar con los Gobiernos latinoamericanos en promover el desarrollo y la modernizaci¨®n de esas "naciones cercadas", como las llam¨® Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas?
Los nov¨ªsimos indigenistas, en sus descargas contra Pizarro y Cort¨¦s, olvidan que hace m¨¢s de siglo y medio que las naciones latinoamericanas con poblaci¨®n india son independientes y que en todo ese tiempo nuestros Gobiernos republicanos han sido tan ineptos como la administraci¨®n colonial en la soluci¨®n del "problema ind¨ªgena". Un problema que es econ¨®mico, pol¨ªtico y cultural a la vez y que deber¨ªa ser encarado y resuelto en esos tres planos simult¨¢neamente para que la soluci¨®n sea justa, adem¨¢s de eficaz.
?Pueden modernizarse esas culturas ind¨ªgenas de M¨¦xico, Guatemala, Per¨² y Bolivia, conservando lo esencial o por lo menos factores fundamentales de su lengua, creencias y tradiciones? Para pueblos como el quechua y el aymara, de millones de personas, con una historia y una cultura que alcanzaron un elevado grado de elaboraci¨®n y que a¨²n les sirve de aglutinante a los descendientes, tal vez s¨ª. Soy mucho m¨¢s esc¨¦ptico en lo que respecta a las peque?as comunidades arcaicas, como las de la Amazonia, para las cuales la modernizaci¨®n significa inevitablemente la occidentalizaci¨®n. Pero, incluso en el caso de aqu¨¦llas, tengo a veces la impresi¨®n de que, por insuficiente y cruel que haya sido, el mestizaje ha herido ya de muerte y sustituido buena parte del acervo cultural propio por otro, de clara filiaci¨®n occidental (y no hablo de cosas tan obvias como la religi¨®n, el atuendo, la familia, el trabajo, sino, incluso, de la columna vertebral misma de toda cultura: la lengua). ?Deber¨ªa ser este proceso apoyado o combatido? ?Es la occidentalizaci¨®n del pueblo ind¨ªgena un crimen o la v¨ªa m¨¢s r¨¢pida para que venza el hambre y la explotaci¨®n de que a¨²n es objeto?
?stos son algunos de los problemas que hubiera sido conveniente debatir en el marco de la celebraci¨®n del Quinto Centenario. Pero las circunstancias se han encargado de que en vez de ese fecundo di¨¢logo nos enzarcemos una vez m¨¢s en una pol¨¦mica tan fogosa como in¨²til. ?Es esto un s¨ªntoma de la irremediable idiosincrasia hisp¨¢nica de los latinoamericanos?
En todo caso, eso es lo que pens¨¦, muchas veces, en esas tres semanas que estuve en Lima, oyendo a mis compatriotas despotricar contra la Madre Patria porque se atrev¨ªan a cerrarnos las puertas y echarnos, de all¨¢, de Espa?a, a nosotros, a nosotros, y a negarnos el derecho de ir a ver toros o a fregar pisos o incluso limpiarles los bolsillos a los turistas y hasta a tirar bombas, si nos diera en los cojones. Como hace uno en su propia casa, pues.
Mario Vargas Llosa 1992.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas, reservados a Diario EL PA?S, SA, 1992.
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