"Intento vivir contigo tus miedos diarios"
Querido Salman Rushdie:En tu ensayo Mil d¨ªas en globo, que fue publicado a principios de enero para los lectores de lengua alemana en el semanario Die Zeit, la solicitud de apoyo y el desesperadamente intenso grito final pidiendo ayuda que es El bal¨®n se hunde en el abismo no pueden ser pasados por alto de ning¨²n modo; sin embargo, me temo que tu llamada ser¨¢ acallada, dada la cantidad de amenazantes noticias de actualidad existentes, de cuyo acopio apenas se ha permitido una somera orientaci¨®n, por no hablar de una toma de conciencia real, sobre todo en Alemania, donde empieza a ejercitarse la desde hace un a?o sostenida unificaci¨®n de la naci¨®n por medio de una meticulosa preocupaci¨®n por uno mismo. En esta tarea nadie quiere ser molestado. Adem¨¢s, las migraciones de los pueblos amenazan desde el Norte y el Sur, migraciones que podr¨ªan turbar nuestro bienestar. Nosotros, como germanos que somos, sabemos desde los tiempos de la escuela lo bien que ¨ªbamos a pie en los gris¨¢ceos tiempos de la prehistoria. Y, por eso, nosotros sabemos qu¨¦ debemos prevenir y lo que resulta aconsejable: ?la fortificaci¨®n de Europa! ?Qu¨¦ les importa a los vanidosos el la mente de un escritor que como hind¨² afirma ser s¨²bdito brit¨¢nico y que adem¨¢s es culpable de su -de acuerdo- fatal situaci¨®n: esta amenaza de muerte que dentro de poco tiempo cumplir¨¢ tres a?os? Aquello estuvo mal, fue b¨¢rbaro y digno de condena. Por supuesto, no se pod¨ªa hacer nada m¨¢s. Y entre los hip¨®critas se dijo: "?No pod¨ªa haber escrito el Rushdie este m¨¢s cuidadosamente, de manera m¨¢s conciliadora, y, con todo su talento, con un poco m¨¢s de consideraci¨®n? ?Y encima ese t¨ªtulo tan provocador!:. Los versos sat¨¢nicos ". No exagero. He experimentado con la suficiente frecuencia ese mitad molesto mitad atormentado rumor. La ¨²ltima vez, en la Feria del Libro de Francfort, cuando el ministro alem¨¢n de Econom¨ªa, en aquel momento en Teher¨¢n, se hab¨ªa puesto del lado de los proyectos Grosswetter, y la direcci¨®n de la Feria de Francfort le quiso prestar ayuda servicialmente (1).
Y, por supuesto, querido Salman, no est¨¢s solo. Esta carta, y otras m¨¢s, espero, ser¨¢n un intento de darte aliento en tu exilio, en la metaf¨®rica g¨®ndola. Incluso m¨¢s: me gustar¨ªa, si lo permites, ser tu hu¨¦sped por alg¨²n tiempo, tu compa?ero de viaje. Incluso si no consigui¨¦ramos volver a evocar la serena afinidad electiva de nuestro primer encuentro, entonces, cuando aparecieron Los ni?os de la medianoche en la edici¨®n alemana.
La cercan¨ªa colegial permanece en nosotros, y con ella, la diversi¨®n por la l¨®gica y lo absurdo de los ejercicios de palabras. Posiblemente, aquella imagen nos puede dar un indicio con el que tu lamento, Mil d¨ªas en globo, fuera ilustrado en el follet¨®n de Die Zeit: las acrobacias a¨¦reas de Max Beckmann, un dibujo en el que, sobre una g¨®ndola, aparece una mujer que sonr¨ªe frontalmente agitando un abanico y un hombre parece arrojarse de cabeza desde la g¨®ndola, pero sus pies est¨¢n atados a ella a la manera de los acr¨®batas, de manera que inmediatamente ser¨¢ capaz de soplar el instrumento preferido de Beckmann: la trompeta que trae consigo; una marcha o una coral, un blues o un toque de corneta, en cualquier caso tonos que formar¨¢n viento para el globo.
?No son estas ilustraciones las que, en las situaciones confusas, nos dan ¨¢nimos? ?No son ellas las que no revelan la consternaci¨®n, las que no encubren nada, cuya poes¨ªa soporta cualquier prueba de inflexibilidad? .
A finales de a?o, entre las asiduas y por dem¨¢s cotidianas noticias sobre cat¨¢strofes, vi en la televisi¨®n un reportaje sobre el frente de la guerra civil serbocroata. Un soldado croata decoraba un ¨¢rbol de Navidad, ya que era la fiesta m¨¢s cristiana de todas las que aparecen en el calendario; iba colgando granadas de mano de las ramas; frutos decorativos, apeteciblemente desactivados. ?Qui¨¦n se atreve a llamar a eso calumnia divina, blasfemia! No s¨¦ qu¨¦ pensamientos movieron a este soldado. Admito que, mientras la televisi¨®n le ,enfocaba, estuvo especialmente concentrado en su actividad. A lo mejor tuvo que repetir su trabajo decorativo una y otra vez porque el c¨¢mara no acababa de estar contento. Y sin embargo ha conseguido, no importa si de manera premeditada o no, expresar la barbarie m¨¢s reciente: la de su tiempo, la de nuestro tiempo. No hubiera podido adornar el ¨¢rbol navide?o de manera m¨¢s realista. Estoy seguro: aquel hombre de unos treinta a?os, el a¨²n hoy todav¨ªa joven de Nazareth, este pac¨ªfico revolucionario e iracundo limpiador del templo, aquel experto en las escrituras opuesto a todos los grandes dogm¨¢ticos presbiteriales, que ha llegado a la posteridad como Jesucristo, y a quien se encerr¨® en la iglesia para mayor seguridad por instigador revolucionario, no hubiera puesto ninguna objeci¨®n a la vista de las granadas de mano colgando del ¨¢rbol de Navidad. Jesucristo amaba las provocaciones; por eso, tambi¨¦n estoy seguro de que aquel hombre, de nombre Mohammed, que ha pasado a la posteridad como profeta, hubiera le¨ªdo con placer las novelas del escritor Salman Rushdie, y en especial los Vers¨ªculos sat¨¢nicos.
El trompetista de Beckmann que aparentemente se est¨¢ arrojando de la g¨®ndola y el soldado que decora el ¨¢rbol de Navidad con granadas de mano son nuestros hermanos. ?Qui¨¦n m¨¢s, Salman? ?Qui¨¦n m¨¢s? Hemos hecho nuestros experimentos con sacerdotes y pol¨ªticos. Hay poca confianza en ellos. Sus relaciones est¨¢n determinadas por los intereses. Cuando hace un a?o comenz¨® la guerra del Golfo, ambas partes cre¨ªan saber exactamente lo que era bueno y lo que era malo, de tal manera que ambas actuaban en nombre de Dios. El resultado fue aniquilador, los muertos eran incontables. En tu escrito de lamento Mil d¨ªas en globo hablas de "consejeros de seguridad, gobiernos, periodistas, arzobispos, amigos, enemigos, mul¨¢s", que se aferraban a su "concepci¨®n del mundo estrecha de miras, absolutista", que te quer¨ªan imponer a ti. A ello opones la "imagen incierta, indeterminada, la imagen metaf¨®rIca" que t¨² has divulgado contigo mismo durante toda tu vida, que te hace vulnerable. Finalmente insistes en que tienes que seguir agarr¨¢ndote con todas tus fuerzas a "aquel que mueve las figuras" de tu propia alma, y a su "maligno instinto de locura, iconoclasta e incalculable". Hablas de un "sucio oc¨¦ano" en el que t¨² has pescado, buscando tu arte; y evocas una vez m¨¢s el revuelto mar a los pies de la ciudad de Bombay: "Es el mar a cuya orilla yo nac¨ª, al que siempre llevo dentro de m¨ª donde quiera que vaya".
Hace muchos a?os, querido Salman, participamos en un coloquio para la televisi¨®n, entre otras cosas sobre tu perdido Bombay, sobre mi perdido Danzig. Nos reconocimos rec¨ªprocamente en la experiencia comun que la p¨¦rdida nos hab¨ªa hecho locuaces. La p¨¦rdida es condici¨®n previa para nuestras historias. Por tanto, sigamos pescando, t¨² en el sucio y revuelto oc¨¦ano ¨ªndico, yo en mi contaminado mar B¨¢ltico, palabras que se encuentren en ellos y que relatan muchas realidades que no quieren sufrir, ya que s¨®lo es v¨¢lida una realidad forzosamente enviada
Por favor, est¨¢te seguro de que intento vivir contigo tus miedos diarios y tus enganosas esperanzas, tambi¨¦n tu valor arrancado del temor.
Te saludo en la g¨®ndola.
G¨¹nter Grass
1. Faltando a una promesa anterior, la direcci¨®n de la Feria del Libro de Francfort no mantuvo el boicoteo a las editoriales iran¨ªes. S¨®lo despu¨¦s de duras protestas se volvi¨® a anular la invitaci¨®n a ¨¦stas.
Traducci¨®n: Ana Aranguren.
Copyright World Media-EL PA?S.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.