Todos miran a una Alemania ensimismada
"Tenemos otras cosas que hacer", dijo el canciller Helmut Kohl cuando se le pregunt¨® si no consideraba que la nueva Alemania deb¨ªa haber sido invitada a la reuni¨®n extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero el Gobierno de Bonn se siente cada vez m¨¢s frustrado por tener que representar un papel para el que no cuenta con las herramientas necesarias.Los alemanes son cada vez m¨¢s conscientes de la paradoja de que el tercer contribuyente neto a las arcas de la ONU no es miembro permanente del Consejo de Seguridad; de que el mayor donante de ayuda a los pa¨ªses del este de Europa, y especialmente a la desaparecida URSS, no pudo asistir a la reuni¨®n en la que se discut¨ªa el caso, y de que tampoco ha podido intervenir en la b¨²squeda de soluciones para prevenir los peligros que pueden llegar de los conflictos que apuntan en el horizonte del levante alem¨¢n, donde una llanura les separa de los Urales.
CE y CSCE
Hans-Dietrich Genscher, el jefe de la diplomacia alemana, hace lo que puede para contrarrestar estas condiciones de inferioridad. Para estar presente en Nueva York entreg¨® al nuevo secretario general de la ONU, el egipcio Butros Ghali, un documento de tres puntos para que lo hiciera suyo. La ONU, propon¨ªa Genscher, deber¨ªa fijar sanciones contra los pa¨ªses que intenten hacerse con materias primas y tecnolog¨ªa destinada a la construcci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva. Los Estados deber¨ªan dictar leyes prohibiendo a sus ciudadanos participar en el desarrollo y construcci¨®n de estas armas. Por ¨²ltimo, la ONU deber¨ªa crear incentivos para los cient¨ªficos nucleares para que usen sus conocimientos en proyectos pac¨ªficos.
Lo cierto, sin embargo, es que Kohl y Genscher buscan otros caminos para hacer o¨ªr su voz e imponer sus criterios, y el primero de ellos es la Comunidad Europea (CE). El otro camino es la Conferencia para la Seguridad y Cooperaci¨®n en Europa (CSCE), potenciada tras la reuni¨®n de Praga, uno de los proyectos m¨¢s queridos por Genscher y en el que la diplomacia germana se mueve como pez en el agua.
Si miran hacia el Este, los alemanes se encuentran con que sus vecinos los observan, pese a los resabios hist¨®ricos, con la esperanza de que les ayuden a salir del pozo en que les ha sumido d¨¦cadas de dictadura comunista. Si vuelven la cabeza hacia Occidente, pese a su impecable comportamiento durante las ¨²ltimas cuatro d¨¦cadas, descubren a unos vecinos desconfiados y temerosos de una nueva Alemania expansionista. Lo tr¨¢gico es que ni unos ni otros acaban de entender que los alemanes se est¨¢n mirando a s¨ª mismos. Su gran problema es atravesar el proceloso mar en que les ha embarcado el proceso de unificaci¨®n.
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