Un agitador manso
Una combinaci¨®n casi perfecta entre Unamuno y Blas de Otero, este agitador manso sigue esperando morirse gritando bien alto que es un hombre libre. Autor de una obra que ha supuesto para muchos el inicio de su propia inspiraci¨®n, rompi¨® con la geometr¨ªa tradicional e hizo a?icos la asunci¨®n de que la suave declin¨¢ci¨®n de Henry Moore era el camino de la escultura moderna, y fabric¨®, a base de poner en su sitio los ¨¢ngulos y las sombras, una escultura que ha sido central en la evoluci¨®n siguiente de esta forma de presentar el arte. Descre¨ªdo, acosado -seg¨²n ¨¦l- por la imitaci¨®n de los otros, ha vivido largos periodos de silencio; pero le han perseguido de todas partes, para que exponga, para que cree: su estudio est¨¢ lleno de proyectos tachados y de nuevas ideas, pero ¨¦l se ha resistido a contribuir a que su propia estatura fuera agrandada sin su permiso. Desayuna todav¨ªa, como si fuera un chiquillo, ostras, quisquillas y queso viejo, de su pa¨ªs, regados con un vino que piropea como a las damas, mientras reposan en su estudio las tizas cruzadas que son el esqueleto de sus esculturas.Ahora la ha emprendido contra la Guggenheim. La tentaci¨®n inmediata de quienes le han o¨ªdo proferir los m¨¢s diversos exabruptos contra la iniciativa de ese museo es la de pensar que el viejo poeta de Alzuza desbarra ahora, dice inconvenientes que provienen de su edad pr¨®vecta, desde esa lejap¨ªa en que se ponen los poetas para distanciarse de la realidad.
Los visionarios de la estirpe de Oteiza,suelen tener en el grito parte de la raz¨®n de la que carecen los que prefieren cerrar los casos en silencio. Desde hace a?os, ¨¦l viene diciendo que no ensucia su curriculo de fracasado "con una victoria de mierda", y sigue nadando a contracorriente: ahora es el Museo Guggenheim, antes era la pol¨ªtica cultural del Gobierno vasco o este o aquel consejero ¨¢ulico de la cultura local.
Siempre ha cre¨ªdo que proviene del ejemplo est¨¦tico que subyace en la historia cultural de Euskadi, y lo ha venido afirmando como si ¨¦l mismo fuera un yunque que no quiere ser desprendido de su tierra. Lo que dice contra los que vienen de fuera, con nuevas formas, que acaso confluyen con las suyas, es coherente con su vieja biograf¨ªa. Se sorprenden los que no saben que su ¨²nica aspiraci¨®n no s¨®lo es legar lo que hizo, sino morirse mirando al horizonte de Orio.
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