Arte degenerado
Una comisi¨®n de especialistas, nombrada por el Reichsminister f¨¹r Volksaufkl?rung und Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, recorri¨® en 1937 decenas de museos y colecciones de arte por toda Alemania y confisc¨® unas diecis¨¦is mil pinturas, dibujos, esculturas y grabados modernos. De esta vasta cosecha fueron seleccionadas las 650 obras que parec¨ªan m¨¢s obscenas, sacr¨ªlegas, antipatri¨®ticas, projud¨ªas y probolcheviques. Con ellas se organiz¨® una exposici¨®n titulada Entartete kunst (Arte degenerado), que se inaugur¨® en M¨²nich ese mismo a?o y que atrajo multitudes. A lo largo d¨¦ cuatro a?os, la muestra recorri¨® 13 ciudades austriacas y alemanas y fue visitada por unos tres millones de personas, entre ellas el propio F¨¹hrer, autor, al parecer, de la idea de esta exhibici¨®n destinada a revelar los extremos de decadencia y putrefacci¨®n del modernismo.El Museo de Arte de Los ?ngeles tuvo la idea de recrear aquella muestra, y consigui¨® reunir unas 200 obras supervivientes, pues los nazis, al terminar la exposici¨®n, s¨®lo destruyeron parte de los cuadros. El resto lo vendi¨® a trav¨¦s de una galer¨ªa suiza para procurarse divisas. Ahora ha llegado al Alten Museum, de Berl¨ªn.
Hay que hacer una larga cola para entrar, pero vale la pena, por las mismas razones que vale la pena sepultarse unos d¨ªas en los s¨®lidos vol¨²menes que don Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo dedic¨® a los her¨¦ticos, ap¨®statas e imp¨ªos de la Espa?a medieval y renacentista: porque en esos heterodoxos estaba la mejor fantas¨ªa creadora de su tiempo. Los amanuenses de Goebbels eligieron con un criterio poco menos que infalible. No se les escap¨® nada importante: desde Picasso, Modigliani, Matisse, Kandinsky, Klee, Kokoshka, Braque y Chagall, hasta los expresionistas y vanguardistas alemanes como Emil Nolde, Kirchner, Beckmann, Dix y K?the Kollwitz. Y algo parecido puede decirse de los libros, las pel¨ªculas y la m¨²sica que el III Reich quem¨® o prohibi¨®, y a los que la exposici¨®n dedica tambi¨¦n algunas salas: Thomas Mann, Hemingway, Dos Passos, el jazz, Anton Webeirn, Arnold Sch?nberg.
A m¨ª esta muestra de Entartete kunst me ha venido como anillo al dedo, por la predilecci¨®n que siento por el degenerado arte alem¨¢n de principios de siglo y la posguerra y porque hace tiempo tomo notas para un peque?o ensayo sobre George Grosz, la m¨¢s original y estridente figura de los fecundos a?os veinte berlineses. ?l fue, claro est¨¢, estrella de aquella exposici¨®n y uno de los artistas con cuya obra se encarniz¨® el r¨¦gimen. En la famosa ceremonia inquisitorial del 10 de mayo de 1933, ante la Universidad de Humboldt, m¨¢s de 40 libros suyos o ilustrados por ¨¦l fueron quemados, y Max Pechstein, en sus Memorias, calcula que 285 cuadros, dibujos y grabados de Grosz desaparecieron en las inquisiciones de los nazis. En 1938 le quitaron la nacionalidad alemana, y como a ¨¦l no ten¨ªan qu¨¦ confiscarle, lo hicieron con los bienes de su mujer.
Pero, por lo menos, Grosz salv¨® la vida. En 1932, un comando de camisas pardas se present¨® en su estudio con intenciones inequ¨ªvocas. Sus aptitudes histri¨®nicas le fueron de gran ayuda: los matones creyeron que era el sirviente del caricaturista. Parti¨® a Estados Unidos apenas semanas antes del incendio del Reichstag y ya no volver¨ªa a Berl¨ªn sino a morir -alcoh¨®lico, frustrado y domesticado como artista- en 1959. Su amigo y compa?ero de generaci¨®n, el gran Otto Dix, permaneci¨® en Alemania durante el nazismo -y la guerra, prohibido de pintar y de exponer. Cuando volvi¨® a hacerlo, ya no hab¨ªa en sus telas ni sombra de la virulencia y la imaginaci¨®n de anta?o; en vez de los vistosos horrores que sol¨ªan engalanarlas, ahora parec¨ªan estampitas: apacibles familias bajo la protecci¨®n del buen Jes¨²s. A muchos artistas que no llev¨® al campo de concentraci¨®n, al exilio, al silencio o al suicidio, el nazismo los convirti¨® -como a Grosz y Dix- en sombras de s¨ª mismos.
Todo eso pueden verlo y aprenderlo, de manera muy v¨ªvida, los j¨®venes alemanes que visitan en estos d¨ªas el Alten Museum. Pueden escuchar al F¨¹hrer pronunciando el discurso con que inaugur¨® el Museo de Arte Alem¨¢n y ver los musculosos desnudos de arios con cascos, y las blondas, virtuosas, procreadoras valquirias del arte sano que el III Reich quer¨ªa oponer al de la decadencia de Occidente. Y comprobar que el parecido de esta est¨¦tica monumentalista, patriotera y banal con la del realismo socialista que inund¨® las plazas y los museos de la extinta Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana es asombrosa: nada las distingue, salvo la proliferaci¨®n, en una, de esv¨¢sticas y, en otra, de hoces y martillos. Una persuasiva lecci¨®n de que los totalitarismos se parecen y de que cuando el Estado regula, orienta o decide en materia de creaci¨®n intelectual o art¨ªstica el resultado es el embauque y la basura.
Esto vale tambi¨¦n para las democracias, por supuesto, y hay ejemplos contempor¨¢neos al respecto, aunque no sean toscos y directos como los del comunismo y el fascismo, sino mucho m¨¢s sutiles. Pas¨¦ dos horas espl¨¦ndidas en la muestra del Entartete kunst, pero luego me sent¨ª inc¨®modo y desagradado, porque advert¨ª que la exposici¨®n tiene, tambi¨¦n, el efecto lateral de alimentar el farise¨ªsmo y una err¨®nea buena conciencia en muchas gentes que la visitan. La peor conclusi¨®n que puede sacarse de esta experiencia es decirse: "Eso era la pura barbarie, por supuesto. ?C¨®mo han mejorado ahora las cosas para el arte! En nuestros d¨ªas, ?qu¨¦ Gobierno democr¨¢tico europeo se atrever¨ªa a ridiculizar o perseguir los experimentos y audacias de los artistas?".
En efecto, ning¨²n gobernante occidental se atrever¨ªa a llamar "degenerado" a cuadro, escultura, pel¨ªcula o libro alguno, para no ser equiparado a los salvajes hitlerianos o estalinistas, y eso, en el sentido del respeto a la libertad de creaci¨®n, desde luego que est¨¢ muy bien. Lo est¨¢ menos, sin embargo, si aquella prudencia expresa, tambi¨¦n, una total incapacidad para discernir lo bueno, malo o deplorable en materia art¨ªstica y una irresponsable frivolidad.
Entre el Wissenchaftskolleg y mis clases de alem¨¢n yo debo recorrer dos veces al d¨ªa la alegre y pr¨®spera avenida de las boutiques y los restaurantes de Berl¨ªn: la Kurf¨¹rstendamm. Nada m¨¢s salir de Grunewald me doy de bruces, en la Rathenauplatz, con un bloque de cemento gris en el que hay sepultados dos autom¨®viles, y que no tengo manera de no ver. Cuando dije una vez que era una l¨¢stima que una ciudad tan atractiva como ¨¦sta tuviera tantas esculturas espantosas sueltas por las calles, y cit¨¦ como ejemplo la de los coches empotrados, alguien me reconvino, explic¨¢ndome que se trataba "de un alegato contra el consumismo". ?Contra qu¨¦ alegar¨¢ el bodrio tubular encorreado que me sale al encuentro unas manzanas despu¨¦s? ?Las salchichas? ?Los malos humores de la digesti¨®n? ?Las correas con que pasean a sus perros los berlineses? Sus tripas gris¨¢ceas se levantan, se curvan y desaparecen, sujetas al suelo por una cuerda de metal. Cruzo varias esculturas m¨¢s en mi diario recorrido, y casi todas tan sin gracia y tan faltas de ideas, ingenio y destreza como aquellas dos.
Est¨¢n all¨ª porque ganaron concursos y fueron aprobadas por comisiones y jurados donde, seguramente, hab¨ªa cr¨ªticos muy respetables que las explicaban con argumentos tan iridiscentes como el del ataque a la sociedad de consumo o la desconstrucci¨®n de la metaf¨ªsica burguesa. En realidad, est¨¢n all¨ª porque, en la sociedad abierta y avanzada de nuestros d¨ªas, la absoluta benevolencia para con todo lo que en materia de arte parece nuevo u osado ha llevado a un relativismo y confusionismo bab¨¦licos en el que ya nadie se entiende, ya nadie sabe qu¨¦ es creaci¨®n o impostura, y si lo sabe, tampqco se atre-
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Copyright: Mario Vargas Llosa, 1992. Copyright: Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 1992.
Arte degenerado
Viene de la p¨¢gina anteriorve a hacerlo p¨²blico para no ser considerado un filisteo o un reaccionario. ?ste es el estado de cosas ideal para que los gatos pasen por liebres. Es lo que ha estado ocurriendo hace ya bastante tiempo no s¨®lo en Berl¨ªn, sino tambi¨¦n en ciudades a las que una s¨®lida tradici¨®n de consenso p¨²blico en tomo a valores est¨¦ticos y criterio art¨ªstico, como Par¨ªs, parec¨ªa poder defender mejor contra ese riesgo. ?C¨®mo explicar, si no, la tranquila resignaci¨®n de los franceses ante las columnas de colores que convirtieron el patio del Palais Royal en un damero y la amarilla pir¨¢mide que desbarat¨® la simetr¨ªa del Louvre?
A diferencia de los nazis y de los comunistas, convencidos de que el arte y la literatura eran peligrosos y deb¨ªan ser por eso controlados e instrumentalizados por el poder pol¨ªtico, la sociedad democr¨¢tica y liberal ha conseguido volver al arte algo totalmente inocuo, cuando no fraudulento y risible, un quehacer disociado de la vida y los problemas, de las necesidades humanas, una prestidigitaci¨®n sin alma, una mercanc¨ªa con la que los mercaderes especulan y los pol¨ªticos se publicitan a s¨ª mismos y se autootorgan diplomas de mecenazgo y esp¨ªritu tolerante y progresista. ?sa es tambi¨¦n una manera, aunque muy barroca, de degenerar la vida cultural.
La libertad, valor seguro en todos los ¨®rdenes, resuelve problemas fundamentales, pero tambi¨¦n crea otros, que exigen soluciones audaces y grandes esfuerzos de imaginaci¨®n. En lo que concierne al arte, la sociedad abierta garantiza al artista una tolerancia y una disponibilidad ilimitadas que, parad¨®jicamente, han servido con frecuencia para privarlo de fuerza y originalidad. Como si, al sentir que lo que hacen ya no asusta ni importa a nadie, en los artistas se marchitaran la convicci¨®n, la voluntad de crear, un cierto sentido ¨¦tico frente a la vocaci¨®n, y prevalecieran el manierismo, el cinismo y otras formas de la irresponsabilidad.
Por eso, aunque me alegra mucho que el pueblo alem¨¢n oriental se haya liberado del r¨¦gimen totalitario, yo no celebro que se demuelan tantas estatuas de Marx, Engels y compa?¨ªa en la ex Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, entre ellas ese colosal Lenin de piedra al que ha costado fortunas traer abajo. Su portentosa presencia ten¨ªa el involuntario humor de una gran construcci¨®n kitsch. Entre fealdades, siempre ser¨¢ preferible aquella que no se vale de sofismas intelectuales, como el heroico combate contra el consumismo, para hacerse aceptar.
En mi camino cotidiano a enfrentarme con los entreveros y declinaciones del idioma alem¨¢n, la escultura que me alegra encontrar es una especie de serpiente de aluminio que sobrevuela la avenida, a manera de un arco agazapado. En su pesada y obvia naturaleza hay algo simp¨¢tico, que congenia muy bien con los apresurados transe¨²ntes, los altos edificios y el tr¨¢fago que la rodea. De cuando en cuanto aparecen en ella pintarrajeados lemas g¨®ticos o r¨ªos de color. ?Que no es una escultura, sino la ca?er¨ªa gigantesca de la manzana que ha debido ser desplazada mientras se echan los cimientos de un futuro rascacielos? S¨ª lo es. Es una escultura transitoria y casual, un ready made que materializa las potencialidades creativas de la industria, un monumento ferozmente sarc¨¢stico, como aquellos que inmortalizaron a Grosz en esta misma ciudad en los a?os veinte, del subconsciente colectivo berlin¨¦s contra la complaciente degeneraci¨®n del quehacer art¨ªstico en estas ¨²ltimas boqueadas del milenio.
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