Luto en la Fundaci¨®n
La muerte de Asimov no por anunciada es menos sentida y dolorosa. Para los viejos aficionados a la ciencia-ficci¨®n es f¨¢cil pensar que, con Asimov, muere parte de este g¨¦nero literario. Cuando menos la parte m¨¢s conocida de esa ciencia-ficci¨®n tradicional de la ¨¦poca dorada, la que se construy¨® en torno a la labor editorial de Campbell. Y de la que Asimov era, con toda seguridad, el autor m¨¢s popular y conocido. La edad no perdona, ni siquiera a los novelistas que supieron hacer del tiempo y la paradoja temporal un tema de ficci¨®n....Asimov ha sido para el gran p¨²blico el autor emblem¨¢tico de la ciencia-ficci¨®n. A su actividad como novelista se un¨ªa su esforzado empe?o en la tarea de la divulgaci¨®n cient¨ªfica, dominadas ambas por el racionalismo, la facilidad expositiva y la voluntad repetidamente expresada de escribir de forma sencilla y clara para hacerse entender.
En los ¨²ltimos a?os, algunos cr¨ªticos reci¨¦n llegados a la ciencia-ficci¨®n, g¨¦nero cambiante como pocos, dieron en minusvalorar la obra de Asimov. Err¨®neamente, intentaron propalar la idea de que la narrativa de Asimov pose¨ªa escaso valor por la linealidad de sus tramas y de su estilo literario y por la voluntaria escasez del vocabulario que empleaba para conseguir su objetivo: llegar con eficacia a todos los p¨²blicos. Y, de hecho, eso es lo que la medida y cuidada obra de Asimov consigue con gran facilidad. En varios de los art¨ªculos de la revista que lleva su nombre (Isaac Asimov's Science-Fiction Magazine), Asimov repet¨ªa machaconamente esa ¨²ltima raz¨®n de su actividad como escritor: explicar, hacerse entender y, en el caso de la narrativa de ciencia-ficci¨®n, especular y divertir al lector.
Han pasado ya muchos a?os desde la primera publicaci¨®n de Yo, robot (1950) con la que iniciaba sus relatos sobre robots, o de la trilog¨ªa inicial de la Fundaci¨®n (1951-53), o de esa maravilla de imaginaci¨®n y racionalismo que es Los propios dioses (1972). Y, pese a los a?os transcurridos, siguen siendo libros fundamentales para dar a conocer el alcance de un g¨¦nero, la ciencia-ficci¨®n, que Asimov cultiv¨® con maestr¨ªa y profundo conocimiento de su tem¨¢tica. Son t¨ªtulos que, le¨ªdos en la adolescencia y la primera juventud, dejan una huella casi imborrable.
Destaca en toda la obra de Asimov esa facilidad de comunicaci¨®n con sus lectores, a los que transmite con gran eficacia su propia confianza en el futuro. Esa confianza de norteamericano convencido de la bondad de su sistema social y pol¨ªtico y, tambi¨¦n, de las posibilidades que la ciencia y la tecnolog¨ªa pueden ofrecer al ser humano. Los tiempos han cambiado y ese punto de vista puede parecer hoy ingenuo pero resulta v¨¢lido en quien, como Asimov, form¨® su personalidad en los a?os cuarenta de unos EE UU todav¨ªa no enfrentados a Vietnam y sus consecuencias. Y cuando los tiempos cambiaron, Asimov supo estar a la altura: junto a algunos de sus colegas escritores, se opuso a la guerra de Vietnam. Tambi¨¦n, m¨¢s tarde, se opuso a ese absurdo proyecto de Reagan para llenar el espacio de objetos asesinos, la guerra de las galaxias.
Representante de un cierto progresismo ideol¨®gico, Asimov se esforz¨® tambi¨¦n por alertar a sus lectores sobre los peligros del exceso de poblaci¨®n en un mundo con re cursos limitados. Uno de sus libros m¨¢s recientes, si no el ¨²ltimo, Our hungry earth (1991), escrito con Frederik Pohl, otro veterano de la ciencia-ficci¨®n, nos ofrec¨ªa un serio mensaje de alerta sobre los peligros que acechan, por nuestra propia culpa, a la supervivencia ecol¨®gica de nuestro planeta. Buen final para aquel que, por derecho propio, va a seguir vivo en la memoria de los buenos aficionados a la ciencia-ficci¨®n, donde se unir¨¢ a seres como Susan Calvin o Hari Sheldon, sus m¨¢s famosos personajes.
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