La democracia como cultura
Los reg¨ªmenes democr¨¢ticos tienen una tendencia, quiz¨¢ natural, a la oligarquizaci¨®n de la pol¨ªtica, al gobierno de unos pocos. En los largos interregnos que median entre campa?as electorales cabe la posibilidad de que los que ejercen el poder se despeguen de sus representantes y tomen decisiones pol¨ªticas en circuitos reducidos.Esta tendencia se ha agudizado en nuestro tiempo debido a dos razones. Por un lado, la complejidad t¨¦cnica de las decisiones pol¨ªticas y del trabajo legislativo puede conducir a que la pol¨ªtica se convierta en un asunto de expertos, no muy comprensible para los no iniciados. Por otro lado, la saturaci¨®n de informaci¨®n que se ha instalado en nuestras sociedades ha creado la posibilidad de que las ¨¦lites pol¨ªticas (y los grandes complejos de comunicaci¨®n) se configuren como monopolios informativos por su capacidad para gestionar, digerir y filtrar la siempre creciente cantidad de informaci¨®n.
?Es la oligarquizaci¨®n de la pol¨ªtica una tendencia irreversible? En mi opini¨®n existe un ant¨ªdoto: consiste en entender la democracia no s¨®lo como un sistema de instituciones y leyes, sino como una cultura, un conjunto de normas morales, valores y actitudes a los que uno se adhiere y pone en pr¨¢ctica, tanto personal como colectivamente. Me refiero a la cultura pol¨ªtica democr¨¢tica.
En la sociedad espa?ola existe un d¨¦ficit significativo de cultura pol¨ªtica democr¨¢tica. Y este d¨¦ficit es probablemente atribuible a nuestra propia historia colectiva. Ser¨ªa un error culpar de tal carencia a los actores actuales de la pol¨ªtica espa?ola; ni tan siquiera Franco es su ¨²ltimo responsable; quiz¨¢ haya que remontarse hasta la Contrarreforma para hallar un origen al problema.
Enunciar¨¦ nueve puntos, ni mucho menos exhaustivos, madurados en conversaciones con l¨²cidos amigos, en los que se pudieran resumir lo que es la cultura pol¨ªtica democr¨¢tica.
Primero, se basa en la aceptaci¨®n de la regla de las mayor¨ªas. Parece una cuesti¨®n elemental, pero a veces se olvida. Ejemplo: sin ir m¨¢s lejos, Argelia hoy.
Segundo, la cultura pol¨ªtica democr¨¢tica se cimenta en la virtud de la mesura a la hora de la contienda pol¨ªtica. La utilizaci¨®n de acusaciones de antidemocracia, la difamaci¨®n o la demagogia, utilizadas como arma arrojadiza entre partidos democr¨¢ticos, o contra las instituciones democr¨¢ticas, no es buena porque al final perjudica al propio sistema.
Tercero, la democracia se engrandece con la cooptaci¨®n de las minor¨ªas, siempre que esto sea posible, es decir, en aquellos casos en los que las minor¨ªas tengan la suficiente presencia de ¨¢nimo para combinar la labor de oposici¨®n con la presentaci¨®n constructiva de sus propios puntos de vista.
Cuarto, la democracia se ampl¨ªa con la incorporaci¨®n de cuantos m¨¢s mejor a la hora de la toma de decisiones pol¨ªticas: desde la actitud constante de concertaci¨®n hasta la ampliaci¨®n efectiva de los mecanismos de decisi¨®n en los partidos pol¨ªticos entran en este cap¨ªtulo.
Quinto, la democracia se oxigena con la circulaci¨®n de las ¨¦lites representativas. Aqu¨ª hay que hacer una distinci¨®n entre ¨¦lites y liderazgo. No se sabe por qu¨¦ regla de la conducta humana, pero lo cierto es que la pol¨ªtica es en buena medida cuesti¨®n de s¨ªmbolos. Los l¨ªderes cumplen tal papel simb¨®lico, y tonto ser¨¢ quien lo desprecie. Pero ah¨ª hay que echar la raya: los s¨ªmbolos, pocos y eficaces; las ¨¦lites de poder, cuanto m¨¢s en movimiento y m¨¢s sustituibles, mejor.
Sexto, la democracia se enriquece con la actitud de responsabilidad de elegidos ante los que les eligieron. Si bien no es s¨®lo una cuesti¨®n de actitud, sino de un sistema electoral que haga inevitable esa actitud.
S¨¦ptimo, la democracia se fortalece con el uso normalizado del expediente democr¨¢tico de la dimisi¨®n, que es materia de decisi¨®n personal e indelegable, ante plausibles responsabilidades pol¨ªticas directas o indirectas.
Octavo, practicar la cultura pol¨ªtica democr¨¢tica significa adherirse escrupulosamente a la legalidad democr¨¢tica como un compromiso moral. Si alg¨²n pol¨ªtico practica la peque?a corrupci¨®n, incluso cuando no est¨¦ penada, est¨¢ debilitando el sistema democr¨¢tico.
Noveno, en tanto que cultura, la democracia se opone frontalmente al clientelismo. La primera defiende el acceso al poder por m¨¦todos transparentes, el disfrute de los bienes p¨²blicos por m¨¦todos objetivables y ecu¨¢nimes, la designaci¨®n previa de ¨¦lite! por m¨¦ritos y r¨¦cords de actividades. Por el contrario, el clientelismo, un modo cultural firmemente arraigado en Espa?a (por m¨¢s que a¨²n no se haya estudiado con la atenci¨®n que merece), es un sistema soterrado, informal y discriminatorio de acceso al poder. ?sa es la medida del reto que se le ofrece a la democracia como cultura.
La izquierda es, por esencia, transformadora. Sin impulso reformista no puede justificarse, porque la ra¨ªz de su existencia no es la buena administraci¨®n, sino la b¨²squeda de la justicia. En la adhesi¨®n a la democracia como cultura, en la defensa de la. cultura pol¨ªtica democr¨¢tica como ant¨ªdoto contra los afanes privatizadores de la pol¨ªtica, en una nueva edici¨®n del liberalismo pol¨ªtico, puede que se encuentre uno de los frentes al que la izquierda deba acudir con esp¨ªritu reformador.
es miembro del Comit¨¦ Federal del PSOE.
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