Francis Bacon muere en Madrid a los 82 a?os
El ¨²ltimo gran representante de la escuela expresionista estaba ingresado en una cl¨ªnica afectado por una pleures¨ªa
Asm¨¢tico, Francis Bacon muri¨® del coraz¨®n, agitado por una respiraci¨®n dif¨ªcil, con sus pulmones fatalmente deteriorados al final de su vida. Cada vez pintaba menos y cada d¨ªa se acentuaba m¨¢s, al final de su vida, la ra¨ªz de su escepticismo. En su rostro se mostraba a veces ese padecimiento, y adem¨¢s se registraba la terrible angustia que le convirti¨® en un testigo airado de este siglo.De cerca, Francis Bacon era como sus cuadros, con su rostro mezcla de velocidad y de rabia, como un hombre airado que estuviera despidi¨¦ndose siempre, de la vida y de los otros; con sus ojos redondos, inquisitivos e insoslayables; con su boca sinuosa y leve, pero mordida, interior, violenta; con sus p¨®mulos desiguales y enjutos en una cara que acababa en un pelo rebelde, repeinado y simb¨®lico: una cresta con la que culminaba una barbilla huidiza como el propio conjunto de su cuerpo.
Ten¨ªa 82 a?os y una leyenda tan exagerada de bebedor empedernido, protagonista de una bohemia siempre al borde del abismo, que se le imaginaba f¨ªsicamente destruido. Al contrario, su rostro era juvenil, terso, bien cuidado; vest¨ªa, adem¨¢s, con una elegancia descuidada y sutil que combinaba un calzado violeta deportivo con una casaca suave de cuero opaco y una camisa de rayas a juego con los zapatos. Se hubiera pensado tambi¨¦n, atendiendo a la biograf¨ªa que se le construy¨® a base de sobreentendidos, que se sentar¨ªa delante de sus contertulios y lanzar¨ªa sobre ellos un desd¨¦n absoluto, el desd¨¦n del genio. No era as¨ª: extremadamente delicado y sutil, se somet¨ªa a la conversaci¨®n, incluso en sus aspectos m¨¢s rutinarios, e interven¨ªa en ella t¨ªmido y nervioso, como si ¨¦l justamente esperara aquella reacci¨®n de los dem¨¢s.
'Gentleman' brit¨¢nico
Y no era as¨ª s¨®lo porque fueran a verle periodistas y tuviera que mejorar una imagen que, adem¨¢s, a ¨¦l no le importaba nada: la ¨²ltima vez que le vimos fue a finales del pasado a?o, en un bar muy conocido de Madrid, acompa?ado de un amigo espa?ol. Vest¨ªa entonces un traje gris cortado para ¨¦l, repet¨ªa rayas en su camisa, esta vez blanca, y usaba sobre su cuerpo entonces algo azotado por la noche una corbata de seda que afilaba a¨²n m¨¢s su apariencia de gentleman brit¨¢nico de paso por Espa?a. Ven¨ªa muchas veces, y pasaba aqu¨ª temporadas como la que ha precedido a su muerte: era un enamorado de la cultura atrabiliaria de este pa¨ªs y un visitante com¨²n del Museo del Prado, donde Goya y Vel¨¢zquez eran sus fuentes principales de placer y de nostalgia: ya nadie pinta como ellos, dec¨ªa aquella tarde que le vimos en Londres.
Cuando le visitamos en la Galer¨ªa Marlborough de Londres acababa de terminar su pen¨²ltimo cuadro, un tr¨ªptico autobiogr¨¢fico que le tuvo ocupado muchos meses en un estudio desvencijado -seg¨²n ¨¦l: pocas veces permiti¨® que los dem¨¢s lo vieran- del norte de Londres, donde viv¨ªa. El cuadro le mostraba a ¨¦l, con su flequillo invariable, desde una ventana de un cuerpo ajeno, como si contemplara lo que hab¨ªa sido su relaci¨®n con los otros y con la propia velocidad de la vida.
El cuadro estaba all¨ª, expuesto como una despedida, y se lo dijimos: "Es una despedida. Todos los cuadros son una despedida". Fue su pen¨²ltima obra, y acaso la ¨²ltima, porque inmediatamente comenz¨® otro cuadro -otra despedida, la ¨²ltima-, y no lleg¨® a acabarlo porque en el curso de su proceso le disgust¨®. Extremadamente exigente con los otros -un d¨ªa le dijo en T¨¢nger, al final de una borrachera, a un pintor amigo suyo: "Qu¨¦ gran tipo eres, pero qu¨¦ mal pintas"-, lo era tambi¨¦n consigo mismo hasta niveles crueles, y como si aqu¨¦lla fuera una met¨¢fora de esa actitud displicente con la obra acabada, esa tarde en que le vimos apenas mir¨® su obra cuando entr¨® en la habitaci¨®n donde estaba expuesta como objeto ¨²nico, y luego cuando el fot¨®grafo Chema Conesa le hizo posar ante el tr¨ªptico para una sesi¨®n de fotos en color lo hizo primero a rega?adientes y luego dio por concluida su propia exposici¨®n de una manera abrupta, sin paliativos. Mary Cruz Bilbao, la responsable de la Galer¨ªa Marlborough en Espa?a, que estaba en la entrevista, defini¨® as¨ª esa actitud elusiva de uno de los mejores pintores del siglo: "Daba la impresi¨®n de ser culto y salvaje al mismo tiempo".
Lleg¨® a la entrevista con un lev¨ªsimo ataque de asma, la enfermedad que ahora ha desatado la crisis cardiaca. Su mirada helaba. Era alternativamente la del cuadro y otra m¨¢s feroz, aquella que no se permit¨ªa ning¨²n desliz hacia la trivialidad. Cortante, seco y educado, fue desgranando el mundo de sus obsesiones: no era irland¨¦s ni de ning¨²n sitio, y tampoco se ve¨ªa como compa?ero est¨¦tico o cultural de James Joyce o de Samuel Beckett, que eran sus coterr¨¢neos m¨¢s famosos. La vida era un accidente, una marca, algo que nos sucede y sobre lo que nosotros no podemos hacer nada. La pintura es como respirar, pero respirar es m¨¢s importante. De este siglo quedar¨¢ un color oscuro o color de sangre. La pintura quedar¨ªa obsoleta si el cine cumpliera con sus funciones, pero la industria del dinero lo ha estancado. ?Algunos genios del siglo? No hay genios, eso son tonter¨ªas. ?Picasso? Quiz¨¢, pero pint¨® tanta basura.
Durante la entrevista no dej¨® de mirar, pero jam¨¢s mir¨® al periodista, como si ¨¦ste fuera un testigo opaco de sus palabras dif¨ªciles y aceradas, as¨ª que se fijaba, siempre que ten¨ªa ideas placenteras que le permitieran sonre¨ªr, en Mary Cruz Bilbao, la directora espa?ola de la Marlborough, presente en la entrevista, o en el fot¨®grafo, cuyo deambular le inquietaba much¨ªsimo: Cuando le vimos m¨¢s feliz, si esto se puede medir en un hombre tan intenso, fue cuando nos ense?¨® reproducciones suyas de viejos cuadros y cuando explic¨® con todos los detalles posibles para su parquedad c¨®mo hizo su Inocencio X a partir de una postal de la famosa obra de Vel¨¢zquez, y c¨®mo sigui¨® utilizando postales, im¨¢genes inmovilizadas pero violentas, llenas de vida, para hacer toda su obra. Pero no quer¨ªa hablar de su obra. ?Para qu¨¦? ?sa era la pregunta principal de todo su discurso.
Cuando dio por concluida la sesi¨®n fotogr¨¢fica y la entrevista volvi¨® a recoger del suelo su bolsa de cuero, se subi¨® levemente la cremallera de su casaca y ofreci¨® su mano tensa: en su mirada hab¨ªa el desencanto feroz de un testigo que ten¨ªa detr¨¢s de la mirada la rabia de un siglo.
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