Juan en Hyderabad
No pude resistir la tentaci¨®n de tomar el rickshaw. Enti¨¦ndase, un rickshaw de motor, porque mi d¨¦bil salud moral no me permite tomar la variante de pedal, que tambi¨¦n se da en la India. En esencia, se trata de un rickshaw montado sobre un scooter, muy semejante a aquellos trepidantes motocarros cuya circulaci¨®n por las calles de Madrid fue prohibida, con sumo acierto, por el Ayuntamiento. Provistos de una capotilla de hule negro, cuentan con un asiento para dos personas, pero eso no quita para que trat¨¢ndose de nativos sea ocupado al menos por cuatro o cinco. La capota y el chasis son utilizados con frecuencia como soportes de una publicidad fija / m¨®vil, pero mi rickshaw-scooter hab¨ªa notablemente prescindido de semejante complemento para atender tan s¨®lo al buen servicio del usuario. En la parte de atr¨¢s de la capota tan s¨®lo dec¨ªa: "Computer designed for perfection". Sin duda que se refer¨ªa al cacharro.Para tomar el rickshaw tuve que enga?ar al portero del hotel, demasiado ¨¢vido de buscarme un taxi, incapaz de comprender que semejante cliente acepte otro medio de transporte. Le dije que prefer¨ªa pasear y tuve que recorrer el jard¨ªn y doblar la cancela para ganar la calle, pues estaba totalmente prohibida la entrada de los rickshaw en el recinto hotelero. El viaje desde Banjara Hills hasta Charminar (Cuatro Torres), en el centro de la ciudad vieja, dur¨® casi una hora, en un mediod¨ªa de mucho tr¨¢fico, pero si se tiene en cuenta el factor din¨¢mico bien se puede asegurar que dur¨® un minuto o un a?o. No lo s¨¦, pues ni el reloj ni el calendario sirven para las sensaciones. Fue un viaje de sobresaltos y emociones in¨¦ditas, con el coraz¨®n en un pu?o y temiendo siempre lo peor. El conductor hind¨² no concede ninguna preferencia de paso, el espacio lo gana metiendo el morro o la rueda a golpes de claxon y audacia, las trayectorias opuestas y enfrentadas se alteran s¨®lo mil¨ªmetros antes de la colisi¨®n, y el peat¨®n, el ciclista o el colega han de buscar su seguridad por s¨ª mismos, sin esperar la menor indulgencia por parte del veh¨ªculo que se les viene encima. Si a eso se a?ade -y por lo mismo que en un rickshaw de dos asientos caben cuatro o cinco nativos- que en una calzada doble se pueden juntar cuatro filas de veh¨ªculos diversos, am¨¦n de todo el peatonaje, es f¨¢cil tener una somera idea de las emociones recibidas en un viaje en rickshaw de una hora. Un viaje con todos los sentidos ocupados y saturados, incluso el del tacto -y cualquier otro sexto de definici¨®n variable-, en una situaci¨®n de riesgo permanente, y sin embargo, con la convicci¨®n de que no puede pasar nada. Porque es tal la multitud que no deja espacio para el acontecimiento o el accidente.
Cuando al fin ech¨¦ pie a tierra en Charminar tuve la misma impresi¨®n infantil despu¨¦s de una vuelta en el tiovivo, el g¨¹itoma o la monta?a rusa; una mezcla de alivio y anhelo de repetici¨®n, una cierta a?oranza del v¨¦rtigo con los pies en el suelo y la tierra todav¨ªa dando vueltas, una cierta incapacidad para la palabra y la idea con la cabeza ocupada a¨²n por la confusi¨®n. Era quiz¨¢ la mejor disposici¨®n para deambular por aquel abigarrado barrio de comerciantes en torno a las tres puertas de la calle de Sardar Patel, el eje de la ciudad vieja; para no llenarse de asombro ante las tiendas de perlas, quincalla, rosquillas, calderos, sedas o especias; ante la multitud de mendigos, tullidos, santones y, en medio de la turbamulta, durmientes. La mejor disposici¨®n para observarlo todo y no demostrar inter¨¦s por algo en particular, a sabiendas de que lo que iba buscando no lo hab¨ªa de encontrar.
Y de repente le vi. All¨ª estaba, en un punto un tanto esquinado de uno de esos puestos donde tienen entrada las representaciones -en la modalidad cromo- de todas las divinidades de la India, desde la bailarina de numerosos brazos hasta el beb¨¦ con cabeza de elefante y trompa ladeada, como para rascarse el pecho teniendo sus cuatro manos ocupadas con diversos cornetines. (Se dir¨ªa que las divinidades de la India han de contar con numerosos attach¨¦s -que dicen los franceses- para compensar la falta de ellos que ofrece la poblaci¨®n civil y elevar la media hasta un coeficiente razonable). All¨ª estaba, entre los 30 millones de deidades de que consta el pante¨®n hind¨², entre todos los Siva, Visn¨², Parvati, Ganesh, Krisna, Kali y su interminable etc¨¦tera de avatares, code¨¢ndose tambi¨¦n con los dignatarios pol¨ªticos de nombre imposible. Tocado con aquel bonete hendido que popularizara Nehru y vestido con la casaca de color p¨¢lido y alzacuello enterizo, su apacible sonrisa (su inconfundible sonrisa, con los labios cerrados e hinchados) y su mirada de socarrona incredulidad, acentuada por sus elevadas cejas, hab¨ªa logrado instalarse en el pante¨®n hind¨² sin perder un solo destello de su madrile?a condici¨®n. Era ¨¦l, no cab¨ªa duda, transportado una semana despu¨¦s de su muerte al pante¨®n hind¨² gracias a uno de esos insondables misterios de las religiones sinoiquistas. Por supuesto que al instante desaparecieron de mi entorno las perlas, sedas, calderos, rosquillas y mendigos, y todo Hyderabad qued¨® reducido al cromo de Juan Garc¨ªa Hortelano, una coloreada pose con su expresi¨®n m¨¢s natural. Mi primer impulso fue adquirir sin regateos la pieza, por unas pocas rupias, y tra¨¦rmela a Madrid; pero tras una breve reflexi¨®n, la piedad y el respeto se impusieron a la fiebre del descubrimiento. Hasta me pareci¨® un gesto un tanto sacr¨ªlego, pues en Madrid el cromo tan s¨®lo despertar¨ªa un cierto asombro para acabar en un caj¨®n, y si es que se trataba de una pieza ¨²nica o casi agotada mi precipitaci¨®n pod¨ªa despojar al pante¨®n hind¨² de su m¨¢s simp¨¢tica -y sin duda m¨¢s inteligente- deidad. Estaba bien donde estaba, a la vista del peatonaje de Sardar Patel, que as¨ª pod¨ªa disfrutar de la pl¨¢cida expresi¨®n del hombre m¨¢s grato que Espa?a ha dado en el siglo y que, por eso y por otras cosas, ha sido elevado a los altares de la India.
Luego, habiendo renunciado a su adquisici¨®n, di en reflexionar sobre el car¨¢cter metaf¨®rico del descubrimiento. Sobre un Juan deificado en Oriente sin haber movido un dedo para ello, como nunca movi¨® un dedo en busca de su propio provecho; sobre un Juan rodeado de diosecillos metam¨®rficos -unos se ci?en corona y guirnaldas, otros se idiotizan bajo un ¨¢rbol en un patio, otros se elefantizan, algunos multiplican sus brazos para insinuarse al poder, los m¨¢s descarados se empe?an en buscar el triunfo- que sabe mantener una constante actitud de aceptaci¨®n de la historia, la misma con que un d¨ªa en el aeropuerto del Prat naci¨® a la luz p¨²blica, con las manos hundidas en los bolsillos si no sosten¨ªa un vaso de ginebra (Larios) con t¨®nica, los labios hinchados y las cejas elevadas. Sobre un Juan que desde el cromo parece repetir su latiguillo preferido: "Da lo mismo". Da lo mismo ser dios en Hyderabad que novelista en Madrid. "Da lo mismo, Mar¨ªa, pero d¨¦jame que lo cuente yo". Sobre un Juan que habr¨ªa contado el viaje en rickshaw -que sin duda realiz¨® para llegar a tiempo a Hyderabad- con aquella finura de detalle que, como la m¨²sica de Chopin, se perdi¨® para siempre con ¨¦l. Un Juan que, contrastado a la m¨¢s insolente policrom¨ªa que pueden ofrecer las artes gr¨¢ficas, parec¨ªa una vez m¨¢s pregonar la elegancia de los colores neutros. Pues me temo que en los numerosos obituarios que se han publicado tras su muerte -los m¨¢s de los cuales no pod¨ªan pasar por alto la menci¨®n de una bondad a prueba de todas las zancadillas- se ha olvidado resaltar su elegancia. Una elegancia doble -o triple o cu¨¢druple- por cuanto todo en su persona hac¨ªa presagiar a ese Sancho Panza que empero, en los momentos de prueba, demuestra tener un esp¨ªritu tan pulido como el del escu¨¢lido caballero. Ahora no me arrepiento de haber renunciado al cromo -y all¨ª ha quedado en un tenderete de Sardar Patel, cerca de Charminar, seg¨²n se baja hacia el puente a la izquierda-, porque tarde o temprano tendr¨ªa que enterarse de qui¨¦n era el sosias. Y, como es comprensible, prefiero con mucho abundar en las numerosas hip¨®tesis que facilita la incertidumbre para, entre otras cosas, respetar y tener presente su constante lecci¨®n narrativa: "Da lo mismo, Mar¨ªa, pero deja que lo cuente yo".
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