Par¨¢bola de la isla y de la Sabana
Primera escena: en el jard¨ªn pri maveral de un hotel cretense charlan agradablemente una profesora griega de derecho ma r¨ªtimo (educada en Londres) y un periodista espa?ol. Ambos participan en un simposio sobre Europa, y desde hace dos d¨ªas no han encontrado, ni ellos ni los dem¨¢s, un motivo de verdadera disensi¨®n intelectual. Hasta que, en la tierra del minotauro, se llega a los toros. "No ir¨¢s a decir que eres partidario de los toros" dice la profesora griega. Y por el tono de su pregunta se entiende que lo que ha querido preguntar es: "No ir¨¢s a decir que te desayunas los domingos con un reci¨¦n nacido".El periodista en cuesti¨®n no es particularmente aficionado 'tres o cuatro corridas al a?o le bastan), y hasta escucha con cierta vaga culpabilidad los argumentos contrarios a la fiesta, pero en el tono de la profesora griega hay tanta soberbia y tanta ignorancia -una mujer por otra parte inteligente y sensible-, que contesta: "Pu¨¦s s¨ª, soy partidario" y a continuaci¨®n escucha, resignado, los conocidos argumentos: que si bar¨ªe, que si yo voy a favor del toro, etc¨¦tera, etc¨¦tera, y finalmente, la guinda: los espa?oles son un pueblo esencialmente cruel, y si la historia no diera suficientes argumentos, he ah¨ª, en la fiesta, la prueba.
Dos preguntas se imponen para el desarrollo del drama: ?Cabe la posibilidad de que los espa?oles abandonen alguna vez la costumbre de ver toros? ?Cabe la posibilidad de que los europeos comprendan esa costumbre y la acepten? A mi modo de ver no cabe.
Segunda escena: Dos semanas m¨¢s tarde, hace quince d¨ªas, el mismo periodista dialoga con viejos amigos colombianos en un club campestre en la verde Sabana de Bogot¨¢. Como all¨ª es frecuente, la tarde se ha oscurecido con negras nubes y el viento silba entre gigantescos eucaliptus. Hace fr¨ªo, de modo que beben junto a un fuego acogedor. Desde hace un rato la conversaci¨®n gira en tomo al olvido espa?ol de Am¨¦rica, un reproche extra?o pues, pese a los t¨®picos oficiales, los colombianos no suelen estar muy contentos con su pasado espa?ol, Entonces comienzan a entrar en el sal¨®n un buen n¨²mero de tenistas y golfistas y se agolpan ante un televisor en el que nieva como en Siberia. ?F¨²tbol? ?Elecciones? ?Concurso de reinas de belleza? No. Retransmisi¨®n en diferido de una tarde de toros en Sevilla, con C¨¦sar Rinc¨®n en el cartel. Los amigos del periodista no son en absoluto aficionados a los toros, pero tambi¨¦n ellos quieren ver a Rinc¨®n triunfar, quieren ver a cualquier colombi¨¢no reivindicar un nombre colectivo demasiado a menudo asociado, e injustamente, con una minor¨ªa de violentos.
Los toros no son una de las grandes aficiones de los colombianos (a menudo es un espect¨¢culo snob y caro) y ni siquiera existen de Lima para abajo. All¨ª donde existen mantienen la casta y el ritual se conserva id¨¦ntico a su origen. Sin querer convertir la an¨¦cdota en categor¨ªa, y al margen de si uno cree que los toros son arte o tortura, quiz¨¢ merezca la pena pararse a pensar en las dos escenas. En el momento m¨¢s apasionado de nuestro idilio con Europa, podr¨ªan contribuir a prepararnos frente a futuros tortazos
Babelia
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