"La Mafia esta aqu¨ª dentro", grita en el funeral una de las viudas por el atentado contra Falcone
"Resulta especialmente desconcertante la noticia de que [el juez Giovanni Falconel viajaba en d¨ªa y hora secretos Icuando fue asesinado por la Marta, el pasado s¨¢bado]. ?Qui¨¦n pudo traicionarle para entregarle a sus enemigos?", se pregunt¨® ayer en su homil¨ªa el cardenal Salvatore Pappalardo, arzobispo de Palermo, durante los funerales celebrados en la bas¨ªlica palermitana de Santo Domingo. La tensi¨®n y el dramatismo eran extraordinarios. Varios m¨ªles de personas que llenaron la iglesia y la plaza circundante aplaudieron, pero tambi¨¦n silbaron casi sin interrupci¨®n a los pol¨ªticos, que hubieron de escuchar el grito coreado de "bufones". Una de las viudas lleg¨® a gritar en el funeral: "La Marta est¨¢ aqu¨ª adentro".
Rosal¨ªa, la viuda de Vito Schisano, uno de los polic¨ªas asesinados con el juez, sigui¨® la ceremonia entre desvanecimientos sobre uno de los laterales del altar, donde se api?aban familiares, carabineros -uno de ¨¦stos, otro guardaespaldas herido en el atentado, que lloraba con un brazo enyesado- y magistrados que circundaban a los concelebrantes hasta dificultar sus movimientos."Yo, viuda del agente", empez¨® a decir Rosal¨ªa, de 24 a?os y madre de un ni?o de cuatro meses, cuando intent¨® hilvanar una oraci¨®n ante el micr¨®fono. "Han muerto por el Estado", repet¨ªa como ida, moviendo la cabeza con escepticismo.
Luego tens¨® la voz: "Medir?jo a los hombres de la Mafia, porque est¨¢is aqu¨ª dentro. Yo os perdono, pero tendr¨¦is que poneros de rodillas, ten¨¦is que tener el coraje de cambiar, de cambiar", volvi¨® a repetir como una letan¨ªa, entre sus propios sollozos y el aplauso cerrado del p¨²blico, "de cambiar vuestros planes asesinos".
Confusi¨®n
De pie en la primera fila, a pocos metros, la miraban el presidente del Senado y, en funciones, de la Rep¨²blica, el republicano Giovanni Spadolini; el ministro de Justicia, Claudio Martelli; el de Interior, Vincenzo Scotti, y las autoridades locales.
En una segunda fila, con menos protagonismo en el acto religioso, Calogero Manino, el hombre que controla en Sicilia m¨¢s votos de la Democracia Cristiana (DC) desde la muerte de Salvo Lima, el brazo derecho del presidente del Gobierno en funciones, Glulio Andreotti, y el secretario del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), Gianfranco Fini.
Fueron momentos de confusi¨®n enorme. La viuda de Schisano perdi¨® el habla y se abraz¨® a un sacerdote, antes de que se la llevaran en volandas para sentarla.
Familiares de otras de las v¨ªctimas se hab¨ªan echado sobre los cinco f¨¦retros alineados ante el altar, cubiertos con la bandera de Italia y la gorra de uniforme, los de los carabineros, con la toga y el birrete los de Giovanni Falcone y su esposa, tambi¨¦n magistrada, Francesca Morvillo.
Hubo un forcejeo dificilmente comprensible, y algunos polic¨ªas uniformados se interpusieron entre los familiares, el p¨²blico y los representantes pol¨ªticos, mientras el arzobispo bendec¨ªa con incienso los f¨¦retros.
Fue una escena de desesperaci¨®n en la que confluyeron rostros de magistrados conocidos, amigos de Falcone, como Carlo Palermo, Giuseppe Ayala o Giusto Sciacchitano, e incluso Antonio di Pletro, el juez que dirige la investigaci¨®n sobre la corrupci¨®n en Mil¨¢n. Explic¨® que el juez Giovanni Falcone le estaba ayudando a aclarar aspectos bancarios del caso en la ciudad suiza de Lugano.
Tras Pappalardo, un arzobispo que ha elevado en muchos grados la beligerancia anti-Mafia de la Iglesia cat¨®lica italiana, se vio al jesuita Ennio Pintacuda, concelebrante, asesor de Leoluca Orlando, l¨ªder del movimiento contra el crimen organizado La Rete. Tambi¨¦n vive bajo protecci¨®n policial.
"Podemos preguntarnos si los escoltas no deber¨ªan ser considerados in¨²tiles, vistos los medios que tienen los criminales", dijo el cardenal. "La amenaza proviene de un poder oculto que, al imperio de la ley, opone una prepotencia basada en el dinero. No podemos sufrir fatalmente todo esto, no podemos resignarnos", afiadi¨®.
El ministro Scotti escuchaba con gesto desolado, con la cara y hasta la cabeza cubiertas por sus manos. La gente aguantaba mientras la lluvia en la plaza para repetir el ritual de aplausos a los f¨¦retros y gritos a los pol¨ªticos.
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