Imposibilidad del exilio
El novelista norteamericano Allan Gurganus, que se ha paseado ante los fot¨®grafos espa?oles vestido de novelista norteamericano -traje a rayas, chaleco muy ce?ido, corbata de nudo grueso, zapatillas deportivas- y acaba de publicar una novela desaforada de mil p¨¢ginas, declara con melancol¨ªa que el exilio se ha vuelto imposible para sus compatriotas, para ¨¦l mismo. Un exiliado no es siempre alguien que ha de poner tierra de por medio para que no le pongan bajo tierra: el exilio puede ser, y a veces ha sido, un destierro voluntario, una manera de decir orgullosamente no y de marcharse de los escenarios de la vida de uno como se marchaban los profetas de las ciudades que los maldec¨ªan, sacudi¨¦ndose el polvo de las sandalias y neg¨¢ndose a volver los ojos para no quedar convertidos en estatuas de sal, en monumentos pat¨¦ticos a la nostalgia. Los desterrados espa?oles casi siempre lo han sido por razones estrictas de supervivencia o de puro asco hacia lo que dejaban atr¨¢s, pero en la tradici¨®n anglosajona, a la que pertenece Allan Gurganus, la decisi¨®n del exilio ha tenido algo de gallard¨ªa afirmativa y vital, y por eso hay historiadores c¨ªnicos que dicen que los ingleses se tomaron el trabajo de fundar un imperio para dotarse de pretextos que les permitieran huir con dignidad, incluso con hero¨ªsmo, de un clima infame y de una comida vomitiva. El romanticismo ingl¨¦s es una literatura escrita por fugitivos: Byron, Shelley, Keats. Lord Burton, que viaj¨® hacia las fuentes del Nilo, tradujo escrupulosamente los pormenores m¨¢s pornogr¨¢ficos de Las mil y una noches y lleg¨® a tales extremos de sabidur¨ªa que pudo escribir todo un volumen exhaustivo sobre la pr¨¢ctica de la cetrer¨ªa en el valle del Indo, fue un viajero vers¨¢til que se pas¨® la vida inventando motivos para huir de Inglaterra, hasta tal punto que lleg¨® a jug¨¢rsela disfraz¨¢ndose de ¨¢rabe para dar vueltas ceremoniosas y blasfemas en torno a la piedra Kaaba, a la que en 13 siglos no se hab¨ªa acercado nadie que no fuera musulm¨¢n. Graham Greene vivi¨® en un apartamento de dos habitaciones de la Costa Azul y fue a morirse a Z¨²rich. Robert Graves, exasperado por la sangre y el cieno de las trincheras de la guerra europea, se march¨® en 1919 a Mallorca y dej¨® escrito un libro que era un acta de rebeld¨ªa y una declaraci¨®n de principios: Adi¨®s a todo eso. Al mundo y a la clase en que se hab¨ªa educado, al pa¨ªs donde no volver¨ªa nunca, dedicado a mirar desde su casa de Mallorca los azules del Mediterr¨¢neo que tambi¨¦n hipnotizaron y embriagaron a Lawrence Durrell, que por tener un pa¨ªs, aunque fuera mentira, se invent¨® una culta y apasionada Alejandr¨ªa.Se exiliaron para vivir: ahora sus tumbas los recuerdan bajo cielos candentes, de una vehemencia azul que es el contrapunto exacto del azul p¨¢lido y vac¨ªo de los ojos del Norte. Ahora, Allan Gurganus, que acaso imagin¨® alguna vez la posibilidad de exilarse, viaja a Europa para contar en los vest¨ªbulos de los hoteles las peripecias de su novela de mil p¨¢ginas sobre la guerra civil americana y descubre que el exilio se ha vuelto imposible, no ya el exilio de los ilustrados y los republicanos espa?oles, de todos los que huyen para no asfixiarse en el aire viciado de las tiran¨ªas, sino tambi¨¦n el otro, el de los fugitivos anglosajones, los que buscaban para¨ªsos prometidos por los libros de viajes y los grabados de selvas y harenes de Oriente. Aunque me vaya de mi pa¨ªs no puedo salir de mi pa¨ªs, declara, aunque cruce oc¨¦anos y quiera esconderme a decenas de miles de kil¨®metros: en cualquier ciudad de cualquier continente encuentra la gran eme roja de un McDonald's, en el arroyo m¨¢s perdido del bosque amaz¨®nico flotar¨¢ al azar de la corriente una lata de Coca-Cola, en la habitaci¨®n m¨¢s claustrof¨®bica de cualquier hotel encender¨¢ la televisi¨®n y escuchar¨¢ las carcajadas industriales de una serie norteamericana, en el suburbio m¨¢s atroz de una ciudad espa?ola o bengal¨ª ver¨¢ a un ni?o que lleva con orgullo una gorra de b¨¦isbol y una camiseta de la Universidad Estatal de Ohio. Si no quedan v¨ªas de escape -y estoy citando el t¨ªtulo de un libro de memorias de Graham Greene- habr¨¢ que ir buscando el modo de emboscarse o de volverse invisible. Tal vez Allan Gurganus lo sab¨ªa antes de viajar a Espa?a y de encender la televisi¨®n en su hotel, y por eso decidi¨® esconderse tras una novela de mil p¨¢ginas.
Babelia
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