La hora de Europa
El resultado del refer¨¦ndum sobre el Tratado de Maastricht ha suscitado dudas y ha dado pie a conclusiones muy diversas. Me han llamado la atenci¨®n tres cuestiones que, sobre este asunto, se plantean en estos d¨ªas: en primer lugar, la noticia ha despertado cierta alarma sobre el futuro de Europa. En segundo lugar, para algunos, el resultado dan¨¦s pone de manifiesto el creciente rechazo de la ciudadan¨ªa hacia una construcci¨®n tecnocr¨¢tica que le resulta dificilmente comprensible y que adolece de un insuficiente control democr¨¢tico. En tercer lugar, se ha dicho estos d¨ªas que el no del plebiscito prueba la incapacidad de los pol¨ªticos para representar a sus ciudadanos, como demuestra el hecho de que el 80% del Parlamento dan¨¦s haya apoyado una opci¨®n, la ratificaci¨®n de Maastricht, que a continuaci¨®n ha sido desautorizada por la mayor¨ªa de los votos del refer¨¦ndum.Empecemos por la ¨²ltima de ellas: la contradicci¨®n evidente entre el resultado del refer¨¦ndum y la valoraci¨®n de Maastricht que hace una gran mayor¨ªa de la clase pol¨ªtica danesa ?debe llevarnos a la conclusi¨®n de que los pol¨ªticos no saben representar los intereses y la voluntad de sus electores? No estoy de acuerdo.
Vivimos tiempos de profundas transformaciones que no siempre resultan comprensibles para el hombre de la calle. Algunos tratan de ganar el favor de los perplejos ofreciendo soluciones m¨¢gicas y sencillas: el hombre providencial que interpreta directamente los deseos del pueblo, el conductor m¨¢ximo (ll¨¢mese Perot o Fujimori). Estas soluciones son, por fortuna, poco europeas.
Los reg¨ªmenes parlamentarios se corresponden con sociedades de una creciente complejidad, lo que refuerza la necesidad de los partidos pol¨ªticos como mediadores entre la voluntad popular y la gesti¨®n de los intereses p¨²blicos. Parece que, en este caso, la clase pol¨ªtica danesa no ha sabido explicar sus puntos de vista a su ciudadan¨ªa. Pero Dinamarca no ha dicho a¨²n su ¨²ltima palabra. Ante la radical contradicci¨®n entre el resultado del refer¨¦ndum y el voto en el Parlamento, la sociedad danesa tendr¨¢ que obtener una explicaci¨®n m¨¢s convincente, que le permita despejar sus dudas y sus temores.
Esto nos lleva a la segunda objeci¨®n: Maastriclit es un galimat¨ªas que consagra la impunidad de un grupo de tecn¨®cratas que dan gato por liebre a la in mensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n, que no entiende una palabra de la jerga comunitaria.
Todo proyecto pol¨ªtico tiene su propia ret¨®rica, y es cierto que la ret¨®rica con la que se solicita de la ciudadan¨ªa su respaldo al proyecto comunitario es una ret¨®rica prosaica. La Comunidad es la obra de unas gentes que desconfiaban de los himnos y las banderas. Los padres fundadores quer¨ªan levantar un proyecto pol¨ªtico sustentado en un soporte gris, de cemento armado: la racionalidad econ¨®mica y la precisi¨®n jur¨ªdica. No aspiraban a suscitar el entusiasmo. Recelaban, con raz¨®n, del entusiasmo.
Admitamos, pues, que la jerga comunitaria es aburrida y no siempre comprensible para el p¨²blico en general, como lo son tambi¨¦n, por ejemplo, el derecho procesal, la contabilidad o el solfeo.
Pero no estoy de acuerdo en que sea un ¨¢mbito de poder exento de control democr¨¢tico. Menos a¨²n puedo aceptar que el resultado del refer¨¦ndum dan¨¦s sea la expresi¨®n de una cr¨ªtica a ese d¨¦ficit democr¨¢tico. Porque, justamente, Maastricht refuerza de manera importante el control democr¨¢tico: consagra la ciudadan¨ªa europea otorgando derechos pol¨ªticos suplementarios, reconoce mayores poderes al Parlamento de Estrasburgo a trav¨¦s del procedimiento de codecisi¨®n, de una mayor coordinaci¨®n entre el Parlamento Europeo. y Parlamentos nacionales, de la investidura de la Comisi¨®n ante el Parlamento. Adem¨¢s, crea el Comit¨¦ de las Regiones, incorpora el derecho de petici¨®n, etc¨¦tera.
En todo caso, ese mayor control democr¨¢tico no se obtendr¨¢ s¨®lo por un mejor funcionamiento de las instituciones de la Comunidad, sino que requiere que las instancias de mediaci¨®n, es decir, la clase pol¨ªtica de los Estados miembros y los formadores de opini¨®n p¨²blica de cada una de nuestras sociedades, vayan adquiriendo cada vez m¨¢s conocimientos sobre este ¨¢mbito comunitario, irremediablemente complejo y voluntariamente prosaico.
Por eso, a veces, quienes tenemos la responsabilidad de gestionar y dar cuentas de los asuntos de la Comunidad Europea tenemos que optar entre dos males: el de informar a la opini¨®n p¨²blica en el lenguaje claro y simplificando al m¨¢ximo, a riesgo de que se nos malinterprete, o la tentaci¨®n de refugiamos en una terminolog¨ªa t¨¦cnica pensando que es preferible que no se nos entienda a que se nos entienda mal.
Cualquier opci¨®n es arriesgada, pues habr¨¢ siempre quien saque las conclusiones equivocadas: si uno dice que es importante defender una correcta profundizaci¨®n institucional, puede verse acusado de ser un enemigo de la ampliaci¨®n, y si afirma que un adecuado peso de los grandes puede contribuir a un mejor anclaje de la nueva Alemania, podr¨¢ ser caricaturizado como un desestabilizador de los peque?os.
En resumen, no veo claro que el refer¨¦ndum dan¨¦s sea una censura ante el insuficiente control democr¨¢tico de la construcci¨®n comunitaria, precisamente cuando Maastricht refuerza, sin duda, la legitimidad democr¨¢tica del sistema. S¨ª creo, sin embargo, que todos los formadores de opini¨®n tenemos que hacer un gran esfuerzo para lograr que los asuntos europeos se comprendan en la calle. No es f¨¢cil hablar lisa y llanamente de todas estas cuestiones sin asumir el riesgo al malentendido. Pero el no dan¨¦s muestra que la gente acaba por rechazar lo que no entiende.
La tarea de presentar a la ciudadan¨ªa las grandes opciones sobre Europa es la misi¨®n de los partidos pol¨ªticos y del Parlamento, y es tambi¨¦n misi¨®n de los medios de comunicaci¨®n se?alar y esclarecer lo esencial de este debate (por cierto, no deber¨ªa pasar inadvertido que, adem¨¢s del Parlamento dan¨¦s, la casi totalidad de la prensa danesa se pronunci¨® con toda claridad a favor del s¨ª).
Esto nos sit¨²a ante la primera y m¨¢s importante de las interrogantes que abre el no del refer¨¦ndum dan¨¦s. ?Hacia qu¨¦ Europa nos conduce Maastricht? ?Cu¨¢les son las consecuencias del refer¨¦ndum dan¨¦s en este proceso?
Ante todo, la Europa de manana ser¨¢, m¨¢s que ayer, la Europa que queramos los europeos.
Alguien ha se?alado que el rechazo popular dan¨¦siexpresa el miedo de Europa a ejercer, por vez primera en mucho tiempo, la responsabilidad de elegir libremente su futuro en un continente que ya no est¨¢ constre?ido por la rigidez del antagonismo de dos bloques militares.
Otros apuntanque la negativa de los daneses obedece a su v¨¦rtigo por los grandes espacios, contra el que emplean remedios homeop¨¢ticos: el culto a lo peque?o (small is beautiful).
En esta hora decisiva de Europa, Maastricht es un paso fundamental. Combina la unidad y la diversidad, consagra no s¨®lo un modelo econ¨®mico y social, solidario, sino la convivencia pac¨ªfica de monarqu¨ªas y rep¨²blicas, de sistemas unitarios y federales, de Estados grandes y Estados peque?os, entre izquierdas y derechas. Maastricht define unas reglas del juego que s¨®lo ser¨¢n ley si todos las aceptamos por los procedimientos democr¨¢ticos que cada pa¨ªs tiene establecidos.
La Europa de Maastricht hace compatible la ciudadan¨ªa europea con el papel de los Estados y el de las regiones o na-
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cionalidades. Es un proyecto de integraci¨®n, que no se agota a 12 ni se cierra. al mundo, sino que aspira a poder integrar al mayor n¨²mero posible de Estados europeos que deseen compartir la uni¨®n europea.
La medida de lo posible vendr¨¢ determinada por la necesidad de asegurar la solidez de la construcci¨®n. Cuanto mayor sea la altura del edificio mayor tendr¨¢ que ser la firmeza de sus cimientos. Por eso, ampliaci¨®n y profundizaci¨®n son ejercicios complementarios. Lo contrario pone en peligro la resistencia de la estructura, algo que no conviene a los que esperan fuera ni, claro est¨¢, a quienes estamos dentro.
El ¨¦xito en la construcci¨®n de una Europa estable y pr¨®spera es una empresa que no s¨®lo interesa muy directamente a nuestro continente, sino. que repercutir¨¢ en beneficio de las relaciones internacionales con otras ¨¢reas con las que Espa?a tiene fuertes lazos de historia y de familia.
En la hora de Europa, Dinamarca nos pide tiempo.
Le daremos el que necesite, y no deber¨ªamos perder el nuestro. ?se es el mensaje de la reuni¨®n de este jueves en Oslo. Los Estados miembros de la Comunidad han decidido continuar cada uno su proceso interno de ratificaci¨®n del Tratado de Maastricht.
En Espa?a, tambi¨¦n el debate en el Parlamento se abrir¨¢ en cuanto el Tribunal Constitucional emita el dictamen solicitado por el Gobierno para saber si la ratificaci¨®n del tratado requiere o no la reforma de la Constituci¨®n. Mientras tanto, los medios de comunicaci¨®n se hacen eco de la inquietud provocada por el refer¨¦ndum de Dinamarca.
As¨ª pues, el refer¨¦ndum dan¨¦s ha anticipado ante la opini¨®n p¨²blica un debate que, por razones muy serias de fondo y de procedimiento, las C¨¢maras ven aplazado.
?Cu¨¢l es, a mi juicio, el meollo de la cuesti¨®n? Responder a la pregunta de si a Espa?a y a los espa?oles les interesa apoyar la construcci¨®n de la uni¨®n europea.
Mi intenci¨®n hoy no es terciar en este debate. Me interesaba, tan s¨®lo, se?alar que del refer¨¦ndum dan¨¦s no se deber¨ªan deducir apresuradamente algunas conclusiones que me parecen equivocadas: ni el proyecto de Maastricht se ha desbaratado, ni la soluci¨®n consiste en sustituir el papel de los partidos pol¨ªticos por una apelaci¨®n al plebiscito, ni, por ¨²ltimo, apoyar Maastricht significa dar carta: blanca a los tecn¨®cratas.
Maastricht es un tratado complejo que se deber¨¢ explicar y debatir en el Parlamento y en la prensa. Y, a fin de cuentas, el Parlamento deber¨¢ decidir si interesa a Espa?a.
Esa misma pregunta es la que tendr¨¢ que responder Dinamarca.
Conf¨ªo en que espa?oles y daneses, tras un examen libre y sereno sobre la mejor defensa de nuestros intereses, acabaremos por ratificar Maastricht.
Si me preguntan la raz¨®n ¨²ltima de mi optimismo, responder¨ªa con una frase de Robert Schuman que Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez suele citar para explicar el suyo: soy optimista porque tengo paciencia.
La respuesta de los Doce a este inesperado contratiempo nos recuerda la importancia de la tenacidad y la paciencia, que son la piedra y la argamasa con las que en estos 40 a?os un grupo de sociedades democr¨¢ticas de Europa han construido pac¨ªficamente este s¨®lido edificio de la Comunidad Europea.
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