'Mea culpa'
Hace un cuarto de siglo, quise viajar a Estados Unidos por primera vez.Fui al consulado, ped¨ª la visa. El formulario preguntaba, entre otras cosas: "?Se propone usted asesinar al presidente,de Estados Unidos de Am¨¦ricaT'. Yo era tan modesto que ni siquiera me propon¨ªa asesinar al presidente de Uruguay; pero respond¨ª: "S¨ª". Estaba seguro de que la pregunta era una broma, inspirada por mis maestros Ambrose Bierce y Mark Twain.
El consulado me neg¨® la visa. Mi respuesta era una mala respuesta. Yo no hab¨ªa entendido. Y han pasado los a?os y, la verdad sea dicha, sigo sin entender. Disc¨²lpenme ustedes, por favor. Estoy confundiendo esta convenci¨®n de libreros norteamericanos con un confesionario de mi infancia cat¨®lica. Pero ?ante qui¨¦n podr¨ªa confesarse un escritor mejor que ante un librero? Y para muchos pecados ?no se requieren acaso muchos libreros?
Cada mafiana, para empezar el d¨ªa, desayuno noticias. En los diarios leo, por ejemplo, los frecuentes esc¨¢ndalos que acosan a los candidatos presidenciales. Y confieso que no consigo entender por qu¨¦ los pol¨ªticos norteamericanos son malos si tienen amores con bellas mujeres inofensivas, y en cambio son buenos si tienen amores con las grandes empresas que venden armas o veneno.
O leo sobre el env¨ªo de militares norteamericanos para luchar contra las plantaciones de droga en Am¨¦rica Latina. Y no hay caso, no me entra en la cabeza por qu¨¦ son malos los pa¨ªses que producen drogas, y malas las personas que consumen drogas, y en cambio es bueno el modo de vida que genera la necesidad de consumirlas.
En las p¨¢ginas de econom¨ªa leo que Estados Unidos ha importado 35.292 sostenes mexicanos durante 1991. Ni un sost¨¦n m¨¢s, porque a 35.292 llegaba la cuota de sostenes autorizada por el Gobierno. Y entonces, ni modo: no entiendo por qu¨¦ las barreras proteccionistas y los subsidios son buenos en Estados Unidos y, en cambio, son malos en Am¨¦rica Latina.
Neblinas del Bien y del Mal. En la prensa norteamericana veo los avisos que exhortan a comprar productos nacionales, ibuy american! y entonces tampoco entiendo por qu¨¦ son malos los productos japoneses que invaden el mercado norteamericano y, en cambio, son buenos los productos norteamericanos que invaden Am¨¦rica Latina.
Y no s¨®lo los productos. Imaginemos que los marines de M¨¦xico invaden Los ?ngeles para proteger a los mexicanos amenazados por los recientes disturbios. ?Bueno o malo?
Y hasta me pregunto: ?Y yo mismo? ?Soy bueno, yo? ?O soy malo? Me atormentan las dudas sobre mi identidad: dudas muy de nosotros, los escritores, bien lo s¨¦. Para nadie es un misterio que los escritores tenemos el alma condenada al infierno de la angustia incesante: en el centro de ese hervidero, nuevas dudas responden a cada certeza y nuevas preguntas responden a. cada pregunta. Pero mi angustia se multiplica en este fin de siglo, fin de milenio, porque yo tambi¨¦n s¨¦ que Estados Unidos anda en busca de nuevos malos que combatir.
Nostalgias del Imperio del Mal: all¨¢ en el Este, los malos se han convertido en buenos, y el resto del mundo est¨¢ siendo dram¨¢ticamente incapaz de producir los malos que el mercado militar demanda con urgencia. Yo todav¨ªa no entiendo por qu¨¦ eran malos los soldados de Irak cuando se apoderaban de Kuwait y en cambio eran buenos los marines cuando se apoderaban de Granada o Panama; pero hay que tener en cuenta que Sadam Husein, que fue bueno hasta fines de 1990, viene siendo malo desde principios de 1991. Evidentemente, un solo malo no alcanza. Siempre se puede echar mano a los malos de larga duraci¨®n, como Muanimar el Gaddafi o Fidel Castro; pero hay que reconocer que la oferta es pobre.
Confidencialmente confieso, y lo confieso con todas las letras, por dificil que me resulte: s¨ª, es verdad, s¨ª: yo no s¨¦ manejar autom¨®viles, no tengo computadora, nunca fui al psicoanalista, escribo a mano, no me gusta la tele y jam¨¢s he visto a las tortugas ninja.
Y m¨¢s, todav¨ªa: mi cabeza es calva y de izquierda. Vanos han resultado todos mis esfuerzos para que el pelo brote en mi desnudo cr¨¢neo y para corregir mi tendencia a pensar zurdamente. Hasta hace pocos a?os, en las escuelas ataban la mano izquierda de los ni?os zurdos para obligarlos a escribir con la mano derecha; y parece que eso daba buenos resultados. Para obligar a los adultos a pensar derechamente, las dictaduras militares usan terapias de sangre y fuego y las democracias usan la televisi¨®n. A m¨ª me han hecho probar ambas medicinas; y no hubo caso.
Admito que tengo, por ejemplo, una incapacidad biol¨®gica para percibir las virtudes de la libertad del dinero. A fines del aflo pasado, pongamos por caso, yo estaba con mi mujer en la mitad de un largo viaje, cuando quebr¨® Pan American. Ella y yo nos quedamos literalmente en el aire y sin avi¨®n. Tuvimos qu e pedir dinero prestado a unos amigos, y entonces yo interpret¨¦ el episodio seg¨²n mi limitada visi¨®n de las cosas: cre¨ª que la mano invisible del mercado me hab¨ªa robado dos pasajes.
Debo reconocer que me equivoqu¨¦. Ya no tengo ninguna esperanza de recuperar ni un centavo; pero ahora me doy cuenta de que Dios me hizo un favor. Astutamente, el Alt¨ªsimo utiliz¨® ese sutil procedimiento para convencerme de que no se puede andar por el mundo sin tarjeta de cr¨¦dito.
Yo no ten¨ªa. Lo confieso. Hasta hace poco, mi natural inclinaci¨®n al Mal me imped¨ªa esta felicidad. Yo cre¨ªa que la tarjeta de cr¨¦dito era una trampa m¨¢s de la sociedad de consumo. Cre¨ªa que los habitantes de las grandes ciudades modernas padecen la esclavitud por deudas, tanto como los indios d¨¦ Guatemala en las plantaciones de algod¨®n o de caf¨¦. Ahora se ha descorrido el velo que cubr¨ªa mis ojos, y veo: nadie es, si no es digno de cr¨¦dito. Ahora, yo soy. Debo, luego soy.
Pero la duda, porfiada sombra, vuelve al asalto. A mi cabeza se le da por pensar que mi pa¨ªs tambi¨¦n debe, y que cuanto m¨¢s paga, m¨¢s debe. Y cuanto m¨¢s debe, menos lo gobierna el Gobierno y m¨¢s lo gobiernan los acreedores. Y, sin embargo, Estados Unidos, que debe mucho m¨¢s que toda Am¨¦rica Latina junta, no acepta condiciones, sino que las impone. ?Ser¨¢ que es malo deber poco y en cambio es bueno deber much¨ªsimo?
Dudas, dudas. ?Y tantas dudas sobre mi propio trabajo! Me pregunto: ?Tendr¨¢ todav¨ªa destino la literatura en este mundo donde todos los ni?o's de cinco a?os son ingenieros electr¨®nicos? Y quisiera responderme: Quiz¨¢s el modo de vida de nuestro tiempo no resulte demasiado bueno para la gente, ni para la naturaleza; pero es sin duda muy bueno para la industria farmac¨¦utica. ?Por qu¨¦ no podr¨ªa ser tambi¨¦n muy bueno para la industria literaria? Todo depende del producto que se ofrezca, que ha de ser tranquilizante como el valium. y brilloso y light como un show de la tele: que ayude a no pensar con riesgo ni a sentir con locura, que evite los sue?os peligrosos y que, sobre todo, evite la tentaci¨®n de vivirlos.
Pero ocurre que ¨¦sa es exactamente la literatura que no soy capaz de escribir ni de leer. Condenado a la impotencia, no puedo escribir ni leer palabras neutrales. Y aunque hago todo lo posible, no consigo parar de creer que estos tiempos de resignaci¨®n, desprestigio de la pasi¨®n humana y arrepentimiento del humano compromiso, son nuestro desaf¨ªo pero no son nuestro destino.
Muchas gracias. He desahogado mi conciencia amparado en el secreto de confesi¨®n, y les ruego que no lo olviden. Ahora debo tramitar mi visa para entrar al Nuevo Orden Mundial. Ojal¨¢ no me pregunten si me propongo matar al presidente.
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