Personajes de sainete en el banquillo
Los etarras, explican en un tribunal de Par¨ªs la "guerra de Espa?a"
ENVIADO ESPECIALFran?oise Pagoaga, funcionaria de 36 a?os, era en 1989 un peso pesado en la infraestructura de ETA en el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s. Una mujer de confianza en cuyo piso de Anglet se ocultaba un verdadero arsenal y celebraban reuniones los principales dirigentes, incluido Francisco M¨²gica Garmend¨ªa, Pakito. Tras su detenci¨®n el 1 de diciembre, Pagoaga justific¨® su ¨ªntima colaboraci¨®n con los terroristas porque el Pa¨ªs Vasco espa?ol "se encuentra en estado de guerra". ETA y los suyos no se mueven un mil¨ªmetro de los argumentos de hace 20 a?os, pero ante el tribunal de Par¨ªs que empez¨® a juzgar el jueves a 22 presuntos terroristas aparecen ya como personajes de sainete.
Pagoaga y sus 10 compa?eros franceses acusados de ocultar en sus casas a los activistas y de guardar sus armas y sus explosivos, representan una ¨ªnfima, minor¨ªa en el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s. Pasaron del nacionalismo pol¨ªtico a la participaci¨®n en una "guerra" que se desarrolla, seg¨²n ellos, al otro lado de la frontera de los Pirineos.
Pagoaga no tuvo inconveniente en declararse ante la polic¨ªa y los jueces franceses partidaria "de la descentralizaci¨®n a fondo y el reforzamiento de los poderes del Pa¨ªs Vasco". Un programa que har¨ªa enrojecer de verg¨¹enza al m¨¢s moderado del PNV. Pero en Francia, agreg¨®, "existen medios democr¨¢ticos para avanzar por esta v¨ªa", mientras en Espa?a no los hay. "El proceso hist¨®rico es diferente", asegura, "la opresi¨®n no desapareci¨® con Franco y hay un estado de guerra, en el que ETA es una de las partes".
La funcionaria francesa, encarcelada desde diciembre de 1989, acompa?a desde el jueves en la Audiencia de Par¨ªs a Jos¨¦ Javier Zabaleta, Baldo; Jes¨²s Arkauz Arana, Josu de Mondrag¨®n, y Mikel Zarrabe, tres importantes, elementos del aparato militar etarra capturados entre el a?o citado y 1991. Pagoaga es la ¨²nica que parece desbordada por su situaci¨®n.
Baldo, el jefe del aparato militar hasta su detenci¨®n; Josu de Mondrag¨®n, su sucesor, y Zarrabe, responsable del paso clandestino por la frontera de personas y material, mantienen una actitud muy diferente. Asisten al juicio con aire de fastidio, como quien soporta un inesperado contratiempo. No reconocen al tribunal, pero no renuncian a recitar, como un catecismo, los fundamentos de la ideolog¨ªa de ETA.
En Espa?a hay presos pol¨ªticos, torturas cotidianas, ocupaci¨®n policial y militar del Pa¨ªs Vasco, el sistema democr¨¢tico es un simple decorado y Euskadi, un pa¨ªs que agoniza mientras la lengua vasca se extingue. La caricatura llega al punto de que Arkauz asegura haberse exiliado en 1983 por la persecuci¨®n policial que sufr¨ªa a causa de su pertenencia a LAB, un sindicato legal que cuenta con centenares de delegados.
Desde el banquillo de los acusados menos peligrosos, donde se sientan otros cinco espa?oles, Mar¨ªa Mercedes Urresti Motrico, acusada de recibir e instalar en Francia a los comandos, pretende a su vez haber huido de Espa?a porque la polic¨ªa le, hac¨ªa la vida imposible. La raz¨®n, seg¨²n ella, es que militaba en HB, un movimiento pol¨ªtico con decenas de sedes abiertas y centenares de diputados y concejales.
Pero los jueces franceses han decidido seguir el camino de la pedagog¨ªa p¨²blica. Tienen muy claro, seg¨²n el sumario, que se juzgan "delitos y cr¨ªmenes" relacionados con los asesinatos masivos en Espa?a, pero no reh¨²yen el terreno de las motivaciones pol¨ªticas para analizarlas y desmontarlas. No expulsan a nadie de la sala, soportan las soflamas de los acusados y no ahorran ni una sola de las preguntas, pese a la insistencia de los acusados en no contestar.
Los 11 franceses del banquillo pretenden mantener su respetabilidad, y justifican la colaboraci¨®n con ETA, en algunos casos muy estrecha, bajo capa de solidaridad con las v¨ªctimas de la opresi¨®n espa?ola. Odile Hiriat, por ejemplo, recurre a la est¨¦tica del culebr¨®n para explicar por qu¨¦ escond¨ªa a Jes¨²s Arkauz mientras ¨¦ste armaba hasta los dientes a los comandos: "Le quiero como es".
El magistrado Monfort parece empe?ado, pese a todo, en poner a sus conciudadanos ante el espejo de las matanzas perpetradas con el amonal que ellos guardaban en sus casas en saquitos negros de pl¨¢stico.
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