El mundo desde Epsom
Este a?o asisti¨® menos gente al derby que en otras ocasiones. Y ello a pesar del remozamiento de las venerables instalaciones del hip¨®dromo llevado a t¨¦rmino en los ¨²ltimos meses, que culmin¨® en la inauguraci¨®n de una elegante tribuna, el Queen's Stand, y a despecho del hermoso d¨ªa que amaneci¨®: soleado y tibio, con el c¨¦sped incomparable de los downs satinado por los recientes chaparrones del final de la primavera. Sin embargo, fue menos gente. Las previsiones relativamente optimistas de los organizadores auguraban unas cuarenta mil personas (diez mil menos, en cualquier caso, de las que all¨ª nos reun¨ªamos hace 15 a?os), pero no hubo mucho m¨¢s de veinte mil. ?Y era el Derby Day, una fiesta que hac¨ªa suspender el siglo pasado las deliberaciones del sesudo Parlamento brit¨¢nico, paralizando con el ¨¦xtasis de su galope la pol¨ªtica, los negocios y hasta imponiendo a los desesperados el aplazamiento del suicidio! "Ya que me voy a matar, me mato el lunes que viene", pensaba el potencial suicida, "y as¨ª me entero de qui¨¦n gan¨® el ¨²ltimo derby. ?Total, para cuatro d¨ªas que va a vivir uno ... !". Supongo que por eso el derby se ha corrido siempre en mi¨¦rcoles, el primer mi¨¦rcoles de junio, un d¨ªa oficialmente laborable: para que quedara bien claro que los ingleses dejaban de parlamentar, de trabajar, de ligar o de pegarse un tiro a causa de una resplandeciente carrera de caballos y no por ninguna otra causa banal. No era la tregua de Dios, administrada por los curas, sino la tregua del derby, manejada por los bookmakers. ?Cosas del dulce ayer! Porque los ¨²ltimos a?os, y sobre todo ¨¦ste desdichad¨ªsimo del 92, peor que ninguno...Y no es que la carrera se presentase sin alicientes. La prueba estaba tan abierta a la gloriosa incertidumbre del turf que hab¨ªa no menos de seis favoritos empatados en apuestas, seguidos de cerca por otra media docena de candidatos de repuesto, tambi¨¦n con buenas posibilidades de triunfo. El morbo lo garantizaba la participaci¨®n, dudosa hasta el ¨²ltimo momento, de Rodrigo de Triano ' montado por el maestro Lester Piggott. El caballo ven¨ªa de ganar las Dos Mil Guineas inglesas y las irlandesas, pero ambas pruebas se corren sobre una milla de distancia, mientras que el derby es sobre milla y media... y una milla y media agravada por las ondulaciones de la pista de Epsom, para no hablar de su empinada curva en Tattenham Corner, capaz de apuntillar a jacos de poco fuelle y jinetes de poca monta. El pedigr¨ª de Rodrigo est¨¢ fraguado para la velocidad pura y dura: es dif¨ªcil imaginarlo ganando m¨¢s all¨¢ de una milla ni aunque la pista fuese toda cuesta abajo... ?Ah!, pero debe considerarse el factor P?ggott! El rey sin corona de Epsom va a cumplir 57 a?os y ha ganado el derby nueve veces, la primera a los 18: r¨¦cord absoluto, pues se considera que s¨®lo jinetes excelent¨ªsimos y muy afortunados han logrado vencer en la prueba m¨¢s de tres veces. Adem¨¢s, Lester se hab¨ªa jubilado como jinete hace seis a?os, ha pasado m¨¢s de dos en la c¨¢rcel por evasi¨®n de impuestos, y volvi¨® hace uno y medio a las pistas. Sus adoradores estamos dispuestos a creerle capaz de cualquier cosa en cuanto tiene un caballo. debajo y nos encantan sus explicaciones lac¨®nicas, brindadas en un murmullo impenetrable. As¨ª cuando a su regreso a la fusta un curioso le pregunt¨® bobamente c¨®mo pensaba montar ahora y ¨¦l gru?¨®: "Como sol¨ªa antes: una pierna a cada lado". ?No podr¨ªa Lester, contra toda
videncia racional, hacer que Rodrigo aguantase 800 metros m¨¢s de lo gen¨¦ticamente debido? Despu¨¦s de todo, si alguien se merece un 10 es Piggott y por el momento s¨®lo lleva nueve derbies...
De modo que muchos de los pocos que fuimos a Epsom lo hicimos en espera del milagrito. Adem¨¢s, a los hispanos nos hubiese gustado que ganase un Rodrigo, aunque fuera de Triano, porque ya estamos algo fatigados de tanto nombre ¨¢rabe como debemos aprendernos ¨²ltimamente, desde que todos los campeones pertenecen a los sheiks del petr¨®leo. Para que se hagan una idea, uno de los favoritos de este a?o se llama Alnasr Alwasheek, que significa algo tan bonito como victoria inminente, pero que suena un poco raro a o¨ªdos rum¨ªes. No han faltado, sin embargo, ganadores de derbies con nombre castellano: el ¨²ltimo fue Secreto, que bati¨® por corta cabeza a
RA¨²L El Gran Se?or (padre, precisamente, de Rodrigo), y Lester gan¨® hace a?os -tambi¨¦n apretadamente- sobre Roberto, as¨ª llamado en homenaje de su propietario americano a un gran jugador de b¨¦isbol de la ¨¦poca. De todas formas, muchos de los nombres ¨¢rabes para los caballos son muy hermosos y no me gusta menos un Shahrastani que un Rodrigo de Triano. Lo que temo ahora es tener que aprenderme los nombres de los campeones japoneses, que sin duda ser¨¢n dentro de pocos a?os los ¨²nicos rivales capaces de derrotar a los propietarios ¨¢rabes en los hip¨®dromos europeos...
En los d¨ªas de la reuni¨®n h¨ªpica de Epsom, los peri¨®dicos ingleses no hicieron m¨¢s que hablar de los reiterados intentos de suicidio de Lady Di. Monarcas, pr¨ªncipes y princesas perdieron una excelente ocasi¨®n de suicidarse en masa all¨¢ por 1792, lo que les hubiera convertido en personajes tr¨¢gicos de la historia; ahora, por mucho que se empe?en en desgraciarse, ya nunca pasan de figuras de vodevil para la prensa del coraz¨®n. Entre tanta paparrucha, una noticia triste de veras: la muerte del entra?able actor Robert Morley, el hermano de Katherine Hepburri en La Reina de ?frica o el jefe de la banda en La burla del diablo, entre muchos otros papeles de caracter¨ªstico truculento y orondo. Morley fue un gran aficionado a los caballos, compro algunos y perdi¨® mucho dinero con ellos, pero, eso s¨ª, disfrutando siempre a tope. Cuando firmaba contrato para representar una obra teatral inclu¨ªa una cl¨¢usula estipulando que no habr¨ªa funci¨®n el d¨ªa del derby. Adem¨¢s de actor fue un aceptable escritor (en torno a temas h¨ªpicos o gastron¨®micos, sobre todo) y le encantaba bromear con mucha seriedad fuera de escena. Cuentan que un d¨ªa, en Sidney, coincidi¨® en unos estudios de televisi¨®n con mister McMahon, que hab¨ªa sido primer ministro australiano hasta el mes anterior. Ambos estaban sentados en espera de ser entrevistados ante las c¨¢maras y en la silla de al lado alguien hab¨ªa dejado un instrumento musical. "?De d¨®nde le viene su afici¨®n al banjo?", pregunt¨® Morley para entablar conversaci¨®n con el desconocido. Fr¨ªamente, McMahon le inform¨® de que no tocaba el banjo. "Claro, perdone usted, c¨®mo he podido equivocarme... Ya veo que es una guitarra. ?Cu¨¢ndo aprendi¨® usted a tocar la guitarra?". El ex primer ministro aclar¨® que ¨¦l se dedicaba a la pol¨ªtica. "Raz¨®n de m¨¢s para celebrar que haya apren-
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El mundo de Epsom
Viene de la p¨¢gina anterior dido usted guitarra y pueda tambi¨¦n ganarse honradamente la vida con ella" aprob¨® calurosamente Morley; "me han di cho que el mundo de la pol¨ªtica est¨¢ lleno de bribones". Muy mosqueado, McMahon te hizo saber que hab¨ªa sido primer mi nistro del pa¨ªs hasta el mes anterior. ','?Y bien que le deben ha ber venido ahora sus conocimientos d¨¦ guitarra, cuando se ha quedado sin empleo!". Etc¨¦tera. ?Viejo y querido Robert Morley! Muri¨® un Derby Day, como le correspond¨ªa. ?C¨®mo lo hubiera dicho Borges? "Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas....'.
En fin, que Rodrigo y Lester no ganaron el derby, porque lo que no puede ser, no puede ser y adem¨¢s es imposible. No le demos m¨¢s vueltas al asunto. Una de las m¨¢s irritantes man¨ªas de los malos novelistas y malos cineastas del momento es hablar de una est¨¦tica de los perdedores. Que un perdedor pierda no tiene ninguna est¨¦tica y s¨ª mucha l¨®gica. Si el que pierde es un ganador habitual, ya puede tener la cosa su granito de poes¨ªa. Pero lo verdaderamente hermoso, lo que renueva el inicial entusiasmo est¨¦tico, es que el ganador gane. Y ¨¦se fue Doctor Devious, montado por el irland¨¦s John Reid, visitante habitual desde hace a?os de nuesttros humildes hip¨®dromos espa?oles. Menos gente que otras veces, ya digo, en la tarde vibrante de Epsom, 212 a?os despu¨¦s de que Diomed ganase el primer derby. ?La sempiterna crisis? ?Precio excesivo de las entradas? ?O quiz¨¢ se ha hecho ya inviable mantener el derby un d¨ªa laborable y habr¨¢ que desplazarlo al fin de semana? ?Muere la que fue gran fiesta, reducida a la simple estatura de una carrera entre otras? No soy de los que creen que el mundo se hace inhabitable porque desaparecen las modas y las ideas de anta?o. Estoy seguro de que la vida de ma?ana seguir¨¢ siendo maravillosa e infernal, como la de hoy y la de ayer. Pero cada cual tiene derecho a enterrar su coraz¨®n en lo que ama: el m¨ªo tiene su madriguera en Epsom, all¨ª donde toman los caballos la curva de Tattenham. Latir¨¢ mientras dure el derby y se desvanecer¨¢ con ¨¦l.
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