Ese viejo y nuevo partido
En la primavera de 1979 publicaba el PSOE un libro, bastante bien presentado, cuyo t¨ªtulo era similar al que encabeza esta p¨¢gina. Hab¨ªa sido pensado como pr¨®logo de aquel XXVIII Congreso que d¨ªas m¨¢s tarde sacud¨ªa por sorpresa a propios y extra?os, pero que a la postre termin¨® acondicionando al partido para hegemonizar la vida pol¨ªtica y pilotar las transformaciones de la sociedad espa?ola durante m¨¢s de una d¨¦cada. Ha llovido bastante desde entonces, in cluso diluviado para algunos. Es verdad que casi todo ha cambiado y que tambi¨¦n la historia de un modo desconcertante se ha acelerado a nuestro alrededor. Y se da la paradoja de que siendo las de claraciones pol¨ªticas el acta nota rial m¨¢s insistente de las convulsiones del presente, sin embargo, poco o nada que fuera motivado por aqu¨¦llas se mueve en el interior de las organizaciones pol¨ªticas. Los partidos, en su funciona miento interno, se resisten a asimilar ese tan nombrado proceso de cambio generalizado y son parsimoniosos a la hora de acompasar su ritmo a lo que se cuece en su entorno.Este siglo que arranc¨® confiado en las revoluciones pol¨ªticas, est¨¢ comprobando, a la vista de los acontecimientos que se agolpan en su final, que el poder de la pol¨ªtica no es el de "cambiar el mundo de base", sino, en todo caso, el de reparar algunas de sus m¨¢s apremiantes aver¨ªas. Cuando ya declina el siglo XX constatamos que el horizonte moral del liberalismo es a la vez insuficiente e irrebasable y que las revoluciones pol¨ªticas que realmente merecieron la pena, la francesa y la americana, se produjeron hace 200 a?os. ?No trastoca este punto de vista la concepci¨®n que muchos ten¨ªan de la pol¨ªtica? ?No pone en entredicho tambi¨¦n la l¨®gica organizativa a trav¨¦s de la que hasta ahora se ha regimentado buena parte de la actividad pol¨ªtica?
La izquierda, que desde un principio deposit¨® sus esperanzas en las energ¨ªas emancipadoras de la raz¨®n pol¨ªtica, contempla c¨®mo resulta cada vez m¨¢s dif¨ªcil aglutinar una mayor¨ªa social disponible para un programa de reformas y se enfrenta al peliagudo dilema de tener que diluir su identidad o condenarse a una cierta marginaci¨®n pol¨ªtica. Precisamente para resolver estos problemas muchos partidos socialdem¨®cratas, entre ellos el PSOE, establecen que socialismo es profundizaci¨®n de la democracia, pero no terminan de darse cuenta de lo que compromete hacerse cargo del despliegue de la democracia: transformaciones en los h¨¢bitos de los partidos, un funcionamiento in¨¦dito de las instituciones y una relaci¨®n bien distinta de los partidos con los individuos y con otras organizaciones.
Dec¨ªa Kelsen, ya en 1929, que s¨®lo la ilusi¨®n o la hipocres¨ªa pueden creer que la democracia es posible sin partidos pol¨ªticos". Creo que esas palabras mantienen su vigencia, porque los partidos contin¨²an siendo el cauce principal de la representaci¨®n democr¨¢tica y el medio id¨®neo para organizar la participaci¨®n pol¨ªtica. Pero no deber¨ªan resistirse a transformaciones inaplazables. Tradicionalmente, los partidos han asignado a la moral un papel privilegiado a la hora de legitimar sus pol¨ªticas. Hoy, lo que de verdad moraliza la convivencia es la inspiraci¨®n democr¨¢tica, el triunfo del procedimiento frente a cualquier c¨®digo moral determinado. Como suele decirse, lo verdaderamente importante no es qui¨¦n gobierna sino c¨®mo se gobierna. Claro que esto supone enterrar una variada tradici¨®n de iluminismo pol¨ªtico y una inercia jacobina a la concentraci¨®n del poder. Ahora que aqu¨ª se oyen ecos de sucesi¨®n, bueno es recordar que el reto no es el de sustituir a unos por otros, sino el, de fijar un nuevo c¨®digo del funcionamiento de los partidos que mejore las pol¨ªticas finalistas y los controles democr¨¢ticos en bien de la eficacia y de la capacidad de representaci¨®n de aqu¨¦llos.
Tambi¨¦n los partidos pretenden desarrollar una actividad que sea inteligente y se proponen garantizar una administraci¨®n racional de lo p¨²blico. Para ello se requiere, hoy m¨¢s que nunca, conocimiento experto y abundantes flujos de informaci¨®n. Claro que entonces la habilidad para la maniobra o la capacidad de intriga deber¨¢n ceder su posici¨®n de privilegio en la actividad partidaria a la solvencia t¨¦cnica y al conocimiento competente; la llamada intuici¨®n pol¨ªtica tendr¨¢ que dar paso a las t¨¦cnicas de evaluaci¨®n de resultados y al control del rendimiento; y, en ese caso, en los ¨¢mbitos de decisi¨®n pol¨ªtica disminuir¨¢n los cortesanos, porque nada refuerza tanto el autoenga?o y el enga?o de los dem¨¢s como la actitud del cortesano.
Mejorar la representaci¨®n
A veces se acusa a los partidos de. pervertir la funci¨®n de representaci¨®n democr¨¢tica, ya sea porque ¨¦sta es secuestrada en ciertos casos por algunos de sus dirigentes, o bien porque la misma se privatiza, sobre todo cuando el poder se ejerce simplemente como un reparto por arriba de la influencia social -lotizaci¨®n, en la jerga italiana- Lo cierto es que en ambos casos se desarrolla en quienes as¨ª act¨²an un sentimiento de propiedad sobre los partidos pol¨ªticos, postergando de ese modo el sentido de ciudadan¨ªa. As¨ª las cosas, nada de extra?o tiene que el poder pol¨ªtico sea visto por los grupos poderosos econ¨®micos y financieros como objeto del deseo y como un mercado apetecible, y nada de extra?o tiene tampoco que tambi¨¦n para las sectas de car¨¢cter religioso y afines represente un campo de excepci¨®n para la pr¨¢ctica del entrismo. Son, pues, los vicios de la representaci¨®n democr¨¢tica los que alimentan el auge de la "pol¨ªtica invisible", con cuyo concurso aquellos grupos de presi¨®n y tales asociaciones semisecretas intentan, sin los costes que comporta el ejercicio reglado de la actividad pol¨ªtica, hegemonizar la opini¨®n p¨²blica primero y controlar la agenda pol¨ªtica despu¨¦s.
?C¨®mo mejorar entonces la capacidad de representaci¨®n de los partidos? Ante todo, tom¨¢ndose en serio el liberalismo pol¨ªtico, por cierto, el ¨²nico realmente disponible. Esto supone una disposici¨®n firme a no hacer trampas en ning¨²n caso a la legalidad, que es, por otra parte, la mejor manera de rendir homenaje a esa virtud de la transparencia considerada por Kant clave para la supremac¨ªa moral de un r¨¦gimen pol¨ªtico democr¨¢tico. El liberalismo pol¨ªtico implica tambi¨¦n interiorizar que la democracia, al tiempo que gobierno de las mayor¨ªas, es imperio del procedimiento, ampliaci¨®n de derechos inalienables de los individuos y fueros para las minor¨ªas, logrando as¨ª garantizar el pluralismo, favorecer la poliarqu¨ªa y ser un freno a la inercia de un poder perpetuo y concentrado.
Escuelas de ciudadan¨ªa
En sociedades tan complejas como las actuales, que tienden a fragmentar la sindicaci¨®n de intereses, no resulta f¨¢cil alzarse con una representaci¨®n global y un potencial de cohesi¨®n como el que pretenden los partidos. Con frecuencia, en el interior de los mismos se escucha decir que para que esto sea viable hay que "abrirse a la sociedad". Pero me temo que para algunos eso signifique todav¨ªa lanzarse como misioneros a ocupar el mundo y ganarlo para la "buena nueva", cuyo conocimiento es un don reservado a los partidarios. Se trata m¨¢s bien de que sean los partidos quienes abran sus ventanas de par en par a los aires de fuera, cultiven una sensibilidad proclive a la articulaci¨®n de la diversidad social y est¨¦n atentos a los impulsos moralmente m¨¢s relevantes y con ascendencia en la opini¨®n p¨²blica generalizada. Abrirse a la sociedad es, asimismo, no desentenderse de una dial¨¦ctica de negociaci¨®n y de una cultura que al profesar el pluralismo entienda sus propias respuestas como el logro de un compromiso entre inclinaciones e impulsos contrapuestos.
Tras un tiempo de dificultades e, incluso, de naufragios a causa de la incontinencia pol¨ªtica, no deber¨ªan los partidos confiarlo todo al poder del Estado, y para robustecer su potencial de representaci¨®n tendr¨ªan que afrontar -una cierta desestatalizaci¨®n y recuperar aires de asociacionismo voluntario. En fin, habr¨ªa que hacer de los partidos escuelas de ciudadan¨ªa, donde los partidarios sean m¨¢s aliados que s¨²bditos, donde los amateurs encuentren realmente ¨²til su aplicaci¨®n y comprueben que su intervenci¨®n condiciona las decisiones, ya sea a trav¨¦s de elecciones primarias para la selecci¨®n de candidatos, la elecci¨®n directa del secretario general por el conjunto de los afiliados o reservando cupos a los no profesionalizados como pol¨ªticos, o bien por medio de cualquier otra iniciativa que incentive la participaci¨®n de los militantes "a tiempo parcial" desde la perspectiva del ejercicio de los derechos y el fomento de la responsabilidad p¨²blica de los ciudadanos.
Puede que todas estas transformaciones parezcan m¨¢s bien borrosas, pero de aceptarlas como postulados de un programa de dinamizaci¨®n de la vida de los partidos desencadenar¨ªa cambios en sus inercias, en el sistema de asignaci¨®n de poderes, en el reclutamiento de los que se dediquen a la pol¨ªtica y en ese c¨®digo que a veces y de modo inconfesado regula la cohesi¨®n interna basada tanto en la relaci¨®n jer¨¢rquica como en la permuta de fidelidad por seguridad. La sensaci¨®n de v¨¦rtigo que todo esto puede producir afecta por igual al iluso que intenta adelantar las innovaciones con la fuerza de sus deseos como al inmovilista que ni siquiera las toma en consideraci¨®n. Frente a uno y otro cabe el talante reformista que se pertrecha para conducir ese ineludible proceso de cambio, asimilando las transformaciones y adaptando sus costumbres a los nuevos territorios. En democracia, lo que ahora nos parece esplendoroso, deviene pronto obsoleto y las conquistas m¨¢s preciadas hoy acaban siendo s¨®lo el soporte de las reivindicaciones de ma?ana. Y es que, como ya anunciaron otros antes que yo, alargar la celebraci¨®n del triunfo acarrea el peligro de morir de empacho o simplemente de hast¨ªo.
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