Un gran toro
Hubo un gran toro en la tarde. El problema es saber cual, pues los autores no se ponen de acuerdo. Para unos autores, gran toro fue el cuarto: serio y con trap¨ªo, poderoso e inv¨¢lido (lo cual no es ninguna contradicci¨®n en la tauromaquia moderna), crecido al castigo que le propin¨® un tal Espartaco desde lo alto del percher¨®n; romaneador, fijo en el peto donde recargaba y fijo tambi¨¦n en los enga?os cuando rara vez el diestro Manolo Cort¨¦s le daba oportunidad de demostrarlo, porque se los escamoteaba. Para otros autores, gran toro fue el tercero: casta?o chorreao o quiz¨¢ m¨¢s valdr¨ªa decir atigrao (de tigre le viene el nombre); deslumbrante de capa, en efecto, y bonito de l¨¢mina tambi¨¦n; inv¨¢lido en el primer tercio, pronto y noble en el segundo, encastado, moderadamente codicioso e inequ¨ªvocamente pastue?o en el tercero, en cuyo transcurso no tuvo ni un mal gesto, ni un mal pensamiento, y eso ya es santidad teniendo en cuenta el crispado toreo que le daba Rafi, de la Vi?a sin venir a cuento.El crispado toreo de Rafi de la Vi?a era como para poner de los nervios a cualquiera y, sin embargo, el toro no se pon¨ªa de los nervios, ni nada. Los aficionados s¨ª, y le recriminaban al torero que no se embraguetara, que no cargara la suerte, que no templara los derechazos y los naturales que en n¨²mero cuantioso e indeterminado -llam¨¦mosle equis- le estuvo pegando al toro bello y bueno. Pegando, esa es la palabra. Le llegan a cambiar a Rafi, de la Vi?a la muleta por un l¨¢tigo y le habr¨ªa pegado de latigazos. "?Qu¨¦ gran toro para un toreo!", se oy¨® gritar donde se gritan siempre las calificaciones de los examinandos en la plaza de Las Ventas. O sea, en la c¨¢tedra. Una c¨¢tedra que ayer estaba sola y a sus anchas. Aquel p¨²blico de San Isidro -el del whisky y el canap¨¦; y en la solapa, un clavel-, aquel p¨²blico nuevo que lo aplaud¨ªa todo, y aclamaba a las figuras, y echaba del coso a los aficionados, ese no estaba, ni volver¨¢ a estar en Las Ventas, hasta la isidrada pr¨®xima, si es que, para entonces, la fiesta de los toros sigue siendo el espect¨¢culo de moda.
Sorando / Cort¨¦s, Cascales, Vi?a
Toros de Rom¨¢n Sorando, con gran trap¨ªo, inv¨¢lidos casi todos (2?, ilidiable por este motivo), encastados, manejables excepto 6?; 3? pastue?o, 4? poderoso y bravo.Manolo Cort¨¦s: pinchazo hondo atravesado pescuecero bajo y tres descabellos (silencio); media perpendicular atravesada delantera y dos descabellos (algunos pitos). Manuel Cascales: pinchazo hondo atravesad¨ªsimo trasero escandalosdamente bajo (silencio); dos pinchazos, estocada corta atravesada y cinco descabellos (silencio). Rafi de la Vi?a: pinchazo, otro hondo escandaloso cerca del brazuelo y media descaradamente baja (pitos); dos pinchazos y estocada corta escandalosamente baja (silencio). Plaza de Las Ventas, 21 de junio. Media entrada.
Sal¨ªan toros con trap¨ªo y con casta. Al primero, reserv¨®n de suyo, Manolo Cort¨¦s lo cit¨® mucho con la derecha y no lleg¨® a darle ni un solo pase. Al cuarto, gran toro seg¨²n algunos autores, le dio varios derechazos sin quietud ni convicci¨®n. El segundo toro constituy¨® el borr¨®n lamentable de la corrida. Inv¨¢lido total, la plaza entera lo protest¨® con verdadera indignaci¨®n, pero presid¨ªa la corrida el comisario Lamarca, y ya es sabido que el comisario Lamarca se distingue por no hacer ni caso de las protestas, menos a¨²n si provienen de la c¨¢tedra. De manera que la lidia fue bochornosa, el tercio de varas convertido en un simulacro, el toro desplom¨¢ndose en cuanto Manuel Cascales ten¨ªa la pretensi¨®n de darle dos pases seguidos. Una oportunidad perdida para el torero (y un atraco a la afici¨®n, dicho sea de paso), pues el quinto era de los que no embisten; de los que, al alcanzar la pa?osa, se paran y derrotan, y, naturalmente, Manuel Cascales no pudo cuajar un solo muletazo completo, pese a sus reiteradas porf¨ªas por ambos pitones.
El sexto -?625 kilos de esqueleto, m¨²sculo y cuernos!- poderoso de los que derriban -y derrib¨®-, bravuc¨®n de los que atacan prontos mas al sentir la mordedura de la puya se repuchan o huyen de la quema, tardeaba en plan cobardica al cite de Rafi, de la Vi?a, si bien cuando se decid¨ªa a embestir lo hac¨ªa humillado y franco. Rafi de la Vi?a, seguramente voluntarioso, en cambio no aprovech¨® las embestidas buenas. Tampoco era de extra?ar: si hab¨ªa enviado al desolladero sin torear de verdad (y con las orejas puestas) al precioso atigrao de encastada nobleza, lo l¨®gico era que hiciese lo propio o a¨²n peor con g¨¦nero de calidades no tan contrastadas.
La forma en que Rafi de la Vi?a envi¨® al desolladero a sus dos toros merece menci¨®n especial. Los pas¨® por las armas, as¨ª de sencillo. Montaba la espada, arreaba el mandoble donde cayera y donde ca¨ªa era en los indefensos blandos bajeros del incauto animal. Uno de los espadazos lo cal¨® por cerca del brazuelo. No anduvo solo en la ejecuci¨®n de estas artes carniceras porque Manolo Cort¨¦s y Manuel Cascales tambi¨¦n hac¨ªan de las suyas. La afici¨®n estaba consternada. El gran toro pastue?o y el gran toro bravo los discutir¨ªa la afici¨®n en cuanto a su cabal grandeza, pero de ninguna de las maneras merec¨ªan morir acuchillados. Destoreados y acuchillados. Sea usted toro bravo para eso.
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