Mis farsas
En la madrugada de ayer, como cada a?o, unos cuantos Juanes nos damos cita en una azotea llena de gatos asustados para ponemos perdidos de bengalas, petardos y discos escuchados de memoria. Colgamos nuestra infancia entre guirnaldas de papel y acabamos comprendiendo que la estela de la p¨®lvora estallando en la negrura tambi¨¦n puede ser algo perfectamente seno, tal vez porque nuestros mayores nos contaron que la noche de San Juan era un peque?o territorio de la mente, una especie de aduana fronteriza en la que se perciben las diferencias entre el pirot¨¦cnico y el dinamitero, entre las burbujas del aire y las del cava en vaso de pl¨¢stico. Cada a?o tambi¨¦n atamos una esponja empapada de alcohol a un enorme globo de papel y lo soltamos mientras suena la banda sonora del 2001 y contamos a nuestros hijos peque?os que ese globo, y otros muchos que los hombres lanzan esa noche, se quedan colgados del techo del cielo y sirven para reponer las estrellas fugaces que caen al cabo del a?o. Y los ni?os se lo creen, y nosotros tambi¨¦n. Y as¨ª, en las noches clar¨ªsimas de Navidad, siempre hay un ni?o que se pregunta s¨ª aquella estrella no ser¨¢ la que inventamos al final de la noche de San Juan.Todo este ritual privado es absolutamente in¨²til, pero de ¨¦l vamos alimentando nuestros d¨ªas y ya no nos preocupa la adocenada vulgaridad de nuestros actos. Tenemos ganas de fiesta y la vamos a buscar tras una antorcha ol¨ªmpica o en el fondo de una Copa de Europa, aunque luego los maestros nos consideren meros tontos ¨²tiles al servicio de la farsa. Nos ense?aron a ser integrados cr¨ªticos y hoy, ya ven, se nos han vuelto apocal¨ªpticos. Nunca fuimos pr¨ªncipes, y ahora, por lo visto, ni siquiera somos l¨²cidos. Tal vez hace tiempo que vivimos instalados en la farsa y en los ritos. Pero se hace dif¨ªcil censurar la farsa ajena desde nuestra peque?a tragedia compartida.
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