El Canto idealizado de Kiri Te Kanawa
Llenazo el viernes en la Maestranza y jornada de triunfo para Nueva Zelanda cuya embajada musical ha sido extraordinaria y plenipotenciaria. La embajadora se llama Kiri Te Kanawa, una soprano hecha mito que, con frecuencia, parece un ave fant¨¢stica encarnada en soprano.
Desde hace 20 a?os, cuando cant¨® la condesa de Las bodas de F¨ªgaro en el Coven Garden, Te Kanawa encandila el ¨¢nimo de todos los p¨²blicos del mundo, tanto los espec¨ªfica y a veces mani¨¢ticamente l¨ªricos como los de los interesados por la m¨²sica en sus ¨²ltimas verdades. A trav¨¦s de su voz a¨¦rea, idealizada, incre¨ªblemente fluida, de su afinaci¨®n exact¨ªsima, de su sereno y admirable frasear, de su irresistible dicci¨®n, Kirl Te Kanawaa hace m¨²sica grande all¨ª donde alza el vuelo de su canto.
Hac¨ªa mucho que no estren¨¢bamos el Exultante jubilate, de Mozart, quien a los 17 a?os dej¨® una de sus m¨¢s felices r¨²bricas en el c¨¦lebre Aleluya. Estrenar, digo, porque el gran privilegio de la m¨²sica es el de ser una bella durmiente en el lecho de la partitura que cobra vida, de pronto, en cualquier rinc¨®n de la geograf¨ªa y en cualquier instante de la historia.
No menos in¨¦ditas resultaron las emocionantes versiones de los ¨²ltimos lieders de Strauss, ese intenso e ¨ªntimo adi¨®s a la vida de un hombre genial que la am¨® por encima de todas las cosas.
Colabor¨® muy bien la Sinf¨®nica de Nueva Zelanda que dirige actualmente el alem¨¢n Franz-Paul Decker, titular de la Orquesta Ciudad de Barcelona hasta el a?o pasado. Su concepci¨®n de El amor brujo , de Manuel de Falla, puntual, carente de t¨®picos espa?olistas pero, tambi¨¦n, de magia. Mejor qued¨® la suite de El caballero de la rosa, con su juego de opulencias y delicadezas sonoras, su nostalgia y su vitalidad.
Como testimonio de la m¨²sica neozelandesa, escuchamos la obertura Aotearoa, de Douglas Lilburn (1915), m¨²sico al que tanto debe la m¨²sica de su pa¨ªs y que mostr¨® uno de los muchos aspectos de su obra, el teatral. Lilburn ha practicado el neoclasicismo, el popularismo, el romanticismo tard¨ªo y hasta la electr¨®nica. Era interesante tener constancia, cuando menos, de su figura.
Babelia
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