Un cigarrito para calentar la voz
A Camar¨®n nunca le gust¨® ir al m¨¦dico. Frecuentaba a los curanderos y a los sabios, como hace su gente. Hacia a?os que le hab¨ªan diagnosticado una mancha en los pulmones, pero ¨¦l no iba a preocuparse por eso.Como buen gitano, s¨®lo viv¨ªa, y adem¨¢s intensamente, el presente. S¨®lo al final, cuando se sinti¨® muy malito, se prest¨® a entrar en un hospital y a ponerse en manos de los doctores. Ni entonces fue capaz de dejar de fumar. Dos de. sus hermanos, fumadores empedernidos como el Camar¨®n, que llegaba a consumir 60 cigarrillos cada d¨ªa, est¨¢n enterrados junto a ¨¦l en el cementerio de San Fernando.
Su vicio era la nicotina: "Yo para cantar me tomo mi copita y luego para calentar la voz me fumo mi Winston", les dec¨ªa a sus amigos. Lo otro, la coca¨ªna y el caballo, eran para los tiempos de espera. S¨®lo sus amigos saben que su muerte no tiene nada que ver con el sida. ?l dec¨ªa que no le gustaban las agujas, que nunca se pinch¨®.
Tampoco se preocup¨® nunca por el dinero. "?Os ha gustao?", sol¨ªa preguntar a sus amigos, productores y representantes cada vez que grababa un disco o acababa un concierto. Era lo ¨²nico que le preocupaba de verdad. Lo otro eran cosas materiales. Sin embargo, algunos de sus allegados se mostraban preocupados estos d¨ªas por la situaci¨®n econ¨®mica de la familia. Deja viuda y cuatro hijos. El menor, Joseiyo, fue bautizado pocos meses antes de la muerte de su padre. Y cuentan que s¨®lo las pruebas y el tratamiento al que fue sometido en un hospital norteamericano costaron cerca de 15 millones de pesetas.
'Gracias, Camar¨®n'
Tomatito, que durante estos tres d¨ªas se ha mantenido en todo momento al lado de la familia, recibi¨® el viernes el cad¨¢ver de su amigo en el aeropuerto sevillano. Cuando un agente de la guardia civil trataba de explicarle que un veh¨ªculo policial abrir¨ªa el cortejo en direcci¨®n a la isla, el guitarrista replic¨®: "?y por qu¨¦ no van detr¨¢s?"
S¨®lo en el ¨²ltimo momento, cuando su segundo padre entraba en el cementerio, sinti¨® que no pod¨ªa m¨¢s y se fue. Ni siquiera las gafas oscuras consegu¨ªan ocultar sus ojeras.
Tomate, el guitarrista que creci¨® a su lado y el que fue su c¨®mplice y su escudero, no volver¨¢ a escuchar a su maestro gritarle, mientras cog¨ªa su guitarra para jugar a equivocarse: "A ver si pierdes el comp¨¢s". Y as¨ª se divert¨ªan como ni?os. Pero los ni?os tambi¨¦n se mueren.
Ayer, poco despu¨¦s de que fuera enterrado el pr¨ªncipe gitano, el m¨²sico Kiko Veneno, buen amigo del cantaor con el que colabor¨® en La Leyenda de tiempo, brindaba as¨ª por el maestro: "Gracias, Camar¨®n!".
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