Si no fuera por la merienda...
Corte / Dom¨ªnguez, Guti¨¦rrez, Paquiro
Cinco toros del Conde de la Corte (uno fue rechazado en el reconocimiento), y 4, de Mar¨ªa Olea, bien presentados en general, mansos y deslucidos, excepto 6? bravo.
Roberto Dom¨ªnguez: Media estocada trasera, dos descabellos y se tumba el toro (aplausos); pinchazo, estocada corta trasera y descabello (silencio).
Jorge Guti¨¦rrez: dos pinchazos, otro baj¨ªsimo, dos descabellos y se tumba el toro (pitos); estocada trasera ladeada (silencio). Paquiro: dos pinchazos y descabello (silencio); estocada y descabello (dos orejas); sali¨® a hombros. Plaza de Pamplona, 10 de julio. Quinta corrida de Feria. Lleno de "no hay billetes".
Si no fuera por la merienda, a buena hora iban a ir los pamploneses a los toros. En muchos si t¨ªos, y en Pamplona sobre todo, se va a los toros por tradici¨®n, es cierto, pero no se va para aburrirse. Y la feria est¨¢ siendo aburrid¨ªsima. Esta quinta corrida sanferminera, tambi¨¦n. ?Por culpa de los toros? Bueno, los toros resultaron deslucidos en su mayor parte, es cierto, mas los toreros no hicieron nada para aliviarlos con torer¨ªa.Como atacados de espeso y pernicioso muermo, estaban los toreros. Nerviosos, inseguros y con ganas de correr en cuanto embest¨ªa el toro, ninguno aport¨® el m¨¢s m¨ªnimo sentido lidiador; ninguno ejecut¨® las suertes con el esmero que demandan las reglas del arte. Todo lo cual no impidi¨® que uno de ellos, Paquiro, cortara dos orejas y saliese de la plaza a hombros, acompa?ado por un estruendoso coro que le aclamaba "?torero!".
"?Torero, torero!", gritaban los mozos de las pe?as y Paquiro estaba en la gloria. Qu¨¦ hab¨ªa hecho Paquiro para merecer ese triunfo, no era procedente preguntarlo. Paquiro es pamplon¨¦s, y punto. ?No dicen en Madrid que ser madrile?o es un t¨ªtulo? Pues ser de Pamplona merece dos orejas y rabo. De hecho la presidenta de la corrida sac¨® tres veces, tres, el pa?uelo blanco, y eso significa que concedi¨® las dos orejas y el rabo. Si luego el rabo no fue cortado, quiz¨¢ se debi¨® a que intervinieron los poderes f¨¢cticos o a la miop¨ªa del alguacilillo.
Paquiro tore¨® tanto al toro de las dos orejas como al de ninguna oreja, con pamplonesa decisi¨®n. En el primero de los mencionados tuvo mucho m¨¦rito, pues aquel toro result¨® ser bronco e incierto; el peor de la corrida. En el segundo, menos, pues result¨® ser encastado y noble; el mejor de la corrida. Pero al p¨²blico pamplon¨¦s le daba exactamente igual. Cuantos destemplados pases instrumento Paquiro, se los jaleaba con ol¨¦s encendidos, y cuando abati¨® al toro bravo de un certero descabello, la plaza se convirti¨® en un clamor: "?La oreja!". "?La otra!". "?La-o-tra!", exig¨ªa la afici¨®n, enfervorizada. Y la presidenta, se puso a pegar pa?uelazos, como si se hubiera vuelto lila de repente.
El primer toro tambi¨¦n embisti¨® boyante y Roberto Dom¨ªnguez, tras iniciar su faena, ligando valerososo pases de rodillas, se puso a torear deslabazado, piquista y corret¨®n. Finalmente, tras media estocada, mont¨® la ceremonia del descabello, fall¨® los dos golpes que dio, -y la gente se re¨ªa. Ahora bien, no r¨ªe m¨¢s quien r¨ªe primero, sino el ¨²ltimo, y Roberto Dom¨ªnguez concert¨® tomarse cumplida venganza.
Los toros peores correspondieron al mexicano Jorge Guti¨¦rrez, y no es de extra?ar que anduviera desordenado y espantadizo. Dicen quienes saben, que el toro mexicano es suav¨®n, y en tal caso no debe estar acostumbrado Guti¨¦rrez a semejantes guerras. Tampoco el p¨²blico pamplon¨¦s est¨¢ acostumbrado a que los toreros se asusten tanto. Los toreros espa?oles, si se asustan, lo disimulan. Los toreros espa?oles, aun asustados o compungidos, saben poner cara de tigre al acecho.
Tirar l¨ªneas
Roberto Dom¨ªnguez, por ejemplo, es un artista del disimulo. Roberto Dom¨ªnguez coge un toro -el cuarto toro condeso, si ir m¨¢s lejos-, se pone a tirar l¨ªneas, y tal parece que lo est¨¢ sometiendo a an¨¢lisis de laboratorio. A Roberto Dom¨ªnguez, en estos casos, s¨®lo le falta una lupa para descubrirle al toro las garrapatas. Le facilit¨® la tarea a Roberto Dom¨ªnguez que el p¨²blico estuviera entonces merendando. En habiendo merienda, al p¨²blico lo mismo le da natural que trapazo, corte que cortijo. Ni una sola vez se paso por delante Roberto Dom¨ªnguez el toro -seguramente de lejos lo ve¨ªa mejor- y luego perpetr¨® la venganza que hab¨ªa maquinado desde aquellas risas por sus descabellos fallidos. De manera que fue y descabell¨® limpiamente, sin montar la barroca ceremonia del descabello ni nada. Con la propia espada con que hab¨ªa estoqueado al toro lo descabell¨®: la sac¨® del lomo, la clav¨® en el testuz. "Para que os fastidi¨¦is", debi¨® pensar. Y se retir¨® a sus cuarteles de invierno. Sin embargo, nadie se sent¨ªa fastidiado. Con los bocadillicos de pimienticos rojos, con las tortillicas rellenas de chistorrica y con el champanico, fastidiarse era imposible. Y, por si fuera poco, cay¨® de postre un hojaldre de cabello de ¨¢ngel que los amigos hab¨ªan tra¨ªdo de Almaz¨¢n. O sea, que mereci¨® la pena ir a los toros. Dios premia la inocencia, es evidente.
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