La ciudad y su evoluci¨®n
El autor plantea en este art¨ªculo tres medidas necesarias para alcanzar desde ellas una regeneraci¨®n del medio urbano, cada vez m¨¢s deteriorado respecto al medio rural. Y a continuaci¨®n expone las actitudes concretas que pueden hacerlas viables. Todo ello, observando la sabidur¨ªa que dan nuestras propias esencias.
Desde la cultura urban¨ªstica se discute la calidad y medida de las pol¨ªticas m¨¢s atinadas para una intervenci¨®n que realice las mejoras de las ciudades y aumente la calidad de la vida de los ciudadanos que habitamos en ellas. Para centrar esta discusi¨®n apuntamos un dato: el desarrollo reciente de nuestras ciudades en el periodo del ¨²ltimo medio siglo. En Espa?a, en 1940, un 70% de la poblaci¨®n resid¨ªa en el medio rural y s¨®lo un 30% lo hac¨ªa en las grandes ciudades. Hoy, 50 a?os m¨¢s tarde, reside en las aglomeraciones urbanas de medio y gran tama?o el 70% de la poblaci¨®n.Las pol¨ªticas econ¨®micas desarrollistas, de industrializaci¨®n y acometimiento de infraestructuras que se abordaron a partir de los a?os sesenta iniciaron un proceso que ha logrado que al d¨ªa de la fecha la residencia en los n¨²cleos rurales est¨¦ mejor equipada, sea m¨¢s arm¨®nica y disponga de indicadores de calidad de vida m¨¢s elevados.
El problema aflora con toda su crudeza en la manera de vivir que se ha instalado en nuestras ciudades. El urbanismo no es ya una disciplina sectorial, es la pol¨ªtica por antonomasia. Toda pol¨ªtica ha de ser urbana porque las ciudades son su objeto. El reto que han de atender nuestros gobernantes es c¨®mo conseguir una transformaci¨®n de nuestras ciudades con vistas a un futuro inmediato. 0 nuestras ciudades se transforman, o nuestra sociedad perder¨¢ lo poco que a¨²n le queda de ordenada, coherente y solidaria.
Una ciudad no es m¨¢s que la manifestaci¨®n en el espacio de los modos en que una sociedad se organiza. Si apreciamos desorden en nuestras ciudades hay que buscar ese desorden en la sociedad que las ha hecho. En Hermes Trimegisto se aprende que todo lo que est¨¢ dentro, est¨¢ fuera, y todo lo que est¨¢ arriba, est¨¢ abajo. ?C¨®mo podemos pedir a una sociedad que sea justa si nosotros no lo somos? ?Cabe esperar juicio en nuestros gobernantes si la sinraz¨®n anima muchas de nuestras pr¨¢cticas sociales? ?Hay orden en nuestros esp¨ªritus? ?C¨®mo puede haber orden entonces en nuestras calles?
Y en este escenario de confusi¨®n se habla de una pol¨ªtica del transporte, de una pol¨ªtica de infraestructura, igualmente de suelo, tambi¨¦n de vivienda, etc¨¦tera..., y para coordinarlo todo, la acci¨®n del Gobierno mediante una pol¨ªtica presupuestaria. Llegamos al nuevo Moloch: la t¨¦cnica presupuestaria como manifestaci¨®n de la voluntad pol¨ªtica y cabida de todas las intenciones.
Esta visi¨®n sectorial -las visiones globales, desgraciadamente, desaparecieron de nuestro horizonte hace mucho tiempo- manifiesta su propia debilidad a trav¨¦s d¨¦ las conductas que la desarrollan.
?C¨®mo se entiende, si no, que esta sociedad defienda la conservaci¨®n medioambiental y, a la vez y desde las mismas posiciones se proponga una mayor flexibilidad en la aplicaci¨®n del aborto?
En el fondo, ¨¦l problema es otro: es el sistema de valores lo que est¨¢ en crisis. Se ha producido una transferencia a lo social y a lo p¨²blico de aspectos tan fundamentales de la individualidad que el hombre est¨¢ cada vez m¨¢s desarmado e impotente en orden de imponer raz¨®n y juicio en este c¨²mulo exponencial de conocimientos tecnol¨®gicos.
Y eso se aprecia en la relaci¨®n de lo p¨²blico con lo privado. Si deseamos que un Estado sea moderno, habremos de procurar que sea modesto. La modernidad del Estado (garante y administrador de lo p¨²blico) estriba en la limitaci¨®n moderna de sus propias competencias. En esa defensa habr¨¢ de ser inflexible, pero igualmente habr¨¢ de ser inflexible en no anular las potencias y facultades del cuerpo civil de la sociedad, porque tras esa p¨¦rdida de competencias civiles, viene el vac¨ªo de la capacidad individual y la p¨¦rdida individual de los valores morales.
Dos ciudades en una
Y en la ciudad todo esto se manifiesta de manera muy evidente.
Las ciudades en que vivimos fueron creadas en otros momentos de nuestra historia, y mediante operaciones de cirug¨ªa se han ido acomodando a cada uno de los momentos sociales de los que han sido albergue y escenario. Cada modelo social, seg¨²n los valores dominantes de ese momento, ha intervenido en la ciudad.,
Veamos, no obstante, que la ciudad siempre ha manifestado una dualidad: ser a la vez dos ciudades en una. Una ciudad p¨²blica, simb¨®lica, realizada por los poderes del Estado como manifestaci¨®n en el espacio del orden que anima a ese poder, expresando en su intervenci¨®n espacial su sistema de mitos, ritos y s¨ªmbolos. Es la ciudad monumental, administrativa y l¨²dica.
De otra parte, la sociedad civil ha constituido otra ciudad m¨¢s dom¨¦stica, el soporte de la otra (sin la cual esa ciudad p¨²blica no existir¨ªa), en donde se manifiestan los valores ciudadanos m¨¢s privativos, dom¨¦sticos, la moral privada. Es la ciudad de la residencia, del comercio, de las actividades.
La primera no se entiende sin la segunda, que es constante en su discurrir y en su reposici¨®n, que por implicar menor inversi¨®n se acomoda mejor a las necesidades de lo inmediato y corrige mejor sus desajustes. El pacto entre ambas es la labor del gobierno de las cosas urbanas. Y mientras ambas partes sean modestas en su actitud e inflexibles en la defensa de las competencias y valores -que no son transferibles, el modelo de nuestras ciudades funcionar¨¢.
El exceso de competencias de los administradores sobre los administrados ha lesionado ese equilibrio y ha pervertido la din¨¢mica. As¨ª pues, el pacto con los ciudadanos se sustituye con la participaci¨®n ciudadana, vemos c¨®mo se pervierte incluso el lenguaje al aducir la "raz¨®n pol¨ªtica" como perversi¨®n ling¨¹¨ªstica que encubre la sinraz¨®n o el libre albedr¨ªo del gobernante.
Y este proceso de suplantaci¨®n ha desequilibrado la balanza y el principio de dualidad ha quedado alterado por raz¨®n de la p¨¦rdida de modestia en el Estado y por la p¨¦rdida de principios individuales en la sociedad civil, que as¨ª queda inerme ante cualquier tropel¨ªa.
Por eso, ante todo ello, es necesario abordar tres medidas necesarias para plantear desde ellas una regeneraci¨®n de nuestro medio urbano.
1. Una recuperaci¨®n de la conciencia social civil como motor fundamental de, la transformaci¨®n de la ciudad.
2. Una reducci¨®n del Estado al papel modesto y fundamental de ejemplificar en sus obras, en su ciudad, el esquema de valores y mitos de nuestra cultura tradicional.
3. Un pacto de ambos motores mediante la desdramatizaci¨®n administrativa y normativa del fen¨®meno de la ordenaci¨®n urbana.
Actitudes concretas
Estas tres medidas se instrumentan mediante actitudes concretas:
a) El redise?o de la ciudad p¨²blica mediante la recuperaci¨®n de la Arquitectura, disciplina ¨¦sta que va del coraz¨®n del hombre a sus asuntos.
b) La cirug¨ªa sobre la ciudad residencial acomod¨¢ndola a los nuevos modos de la relaci¨®n urbana.
c) Una estrategia de conservaci¨®n de lo realmente conservable, que no es todo. El proteccionismo ha llegado a extremos rid¨ªculos en el ansia catalogadora, y por conservarlo todo, todo se pierde.
?stas son medidas necesarias, pero para que fueran completas habr¨ªamos de obtener, en el plano individual, la reconstrucci¨®n de nuestro esquema de valores acordes a nuestra tradici¨®n cultural, y en el plano colectivo entender, de manera p¨²blica, que no todo es objeto de transacci¨®n y merece la pena afirmarse en los criterios de sabidur¨ªa, de fuerza y de belleza que forman parte de nuestro sentir hist¨®rico.
Y con todo ello, y para llegar a la situaci¨®n de que las cosas sean necearias, completas y justas, en el fondo no hay m¨¢s que procurar de nosotros mismos la sabidur¨ªa que da mirarnos en nuestra esencia, la fuerza que da la fe en lo que creemos y la belleza que contemplamos al identificar nuestros deseos con el resultado de nuestros trabajos y esfuerzos.
es arquitecto.
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