Torpes pretensiones de originalidad
En 1910, un estudio hoy casi olvidado, Selig Polyscope, edit¨® una regulaci¨®n interna para sus actores en la cual constaba, en el primer ep¨ªgrafe del documento, la prohibici¨®n de mirar frontalmente a la c¨¢mara: quienes estaban sentando las normas de la narraci¨®n cinematogr¨¢fica entendieron muy pronto que la mirada a la c¨¢mara (al espectador) pod¨ªa perturbar la deseada naturalidad del relato que se estaba contando.Esa regla de oro, respetada casi siempre por el Hollywood cl¨¢sico (con excepciones: el musical es una, no en vano viene del teatro de variedades, y alg¨²n filme aislado, como el inclasificable y genial Loquilandia de H. C. Potter), salta ahora por los aires por obra y desgracia de un se?or que responde por Bruce A. Evans, ex estudiante de cine en la universidad estadounidense de California y novel realizador: Kuffs arranca con una confesi¨®n de su protagonista, interpretado por el actor Christian Slate, quien se permite interrogar / incordiar al respetable con el expeditivo recurso de mirar frontalmente a la c¨¢mara... y soltarle su rollo.
Kuffs, poli por casualidad (Kuffs, 1991),
De Bruce A. Evans, con Christian Slater, Tony Goldwyn, Milla Jovovich, Bruce BoxIeitner. Estreno en Madrid: Vaguada, Multicines Coslada, Las Rozas Multicines.
Claro est¨¢ que ni Slate es Liv Ullmann ni mucho menos Bruce A. Evans es el gran cineasta y hombre de teatro sueco Ingmar Bergman, y en lo ¨²nico que se parecen Kuffs y La hora del lobo es en que ambas han sido rodadas en celuloide. Descartada la hip¨®tesis de la investigaci¨®n narrativa, habr¨¢ que concluir que la ¨²nica pretensi¨®n de Bruce A. Evans es, sencillamente, la de caer gracioso. Simp¨¢tico, vamos: el gui¨®n no da para m¨¢s.
Disparatada partida
Por ning¨²n otro concepto ser¨¢ recordada esta descerebrada comedia de acci¨®n que es Kuffs: poli por casualidad. Por si fuera poco disparatado su punto de partida, su acci¨®n lo es todav¨ªa m¨¢s, ya que coloca a un redomado cretino en la improbable tesitura de responder como un h¨¦roe. Como es de suponer, el planteamiento resulta del todo incre¨ªble.
Est¨¢ de m¨¢s decir que la intenci¨®n del se?or Evans de resultar simp¨¢tico tampoco funciona: la pel¨ªcula es cualquier cosa menos eso. Aunque s¨ª es sintom¨¢tica de los abismales niveles de estupidez en que cae, cada vez con mayor asiduidad, un cine otrora tan creativo como el norteamericano.
Y del estado actual de una exhibici¨®n cinematogr¨¢fica que se desvive por proponer al p¨²blico tonter¨ªas como ¨¦stas, mientras pel¨ªculas que se lo merecen mucho m¨¢s duermen el sue?o de los justos.
Poderoso caballero, don Dinero, y arrogante. Tambi¨¦n, c¨®mo no, inculto.
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