La ¨®pera imposible de Vittorio Gassman
Estreno de 'Ulises y la ballena blanca' sobre la novela de Herman Melville
"Me pregunto si es posible hacerle justicia a Moby Dick en el cine", escribe John Huston en sus memorias. La respuesta, la de Huston, a tenor de su propio filme, es "no". ?Y en el teatro? Vitez dec¨ªa que puede hacerse teatro con todo, y buen teatro. Yo pienso que con Moby Dick puede hacerse una buena ¨®pera -tal vez ya se haya hecho, no lo s¨¦- y, con mayor dificultad, aunque no resulta imposible, un buen espect¨¢culo teatral. Tal vez lo m¨¢s adecuado fuera un buen musical, una estructura h¨ªbrida, como la propia novela de Melville: una mezcla afortunada de ¨¦pica, l¨ªrica, metaf¨ªsica y Reader's Digest. Pero siempre sin caer en el rid¨ªculo: los gestos enloquecidos y la mirada fija de Barrymore (en una versi¨®n cinematogr¨¢fica anterior a la de Huston); el deseo irresistible de hacerle danzar al Pequod, el nav¨ªo ballenero, una triste rumba oceanica, como si en vez del capit¨¢n Achab fuese Dagoll-Dagom quien gobernase la nave; o la tentaci¨®n, no menos irresistible, de convertir a Moby Dick, al albino cachalote, en ilustre antepasado del bicho de Tibur¨®n (versi¨®n segunda y tercera).Gassman conoce estos riesgos y otros, lo que, a la postre, no le impedir¨¢ caer en alguno de ellos. Su concepci¨®n, su dise?o del espect¨¢culo, parece jugar la carta, la estructura de la novela: entre el musical y la ¨®pera, con algo de teatro al principio. El espect¨¢culo comienza con un pr¨®logo de media hora de duraci¨®n que se escenifica a la entrada del Auditorio. La tripulaci¨®n del Pequod baila y canta rodeada por el p¨²blico, mezcl¨¢ndose con ¨¦l; el capit¨¢n Peleg, encaramado a un tinglado de feria, imparte una lecci¨®n de cetolog¨ªa. Luego aparece Ismael (Alessandro Gassman, el hijo del matattore), que grit¨¢ a trav¨¦s del micr¨®fono inal¨¢mbrico la c¨¦lebre frase del comienzo de la novela: "Chiamatemi Ismaele" ("Llamadme Ismael") y sigue, a grito pelado, cont¨¢ndonos las razones de su pr¨®ximo viaje en el Pequod. El pr¨®logo finaliza con la aparici¨®n nada menos que de Adolfo Marsillach, quien, asomando la cabeza a trav¨¦s de un ventanuco que hace las veces de p¨²lpito, nos suelta, en castellano, parte del serm¨®n del padre Marpple (Orson Welles en el filme de Huston; lo mejor del filme). Rid¨ªculo.
Todo ese pr¨®logo es un disparate, al menos en la plaza del Auditorio; un disparate grit¨®n (Ismael no debe gritar) y rid¨ªculo (el d¨ªa 17, el padre Mapple ser¨¢, dice, Nuria Espert. Otro dulce, envenenado, para el matattore). Luego el p¨²blico penetra en el Auditorio y es recibido por una banda de m¨²sica -El Arrayan- mientras ocupa sus asientos. Incre¨ªble.
El gigantesco escenario del Auditorio est¨¢ ocupado por el esqueleto del Pequod: un ballenero de 40 metros de largo por el que se pasea, corretea, brinca y salta la tripulaci¨®n: una veintena de hombres. El escenario se zampa el espect¨¢culo. Como musical, queda pobre, rid¨ªculo. La coreograf¨ªa no abraza esas dimensiones y se queda, a veces, en un chiste. Un chiste que tiene protagonista propio; el salvaje Queequeg, el arponero del cuerpo tatuado, compa?ero de Ismael, que en el espect¨¢culo de Gassman resulta ser un boy escapado de una horterada broadwayana.
Escuela rom¨¢ntica
Queda la ¨®pera. El libreto es de Melville y la m¨²sica es de Pavese, el l¨ªrico traductor de Moby Dick (Frassinelli, Tur¨ªn, 1932). Una m¨²sica que se adapta perfectamente a la voz de Gassman. La interpretaci¨®n del matattore se decanta, con todos los matices, con todas las correcciones. que quieran, hacia la escuela rom¨¢ntica. Su Achab es rom¨¢ntico, byroniano.
Tiene momentos espl¨¦ndidos, pocos, aderezados con ramalazos de un humor mediterr¨¢neo que Melville no hubiese sospechado jam¨¢s. Llena el escenario. Queda claro que el espect¨¢culo ha sido construido por Gassman, con la ayucla de Renzo Piano -ambos genoveses- a su justa medida. A la medida del matattore; un hombre de 70 a?os todav¨ªa con "un gran porvenir distro le spalle ".
Y, por si a¨²n quedase alguna duda, ah¨ª est¨¢ ese final en el que Achab se toma Ulises, el Ulises de la Comedia dantesca, para ligar, en un golpe de magia, y darle un cierto sentido, un sentido que va m¨¢s all¨¢ de la novela de Melville, al espect¨¢culo.
Un espect¨¢culo que yo titulaIr¨ªa Llamadme Vittorio. Porque ese hombre de 70 a?os no es Achab, no es tan s¨®lo el matattore Achab; es, tambi¨¦n, Ismael, el joven Ismael, su propia sangre. Ese Ismael que cada vez que "mi ritrovo sulla bocca una smorfia amara", cada vez que "mi sorprendo a sostare senza volerlo davanti ai magazzini di casse da morto, o ad accodarmi a tutti i funerali che incontro", sabe que ha llegado el momento de embarcar, de enrolarse en el Pequod, de subir al escenario.
Llamadme Vittorio. El de los grandes miedos, pero tambi¨¦n aqu¨¦l, el fil¨®sofo Ismael, cuya visi¨®n va mas all¨¢ de la calvinista y vengativa retina del capit¨¢n Achab. De ah¨ª ese balenare (en italiano: aparecer y desaparecer en un instante) del Ulises dantesco, en la voz, ¨²nica, de Vittorio Gassman.
En el Auditorio, entre Soledad Becerril y Carmen Romero, ante ese espacio gigantesco, rid¨ªculo; para tanta intimidad -los miedos siempre son ¨ªntimos-, hay que hacer un verdadero esfuerzo para escuchar la ¨®pera imposible de Meville-Pavese-Gassman. Como espect¨¢culo, yo no dar¨ªa un duro por ¨¦l. Como ¨®pera, como ¨®pera imposible, val¨ªa, vale todo el oro de las Am¨¦ricas.
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