D¨ªas de perros
Este verano habr¨¢n sido abandonados en Espa?a, a tenor de las ¨²ltimas estad¨ªsticas, alrededor de 50.000 perros. De ellos, cerca de la mitad habr¨¢ muerto intentando volver a sus hogares, y el resto acabar¨¢, tras vagabundear durante un tiempo por las ciudades o por el campo, en manos de cualquier desaprensivo o, en el mejor de los casos, en los hornos crematorios de los mataderos municipales. Los del verano son, pues, d¨ªas de perros para muchos de esos animales.Su tragedia, sin embargo, comienza normalmente mucho antes. El ni?o de la casa ve un buen d¨ªa un anuncio en la televisi¨®n en el que un perro hace malabarismos anunciando una bebida o la programaci¨®n televisiva de la semana y enseguida pide uno de verdad para entretenerse ¨¦l ense?¨¢ndolo. El perrito, claro est¨¢, no aprende nada -ni falta que le hace-, pero lo que s¨ª hace es crecer, y engordar, y ladrar, y hacerse grande, y as¨ª, cuando llega el verano, se ha convertido ya en un estorbo, como la suegra o el abuelo, para ir con ¨¦l por ah¨ª de viaje. Es entonces cuando el padre de familia, que nunca fue partidario del todo de tener el perro en casa, lo mete en el maletero del coche y lo deja abandonado en cualquier parte. Antes de que llegue a casa, lo normal es que el perro ya haya sido atropellado.
El abandono de perros que de manera masiva se produce cada a?o en toda Espa?a no es sino un s¨ªntoma m¨¢s, ni siquiera el m¨¢s grave, del cari?oso trato que los espa?oles seguimos dando a los animales, pero, tambi¨¦n, y en igual grado, del ego¨ªsmo que dirige ¨²ltimamente la mayor¨ªa de nuestros actos. No lo abandones. ?l no lo har¨ªa dec¨ªa ingenuamente la campa?a que, con la foto de un mast¨ªn abandonado en la mitad de una autopista, las autoridades espa?olas emprendieron este a?o con el fin de apelar a la conciencia de la gente para que no abandonara a sus perros en verano, ignorando que muchos de ellos acababan de abandonar al propio padre en la sala de urgencias del hospital m¨¢s pr¨®ximo, sin que realmente tuviera nada, o en la gasolinera de al lado de su casa. Este pa¨ªs, est¨¢ claro, nunca, pasar¨¢ de democristiano.
Hace ya 12 a?os que convivo con un perro (con una perra, para ser exactos) y puedo asegurarles que poca gente me ha dado en la vida tantas satisfacciones sin pedirme nada a cambio. Como todos los de su especie, mi perra es fiel, leal, inteligente, cari?osa (a veces demasiado), amiga de mis amigos y celosa de la casa, y, por si fuera poco, re¨²ne, adem¨¢s, otras dos virtudes que cada vez escasean m¨¢s entre los humanos: es discreta y te deja trabajar, y, al contrario que las mujeres que yo conozco (supongo que con los hombres ocurrir¨¢ otro tanto), mientras m¨¢s tarde vuelves a casa m¨¢s alegre y contenta te recibe. Yo la quiero y la trato con cari?o, y aunque, evidentemente, no llego a tanto como esas viejas inglesas que les dejan en herencia a sus caniches todas sus cuentas bancarias o les ponen mientras viven peluqueros y criados, entiendo que haya gente que ame a sus perros m¨¢s que a sus propios hermanos. Al fin y al cabo, al perro lo eliges t¨², y lo educas a tu gusto y semejanza, y los hermanos te vienen dados.
S¨¦ que a muchos les parece enfermiza e incluso atentatoria contra la dignidad humana esta relaci¨®n nuestra de los que tenemos perros y los cuidamos en lugar de tratarlos como a tales, esto es, con distancia y a patadas. Con la cantidad de ni?os hu¨¦rfanos que hay en el mundo, dicen, es un pecado que haya gente que se dedique a cuidar animales. O bien: con el hambre que hay en Somalia y t¨² d¨¢ndole al perro carne. Cuando oigo cosas de ¨¦stas, me acuerdo de un vecino de mi padre que, cada vez que se pon¨ªa a comer y el perro se sentaba frente a ¨¦l para ver si ca¨ªa algo, le negaba hasta las sobras de su plato con la disculpa de que hab¨ªa gente muri¨¦ndose de hambre. Al final, el que se muri¨® de hambre fue el perro, sin que, que se conozca, con su abstinencia forzosa salvara la vida a nadie. Porque una cosa est¨¢ clara: ni los perros tienen la culpa de que haya ni?os abandonados (al rev¨¦s: suelen ser ellos los ¨²nicos en acompa?arlos), ni, aunque los mat¨¢ramos a todos (a los perros, no a los ni?os), dejar¨ªan por ello en Somalia de seguir pasando hambre. Por lo que yo conozco, quien desprecia a los perros suele despreciar tambi¨¦n a sus semejantes.
Dicen los antrop¨®logos que uno de los baremos para medir el grado de desarrollo de un pueblo es el trato que da a los animales. Si eso es verdad, los espa?oles no salimos, ciertamente, demasiado bien parados. Al margen de las corridas, cuya existencia no se puede ni siquiera criticar porque, seg¨²n se dice, forman parte de la propia esencia hisp¨¢nica (como a m¨ª no me gustan, debo de ser italiano), son infinitas las fiestas en las que los espa?oles manifestamos nuestro particular cari?o hacia los animales: despe?amientos de cabras, alanceamientos de toros, apedreamientos de gatos y hasta decapitaciones de gansos arranc¨¢ndoles el pescuezo de cuajo. Eso sin contar las bromas que, por los pueblos de Espa?a, les suele gastar la gente a los pobres y sufridos animales. De todos ellos son sin duda los perros los que, por su bondad e inveterada mansedumbre, suelen llevarse la peor parte. De ah¨ª lo de perra vida de la que hablamos a veces para referirnos a ella cuando nos vienen mal dadas. S¨®lo si el perro es humano, esto es, si hace cosas que a los hombres nos parecen admirables, como volver andando de Gij¨®n a Zaragoza o salvarle la vida a un ni?o extraviado de su casa, merecer¨¢n la consideraci¨®n y el respeto generales. Lo que equivale a ignorar que lo que verdaderamente un perro puede aportamos es esa dimensi¨®n primaria, leal y desinteresada que hace que, efectivamente, al contrario que nosotros, ¨¦l nunca nos fallar¨ªa ni jam¨¢s nos dejar¨ªa abandonados.
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