Qu¨¦ susto: iun toro!
Buend¨ªa / Ortega, Rinc¨®n, Joselito
Cinco toros de Joaqu¨ªn Buend¨ªa (uno fue rechazado en el reconocimiento), los dos primeros anovillados, el tercero abecerrado, cuarto y sexto con cuajo, flojos todos, escasos y la mayor¨ªa sospechos¨ªsimos de pitones. Quinto de Clairac, devuelto por inv¨¢lido. Sobrero de Manuel Alvarez, con trap¨ªo, cornal¨®n astifino, incierto. Ortega Cano: bajonazo (pitos); pinchazo estocada corta trasera ca¨ªda -aviso con tres minutos de retraso- y 11 descabellos (divisi¨®n). C¨¦sar Rinc¨®n: dos pinchazos tirando la muleta y bajonazo; la presidencia le perdon¨® un aviso (ovaci¨®n y saludos); pinchazo y media atravesad¨ªsima escandalosamente baja (silencio). Joselito: pinchazo y estocada ca¨ªda tirando la muleta (oreja); pinchazo y bajonazo; rebas¨® en dos minutos el tiempo reglamentario sin que hubiera aviso (oreja); sali¨® a hombros por la puerta grande. Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. S¨¦ptima corrida de feria. Cerca del lleno.
Sali¨® un toro y C¨¦sar Rinc¨®n se llev¨® un susto. El toro era sobrero y no se parec¨ªa en nada a lo que hab¨ªa estado correteando hasta entonces por el ruedo. C¨¦sar Rinc¨®n tendr¨ªa raz¨®n si se quej¨® de esta visita inesperada. Cuando va a salir un toro, se avisa. Los espectadores tambi¨¦n ten¨ªan derecho a que les avisaran. Por los altavoces debieron advertir que la corrida empezar¨ªa justo en el quinto toro -sobrero, por m¨¢s se?as- y terminar¨ªa en el quinto toro tambi¨¦n, con lo cual los aficionados verdaderos que hab¨ªa en la plaza -una docena, mal contada- podr¨ªan haberse ido de copas hasta que apareciera ese quinto toro famoso, en lugar de perder el tiempo viendo c¨®mo pegaban derechazos a unos inocentes animalitos.
Los dos primeros animalitos inocentes estaban anovillados, mientras el tercero estaba abecerrado y cuando Joselito le meti¨® la espada por los bajos bajeros al pobre becerro, pareci¨® que estaba perpetrando un infanticidio. Joselito a ese torito becerr¨ªn le hab¨ªa dado muchos pases sin ligar ni uno, aunque con evidente aplomo y serena quietud recordando el ayer de una tarde en Venecia. Le aclamaron por eso aunque tambi¨¦n es cierto que, con aquel becerro inofensivo, no era. necesario llamar a los guardias, precisamente.
Al sexto, ya no becerro mas boyante e incluso aborregado, le instrument¨® una faena de diez minutos de duraci¨®n. Mal asunto. Una faena de diez minutos de duraci¨®n es sospechosa de por s¨ª, pues no hay en el mundo toro que aguante diez minutos de toreo. Quiere decirse: el toreo puro -cabr¨ªa a?adir ¨²nico; no hay otro- de parar, templar, mandar, cargar la suerte y ligarla. En cambio, si son pases sueltos sin cargar la suerte ni nada, ya es otro asunto, y eso es lo que hizo Joselito. Finalmente mat¨® de bajonazo. Y lo que en cualquier plaza de cierto fuste habr¨ªa sido aviso y reconvenciones, en ¨¦sta fue orejas y salida a hombros por la puerta grande.
Ortega Cano a su anovillado torito le aplic¨® una faena tan desordenada como ventajista, y extra?¨® el c¨²mulo de precauciones que se tornaba para torear al incauto novillejo. Se ve que Ortega Cano, buen torero de suyo, no est¨¢ en lo que debe estar y atraviesa mal momento. Despu¨¦s a¨²n le vendr¨ªan peores vientos. El cuarto estuvo cinco minutos encelado en el caballo (el picador con la vara en reposo, mientras tanto) y dio sensaci¨®n de que el toro pose¨ªa una bravura excepcional. El mismo Ortega Cano le aplaudi¨®. Pero el toro result¨® ser un pelma descastado al que Ortega no supo embarcar (o no quiso, o no pudo; qui¨¦n sabe), y acab¨® escap¨¢ndose a la querencia de las tablas. Un aviso le envi¨® el presidente a Ortega en el tiempo que el reglamento ha previsto para los tres y consecuente devoluci¨®n del toro al corral.
El segundo novillo sac¨® genio y C¨¦sar Rinc¨®n lo mulete¨® valiente, pero no pudo dominarlo y sufri¨® dos serios achuchones. Hora y media despu¨¦s sali¨® el sobrero. Y era evidente que no se parec¨ªa en nada a los cong¨¦neres que lo precedieron, Cuajado, cornal¨®n y astifino, arrebat¨® a Rinc¨®n el capote y en el primer muletazo de poco le arrebata la cartera tambi¨¦n. Falto de recursos, desconocedor de la torer¨ªa exigible en un diestro que es figura y visiblemente descompuesto, C¨¦sar Rinc¨®n trapace¨® espantadizo y ejecut¨® al toro de un vil espadazo. Posiblemente ha perdido la costumbre de torear toros, y por eso en cuanto vio aparecer uno de verdad por el chiquero, se crey¨® que era el coco.
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