Naci¨®n-Estado y radicalismo
Hoy se reanudan en Washington las negociaciones bilaterales entre Israel, por un lado, y cada una de las tres delegacio nes ¨¢rabes (Jordania-Palestina, Siria y L¨ªbano), por otro. Esta ser¨¢ una etapa nueva, y m¨¢s intensa, del proceso iniciado en la conferencia de Madrid el pasado octubre. Por primera vez, las negociaciones se prolongar¨¢n durante todo un mes, y no s¨®lo durante unos d¨ªas como en las anteriores sesiones, en general superficiales y decepcionantes. Es de esperar que se emprenda una discusi¨®n seria en torno a temas importantes, y no sobre meras formalidades. Estas esperanzas se ven alentadas en gran medida por el cambio de Gobierno en Israel, con el equipo de Rabin claramente dispuesto a avanzar en las negociaciones hasta alcanzar, por lo menos, un acuerdo sobre la autonom¨ªa de Gaza y Cisjordania en los pr¨®ximos nueve meses. Tambi¨¦n infunde esperanzas a?adidas el profundo compromiso de Bush y Baker con el "proceso de paz de Madrid", as¨ª como su necesidad de mostrar resultados tangibles de este proceso antes de las elecciones presidencia les del 3 de noviembre. La c¨¢lida acogida a la victoria de Rabin por parte de los pragm¨¢ticos l¨ªderes palestinos en los territorios ocupados -sobre todo Faisal Huseini- es otra se?al alentadora. Pero para poder valorar realmente las posibilidades del proceso, as¨ª como su eventual trayectoria, habr¨ªa que situarlo en una perspectiva m¨¢s amplia. Esta perspectiva es la de los dos importantes cambios que ha experimentado Oriente Pr¨®ximo durante la ¨²ltima d¨¦ cada.
En primer lugar, la defunci¨®n del panarabismo, la culminaci¨®n de un proceso que comenz¨® con la derrota en la Guerra de los Seis D¨ªas (1967) y la muerte del presidente egipcio Nasser (1970), y cuyo catalizador fue el fracaso de ese ideal de unidad ¨¢rabe para conseguir la ayuda masiva por parte de los Estados con petr¨®leo a los Estados ¨¢rabes pobres, en los a?os setenta y principios de los ochenta. Son los intereses de cada naci¨®nEstado individual los que predominan por encima de todo, y basta con prestar un servicio de boquilla a la causa del arabismo. Las coaliciones entre Estados son transitorias y est¨¢n dictadas por estos intereses siempre cambiantes. Esto qued¨® ampliamente demostrado con las reacciones ante la guerra civil en L¨ªbano (19751976), ante la iniciativa de paz de Sadat (1977), ante la invasi¨®n de L¨ªbano por parte de Israel (1982-1983) y, por ¨²ltimo, ante la anexi¨®n de Kuwait por parte de Irak y la guerra del Golfo (1990-1991). Cada Estado (o Estado en potencia, como es el caso de los palestinos) siente que su deber es perseguir sus propias prioridades, como hizo Sadat en 1977. Por consiguiente, es menos probable que los Estados se sientan obligados por ese "m¨ªnimo com¨²n denominador" de demandas firmes con respecto a Israel, fijado por alguna "delegaci¨®n conjunta" ¨¢rabe o por el consenso ¨¢rabe. Por consiguiente, la ocasi¨®n es ahora m¨¢s propicia para las conversaciones bilaterales.
En segundo lugar, el radicalismo como pol¨ªtica estatal est¨¢ de capa ca¨ªda en el mundo ¨¢rabe (aunque, por supuesto, existan movimientos fundamentalistas radicales en la oposici¨®n). Esto no se debe a que los reg¨ªmenes radicales -como Siria, Irak y Libia se hayan suavizado de pronto y se hayan vuelto m¨¢s moderados. Si los Estados radicales son m¨¢s cautelosos -y, por consiguiente, los Estados ¨¢rabes conservadores se sienten menos amenazados-, ello se debe al declive (y posterior disoluci¨®n) de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, patrocinadora, abastecedora y fiadora de los Estados -¨¢rabes radicales desde mediados de los a?os cincuenta. Como contrapartida, la pol¨ªtica exterior norteamericana en la zona -apoyada por el Reino Unido y muy a menudo tambi¨¦n por Francia- se ha vuelto m¨¢s tajante, dispuesta a desafiar a los Estados radicales cada vez que atraviesan la imaginaria l¨ªnea roja desestabilizando la regi¨®n.
Esto se puso de manifiesto por primera vez con el bombardeo norteamericano a Libia (1986), y despu¨¦s, con el papel de Estados Unidos a la hora de reunir la coalici¨®n durante la guerra del Golfo. Lo que es todav¨ªa m¨¢s significativo es que, a ra¨ªz de la guerra, Irak se viera sometido -y siga est¨¢ndolo- a rigurosas limitaciones a su soberan¨ªa: una regi¨®n kurda protegida por las Naciones Unidas en el norte, constante inspecci¨®n de sus instalaciones militares e industriales y la eliminaci¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva.
Los esfuerzos de Libia por llegar a un compromiso sobre la extradici¨®n de los autores del atentado del avi¨®n de la Pan Am que sobrevolaba Escocia apuntan hacia lo mismo, es decir, que la libertad de maniobra de los Estados radicales no es la misma que la de antes. Siria expres¨® esta misma convicci¨®n cuando acept¨® la invitaci¨®n a la conferencia de Madrid -"el juego norteamericano es el ¨²nico en la ciudad, y si no puedes ganarles, ¨²nete a ellos". Esto no significa que no vaya a negociar duro s¨®lo por complacer a los norteamericanos. Pero s¨ª significa sin duda que su capacidad para presionar a los Estados rnoderados -como Jordaniaes menor que la que sol¨ªa ser. No deber¨ªa negarse el hecho de que los sirios todav¨ªa pueden intentar hacer fracasar las negociaciones si consideran que los palestinos avanzan hacia un acuerdo mucho m¨¢s deprisa que ellos. Podr¨ªa intentarlo instigando una acci¨®n terrorista contra Israel llevada a cabo por grupos palestinos en deuda con Siria (los grupos de Ahmad Gibril y Abu Nidal) o ejerciendo presi¨®n pol¨ªtica directa dentro de la OLP con la ayuda del frente del rechazo formado por organizaciones palestinas de izquierdas y/ o la facci¨®n prosiria en la organizaci¨®n Fatah. Aun as¨ª, Siria se lo pensar¨¢ dos veces antes de recurrir a tales iniciativas, por temor a provocar la ira norteamericana y para no poner en peligro su mayor logro durante la crisis del Golfo -la anexi¨®n de hecho de dos terceras partes de L¨ªbano en octubre de 1990 con la connivencia t¨¢cita de Estados Unidos- En su orden de prioridades de naciones-Estado, L¨ªbano est¨¢ antes que la cuesti¨®n palestina (y antes incluso que la restituci¨®n de la soberan¨ªa de los altos del Gol¨¢n). Y es el ego¨ªsmo de la naci¨®n-Estado, como se ha dicho m¨¢s arriba, lo que impera por ericima de todo en Oriente Pr¨®ximo.
Los ¨²ltimos acontecimientos -es decir, el cambio de Gobierno en Israel y el creciente realismo entre las ¨¦lites palestinas (especialmente en los territorios ocupados)- adquieren relieve y significado sobre el trasfondo de estas dos modificaciones fundamentales. Y por eso, por primera vez desde la iniciativa de Sadat, a finales de la d¨¦cada de los setenta, hay razones para mostrarse moderadamente optimistas'en cuanto a la perspectiva de paz en esta regi¨®n harta de guerras.
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