El b¨¢lsamo del arrepentimiento
El follet¨ªn de So?aba que una cuadrilla de malhechores compuesta por miembros de todas las razas humanas lo persegu¨ªa por los corredores con espejos y mujeres desnudas de El sistema m¨¦trico. Intentaba escapar, pero ten¨ªa los pies y las manos helados, y ni siquiera pod¨ªa desprenderse de los dedos con u?as largas y curvas que le recorr¨ªan la ropa como veloces par¨¢sitos. Las voces que sonaban en el sue?o acabaron por despertarlo: "?Sinverg¨¹enza! ?Ehjraciao, que nos quitas el pan! ?Azvenedizo! ?EhJirol!". Lo primero que vio al abrir los ojos fue una mano mugrienta que se le deslizaba hacia el interior de la chaqueta. La golpe¨® como si se sacudiera un insecto y otras dos manos m¨¢s r¨¢pidas y m¨¢s sucias le estaban desatando los cordones de los zapatos. "Cuidado, que ya vuelve", dijo una voz, y agreg¨® otra: "pues parec¨ªa que estaba de cuerpo presente".Al recobrar del todo el conocimiento Lorencito Quesada se encontr¨® rodeado por un grupo de mendigos hostiles, y no tard¨® mucho en darse cuenta del motivo de su animadversi¨®n: al sentarse en el quicio de la puerta de Jesus de Medinaceli hab¨ªa usurpado inadvertidamente el puesto de mayor jerarqu¨ªa y m¨¢s provecho para la mendicidad, y ahora los veteranos en el escalaf¨®n de pedig¨¹e?os se dispon¨ªan no s¨®lo a robarle hasta las pesta?as, sino tambi¨¦n a ahuyentarlo de all¨ª con dr¨¢sticas medidas que incluian cortes de navaja en la cara y estacazos propinados con las muletas de un tullido, el cual se cubr¨ªa malamente con los restos de un h¨¢bito morado y deb¨ªa de ostentar la m¨¢xima autoridad entre aquellos indigentes, porque era el que hablaba m¨¢s alto y maten¨ªa a raya, a golpes de muleta, a los que intentaban despojar a Lorencito, sin duda con la idea de reservarse lo mejor del bot¨ªn.
-Aqu¨ª se asciende por antig¨¹edad -le dijo-, lo mismo que en los Ministerios.
Los primeros rayos de sol ya desentumec¨ªan las piernas de Lorencito, que procuraba irse deslizando hacia el interior de la iglesia, en busca de refugio, pero un individuo con las dos piernas cortadas y un cartel sobre el pecho con una fotocopia del libro de familia le cort¨® el pasa por detr¨¢s, esgrimiendo un tubo de plomo, y el supuesto tullido, que se mov¨ªa tan ¨¢gilmente como si hubiera obtenido una curacion milagrosa, le hundi¨® en el pecho la punta de su muleta.
-Procedamos en orden -declar¨® con suficiencia t¨¦cnica el tullido, ex-tendiendo una mano abierta hacia Lorencito- Lo primero: el peluco.
Lorencito, para fortuna suya, no lleg¨® a comprender el significado de esa palabra, perteneciente sin duda a lo m¨¢s bajo del argot delictivo, porque cuando m¨¢s perdido se cre¨ªa los mendi-. gos se apartaron de ¨¦l y fueron a distribuirse r¨¢pidamente por las escalinatas de la iglesia, como escolares d¨ªscolos en un aula donde acaba de entrar el maestro. El tullido torci¨® el pie derecho y todo su cuerpo qued¨® pendiendo de las muletas, el de las piernas cortadas guard¨® el tubo de plomo y saco un rosario que empez¨® a desgranar piadosamente, el que hab¨ªa intentado robar la cartera y los zapatos de Lorencito se puso unas gafas de ciego y prorrumpi¨® en jaculatorias: frente a la iglesia se hab¨ªa detenido un largo autom¨®vil negro con cristales ahumados, y poco despu¨¦s un ch¨®fer con gorra de plato y traje azul marino le abr¨ªa la portezuela de atr¨¢s a un cabaHero muy alto, de figura imponente, barbilla cuadrada, pelo blanco y expresi¨®n decidida y severa. El caballero se santigu¨®, se aboton¨® la chaqueta, se estir¨® los pu?os de la camisa, donde refulg¨ªan unos gemelos dorados, mir¨® con altivez a la populosa concurrencia de desechos humanos y le hizo una se?a al ch¨®fer antes de subir con un par de saltos vigorosos la escalinata de la iglesia y desaparecer en su interior, acompa?ado por cuatro hombres de espaldas fornidas, gafas de sol, bigotes negros y peque?os sonotones en las orejas que hab¨ªan salido al mismo tiempo que ¨¦l de otro coche estacionado tras el suyo. El ch¨®fer esparci¨® a voleo varios pu?ados de monedas y Lorencito aprovech¨® para huir de la contienda subsiguiente entre los mendigos, que se revolcaban por las losas los unos sobre los otros, mordi¨¦ndose, pisote¨¢ndose, profiriendo espantosas blasfemias.
Con recogimiento ejemplar entr¨® en la bas¨ªlica. La penumbra, el murmullo de los rezos, la belleza de las im¨¢genes que ornan sus capillas, la devoci¨®n de, los fieles que avanzaban arrodillados por la nave lateral en direcci¨®n al camar¨ªn de Jes¨²s de Medinaceli, actuaron como un b¨¢lsamo para su esp¨ªritu tan necesitado de edificaci¨®n y consuelo. Al forido, muy alta sobre el ¨¢bside, como gravitando por encima de las pasiones y las miserias humanas, iluminada por varias, hileras superpuestas de cirios, estaba la venerada imagen, que se parece un poco a nuestro Cristo de la Gre?a, sobre todo porque tambi¨¦n tiene una espesa mata de pelo natural. La visi¨®n sobrecogi¨® a Lorencito: tan lejos y tan alto, con su tez tan oscura bajo la sombra del pelo, a la luz de los cirios, Jes¨²s de Medinaceli parec¨ªa mirarlo precisamente a ¨¦l, con reprobaci¨®n y tristeza, por sus recientes y culpables desv¨ªos.
Tem¨ªa no ser digno de subir al camar¨ªn y de besar el pie bru?ido y gastado por los labios de generaciones de devotos. Se acord¨® del paral¨ªtico del Evangelio: "Se?or, no soy digno de que entres en mi casa, pero un palabra tuya bastar¨¢ para sanarme". Por la nave lateral, junto a las capillas y los confesonarios, avanzaban oscilando fieles de rodillas. A Lorencit¨® lo admir¨® comprobar que eran de todas las edades, de todas las clases sociales. J¨®venes con zapatillas, cazadoras y vaqueros, humildes amas de casa, damas de la alta sociedad. Madrid, pens¨®, no s¨®lo era la Bab¨ªlonia, la Sodoma y Gomorra en las que ¨¦l se hab¨ªa extraviado durante todo un d¨ªa y una nochea. La juventud no. s¨®lo se entregaba a la droga y a la promiscuidad: hay una mayor¨ªa sana de j¨®venes creyentes, pero esos, decidi¨® escribir en cuanto volviera a M¨¢gina, no son noticia ni salen a la prensa.
El caballero de pelo blanco y los cuatro hombres con bigotes negros y gabas de sol iban de rodifias delante de ¨¦l, formando un grupowompacto. Adelantaban por la izquierda a los fieles m¨¢s lentos, colisionando con algunos, y el caballero miraba de vez en cuando un reloj de pulsera dorado. A Lorencito su cara, a pesar de las gafas, le result¨® conocida. ?La hab¨ªa visto en alg¨²n peri¨®dico, en la televisi¨®n? El ch¨®fer tambi¨¦n iba de rodillas junto a su patr¨®n, aunque se le ve¨ªa menos costumbre de ejercitar aquella penitencia. Cuando llegaron al principio de la escalera que sube al camar¨ªn los seis hombres se pusieron al mismo tiempo en pie y el ch¨®fer sac¨® un peque?o cepillo de lomo plateado, hizo una reverencia y le limpi¨® las rodilleras del pantal¨®n a su jefe. Lorencito ya no los sigui¨®: se detuvo a poner una vela en una capilla, pero descubri¨® que ese anticuado procedimiento de culto ya no se usa en las iglesias de Madrid: ahora, en vez de encender una vela, se oprime un bot¨®n despu¨¦s de introducir la limosna en el cepillo, y entonces se ilumina un piloto rojo en un moderno panel, lo cual es sin duda m¨¢s pr¨¢ctico, porque aparte de suprimir todo peligro de incendio evita la posibilidad de que se enciendan velas sin previa aportaci¨®n de ¨®bolo.
Cabizbajo, contrito, subi¨® al camar¨ªn, y se puso en la cola de los que iban a besar el pie de Jes¨²s. Muy por delante de ¨¦l distingui¨® el pelo blanco del caballero penitente, rodeado por las cuatro espaldas monta?osas de sus acompa?antes. Algunos fieles se daban golpes met¨®dicos en el pecho, otros pasaban cuentas de rosario o murmuraban oraciones con los ojos entornados. Lorencito no se atrev¨ªa levantar los ojos hacia la cara sombr¨ªa y afable de Jes¨²s. A la izquierda de la imagen estaba sentada una se?ora rubia que le limpiaba el pie con un pa?o blanco despu¨¦s de cada beso. Lorencito ech¨® una moneda en el cepillo y cuando se encendi¨® el piloto rojo le vino un recuerdo imp¨ªo, que se apresur¨® a rechazar...
Pero el h¨¢bito morado de la imagen tambi¨¦n le trajo otro recuerdo, e inmediatamente despu¨¦s una intuici¨®n y una certeza: la tela que envolv¨ªa la reliquia del Santo Cristo de la Gre?a en aquel sobre que recibi¨® en la pensi¨®n era tela de h¨¢bito; las ¨²ltimas palabras que le dijo Mat¨ªas Antequera a la bailaora rubia fueron: "El universo de los h¨¢bitos". ?C¨®mo no lo hab¨ªa comprendido antes? ?Sin m¨¢s remedio el sobre proced¨ªa de una tienda de h¨¢bitos que llevaba ese nombre, y en ella tendr¨ªan oculta la imagen del Santo Cristo de la Gre?a! Baj¨® del camar¨ªn trastornado, sin fijarse d¨®nde pon¨ªa los pies, y como los pelda?os eran tan estrechos le falt¨® poco para caer rodando y descalabrarse. Choc¨® con alguien y al pedir perd¨®n vio que era el caballero peliblanco. Los cuatro acompa?antes y el ch¨®fer se volvieron simult¨¢neamente hacia Lorencito, rode¨¢ndolo con sus torsos herc¨²leos, y uno de ellos se llev¨® la mano hacia el costado izquierdo de su chaqueta, que parec¨ªa singularmente abultado. El caballero agit¨® el dedo ¨ªndice y los cinco hombres se apartaron. Antes de salir de la bas¨ªlica, Lorencito vio que el caballero estaba arrodillado junto a un confesonario, y que sus acompa?antes, incluido el ch¨®fer, formaban un semic¨ªrculo a su alrededor, con los brazos cruzados y las piernas abiertas, esperando turno sin duda para acercarse a la confesi¨®n. En cuanto a ¨¦l, Lorencito, tambi¨¦n le urg¨ªa el sacramento, pero lo primero de todo era encontrar sin p¨¦rdida de tiempo esa misteriosa tienda llamada El universo de los h¨¢bitos.
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