Sarajevo, cosecha de polvo y muerte
Nueve civiles mueren esperando el autob¨²s mientras los l¨ªderes bosnios negocian la paz
, Nadie declara en la capital de Bosnia-Herzegovina ni una pizca de esperanza sobre lo que se pueda decidir en la Conferencia de Londres sobreel cad¨¢ver de Yugoslavia. Tras el chaparr¨®n de hierro y fuego que martiriz¨® Sarajevo durante la noche del martes y la madrugada del mi¨¦rcoles vino la calma: el jueves transcurri¨® tranquilo. Tranquilo en Sarajevo significa unas 300 bombas, 15 muertos, otros tantos heridos y la constante cantinela de los francotiradores. Tranquilo significa que la explosi¨®n de un proyectil de mortero mata al menos a nueve civiles mientras aguardan el autob¨²s en uno de los distritos modernos de la ciudad.
Los francotiradores suelen madrugar. A las seis de la ma?ana ya est¨¢n tirando a todo lo que se mueve., Luego suelen hacer un alto para comer y acaso echar la siesta, y en cuanto las sombras empiezan, a tejerse sobre Sarajevo ' vuelta a la tarea. Entonces se les suman los emboscados en las colinas, con todo tipo de ametralladoras, morteros y ca?ones. No hay ninguna certeza con respecto al horario de trabajo de los carniceros. Cualquier momento es bueno para aniquilar a alguien' para desmochar- un edificio 0 reventar un tejado. A los combatientes y serbios emboscados les gusta improvisar, sorprender a los ciudadanos cuando se les ocurre imaginar que hay una tregua en el aire. En Sarajevo, todas las calles que dan a la colina hay que cruzarlas a la carrera, so pena de ofrecer un magn¨ªfico blanco a los tiradores serbios. "Me siento como un patito del tiro al blanco", dice Ferid Advegobic. No es de extra?ar que Radivojev, un humorista local, asegure que Sarajevo ha vuelto a convertirse en ciudad ol¨ªmpica: "Todos los ciudadanos se pasan el d¨ªa corriendo".Quince muertos, 15 heridos. Un d¨ªa tranquilo en la capital bosnia. La costumbre de la muerte provoca malentendidos, pero caminar por la calle del Mariscal Tito, una avenida que atraviesa la ciudad de parte a parte en paralelo al r¨ªo Miljacka, es un perfecto paseo por la destrucci¨®n. Pr¨¢cticamente no hay casa ni edificio que no haya recibi ' do un impacto.
El rostro de Josip BrozTito, preside cuarteles, tiendas: despachos. Alma Darzok no .tiene reparo en afirmar que siente nostalgia por el dictador, aunque no le gustara ni el partido ¨²nico ni el comunismo. "Tito hizo la elecci¨®n adecuada en el momento adecuado, e impidi¨® que los nacionalistas serbios exterminaran al resto de la poblaci¨®n, como est¨¢n intentado hacer ahora".
Alma se siente bosnia de los pies a la cabeza, aunque se declara ciudadana del mundo. Pero la guerra le ha obligado a tomar partido. Los. mismos musulmanes de Bosnia er an unos musulmanes at¨ªpicos, liberales, poco religiosos. Parte de la ¨¦lite cultural de la antigua Yugoslavia estaba en esta rep¨²blica.
Modelo de convivencia
Era tambi¨¦n un modelo de convivencia inter¨¦tnica. No es de extra?ar que, pese a la propaganda de Belgrado, en las filas bosnias combatan juntos contra el cerco serbio musulmanes, croatas y jud¨ªos.
Otra paradoja de esta guerra dificil de entender. Pero los habitantes de Sarajevo demuestran una dignidad admirable en medio la muerte que los circunda. Obligados a pasar las noches en los s¨®tanos de las viviendas, sin agua y con graves problemas para obtenerla y sin luz en la mayor¨ªa de los barrios. Por la ma?ana barren las aceras, recogen los escombros, los cristales, los ladrillos, las estatuas hechas¨¢?icos. Cosecha de polvo y muerte. Se arreglan, se lavan la cabeza, se maquillan. Es como si una tenacidad interior les llevara.a presentar a la penuria su mejor cara, aunque casi nadie sonr¨ªe.
Lo absurdo se convierte as¨ª en moneda de curso legal. Uno ve a la gente atravesar una calle al trote. Se advierte un cartel que dice: "Cuidado, francotirador!es". Es f¨¢cil encontrar balas y trozos de metralla en la calle y fragmentos de billetes de la antigua Yugoslavia, antiguos dinares, que han perdido s¨²bitamente su valor. La gente ha tenido que hacer colas en los bancos para cambiar viejos billetes por los nuevos. Peligrosas colas hasta para comprar pan, que a veces son blanco de los morteros o de los ca?ones que disparan a ciegas sobre, el centro de la ciudad. La ciudad recibe una lluvia de muerte con un p¨¢nico secreto. El p¨¢nico que cada habitante lleva incrustado en su coraz¨®n como un trozo de metralla y le va comiendo la moral noche tras noche tras resistir este bombardeo. Los disparos de los francotiradores apuntan a todo lo que se mueve. Dentro de esa sensaci¨®n de irrealidad no es raro encontrarse en la recepci¨®n de un hotel con dos j¨®venes que entran con la lengua fuera. "?Por- qu¨¦ corr¨¦is?". "Porque nos estaban disparando en la calle".
Por la noche, la ciudad desaparece. Ni una luz desde que el sol se oculta. S¨®lo alg¨²n coche extraviado se abre paso por las calles como una luci¨¦rnaga entre los edificios apagados. Suena un disparo. Un mortero. La granada describe su curva y estalla sobre un cami¨®n. Los conductores avezados son tan cotizados como la gasolina, saben qu¨¦ tramos hay que evitar a toda costa, cu¨¢ndo 'hay que abandonar la calle y meterse en un refugio, cu¨¢ndo hay que apagar las luces, cu¨¢ndo hay que acelerar, cu¨¢ndo hay que rezar. Pero a menudo todas las precauciones son in¨²tiles. En Sarajevo, la loter¨ªa es un juevo invertido: a quien le toca pierde la partida. Todos los d¨ªas hay nuevas bajas. Y la suerte no se compra en ning¨²n sitio.
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