Albert Camus, primera v¨ªctima de 'La peste', del argentino Luis Puenzo
Desde que en 1984 Luis Puenzo gan¨® un oscar y mucha celebridad con La historia oficial, sus escasos proyectos son muy ambiciosos y, por tanto, propicios al tropiezo. En Gringo viejo sali¨® del paso gracias a Gregory Peck. Algo as¨ª, pero en menor medida, le ocurre en la adaptaci¨®n de la novela de Albert Camus La peste: la fuerte presencia de William Hurt le libra del rid¨ªculo absoluto. Puenzo quiere y no puede convertir en im¨¢genes la desoladora met¨¢fora hist¨®rica del escritor franc¨¦s. Se ha metido en algo que le supera. Y en vez de ficci¨®n, le sale simulaci¨®n; en vez de met¨¢fora universal, una chapuza seudopol¨ªtica localista. Much¨ªsimo dinero, much¨ªsimo ruido y ninguna nuez.
ENVIADO ESPECIAL
Ayer por la tarde, las sofocantes calimas de las marismas venecianas se agolparon sobre el Lido y descargaron una formidable tormenta. Dentro del ba?o turco de la sala Perla proyectaban las casi tres horas de sopor, de peste cinematogr¨¢fica, titulada La peste. Muchos intuimos el diluvio exterior y salimos a respirar la lluvia, para poder seguir viendo con la cabeza algo aireada este magnicidio del que es v¨ªctima Albert Camus. De alguna manera hab¨ªa que calmar la c¨®lera, la indignaci¨®n que produce asistir a la humillante degradaci¨®n del gran libro premonitorio, en el que Camus, en 1947, configur¨® el perfil de este tiempo, de ahora mismo, de esta Europa en permanente estado de sitio.Puenzo agarra el explosivo equipaje de este legendario relato con espoleta retardada y se larga con ¨¦l a Argentina, ni m¨¢s ni menos que a balbucear a costa de Camus una segunda Historia oficial, una secuela de su par¨¢bola casera sobre la dictadura militar que padeci¨® su pa¨ªs: o m¨¢s exactamente de sus actuales secuelas "democr¨¢ticas". Ser¨ªa por ello La peste una pel¨ªcula blasfema si no fuera antes una pel¨ªcula simplemente idiota, porque lo que Puenzo intenta es pura y simplemente imposible. El filma fielmente una cosa mientras Camus escribi¨® otra, situada en una escuela de radicalidad y hondura infinitamente mayores. S¨®lo la sobria actuaci¨®n de William Hurt es cre¨ªble de este incre¨ªble atentado contra la inteligencia de una ¨¦poca como ¨¦sta, que anda muy escasa de ella.
Hace casi medio siglo, Camus penetr¨® en las cloacas urbanas de su tiempo y retrat¨® a este tiempo, al progresivo estado de sitio en que se encierra desesperada la existencia contempor¨¢nea. Y su portentosa lucidez es ahora apagada por las luces de una pantalla ciega y opaca, incapaz de representar la sombra de lo que pretende hacernos tragar. No es s¨®lo una mala pel¨ªcula, es una pel¨ªcula indignante, de ¨¦sas que uno est¨¢ seguro que no debieran haberse ni siquiera intentado ha idigna la alegr¨ªa y la autosuficiencia con que el cineasta argentino emprende una tarea de altos vuelos careciendo de alas. El deber b¨¢sico de todo artista o aspirante a artista es el conocimiento de sus l¨ªmites y Puenzo parece tener una supina ignorancia de los suyos. Resultado: un pesticidio, con Albert Camus, el gran pesticida, como primera v¨ªctima.
Antes se proyect¨® Hermanos y hermanas, del prestigioso -en Italia- Pupi Avati. Comedia dram¨¢tica con secuencia muy h¨¢bil, correcta, bien organizada y con dosis de melodrama estrat¨¦gicamente situados, para que la historia entre en los ojos sin sobresaltos y con una capita endeble de moralina vestida de elegancia. Muy poca cosa, casi nada. Pel¨ªcula casera y poco pretenciosa: eso le salva, si se le coteja con la petulante provincianada de Luis Puenzo y su Peste, que no la de Camus.
M¨¢s y mejor cine hay en OliVier Olivier, de la repetitiva cineasta polaca Agnieszka Holland, directora de Europa Europa.
L¨¢stima que la excelente construcci¨®n de personajes y la belleza morosa de algunas im¨¢genes se vertebre sobre un candoroso gui¨®n, que construye muy mal una buena historia, al parecer sacada de la vida real, convertida una vez m¨¢s en cantera de fantas¨ªas m¨¢s frondosas que las de la imaginaci¨®n de guionistas y directores de cine, que ¨²ltimamente parecen ir en masa a la zaga de las sorpresas imaginativas que les proporciona la realidad pura y dura.
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