Dos d¨ªas en la campa?a de Bill Clinton
El aspirante dem¨®crata a la Casa Blanca opta por el autob¨²s para 'vender' la idea del cambio
Estados Unidos tiene otro rostro cuando se recorre en autob¨²s. El pa¨ªs del poder y del consumo, del superdesarrollo, de la m¨¢s avanzada tecnolog¨ªa, de los abogados, los hombres de negocios, los funcionarios que llenan cada d¨ªa los aeropuertos, deja paso a un pa¨ªs de oscura fachada, humilde en sus prop¨®sitos, modesto en sus recursos, enfrentado a una cotidianeidad tan dolorosa como la de cualquier otra naci¨®n del mundo. Tal vez por eso, el candidato dem¨®crata a la presidencia, Bill Clinton, ha elegido el autob¨²s como el mejor veh¨ªculo para transmitir su mensaje de cambio. Kil¨®metro a kil¨®metro, boca a boca, Clinton intenta conocer las necesidades del electorado y ofrecerle, con su presencia, una garant¨ªa de soluci¨®n.
"He hablado con mucha gente que no hab¨ªa visto un candidato a la presidencia en m¨¢s de 30 a?os", dice Clinton durante el ¨²ltimo recorrido de su expedici¨®n, en la carretera 280, que cruza remotos lugares del sur del Estado de Georgia.La caravana del cambio, que empez¨® en julio en Nueva York, justamente un d¨ªa despu¨¦s del final de la convenci¨®n del Partido Dem¨®crata, ha recorrido ya, a menos de 40 d¨ªas de las elecciones, 14 de los 50 Estados del pa¨ªs, algunos de ellos en m¨¢s de una ocasi¨®n. En el trayecto, Bill Clinton ha estrechado millones de manos y ha pronunciado m¨¢s de un centenar de discursos.
Esta ¨²ltima etapa comienza a primera hora de una ma?ana calurosa de finales de septiembre en una ciudad del sur de Estados Unidos que tiene el nombre de Columbus.
La localidad tiene el aire de ordenada laboriosidad de cualquier mi¨¦rcoles. En las afueras, letreros adornados con globos ofrecen ofertas de coches de segunda mano. Las mujeres salen cargadas del almac¨¦n Wal-Mart y autobuses amarillos transportan a la escuela a sus uniformados pasajeros. Medio millar de personas se han concentrado en una vieja f¨¢brica para escuchar a Bill Clinton.
Escoltas y asesores
Cuando el rostro del candidato, marcadamente enrojecido por el sol, surge entre la red de escoltas y asesores, una banda de m¨²sica infantil se arranca por conocidas marchas patri¨®ticas. De la mano de Clinton, camina su mujer, Hillary, con las piernas ligeramente hinchadas por el cansancio. Junto a ellos, la otra pareja de la candidatura: Al Gore, el aspirante a la vicepresidencia, que salta ¨¢gilmente la valla que le separa del podio, dejando en evidencia a sus escoltas, y Tipper Gore, su esposa.
Poco despu¨¦s de la diez empieza un espect¨¢culo que se repetir¨¢ a lo largo del d¨ªa en otras ciudades y ma?ana en otros Estados. Al Gore, primero, trata de crear el clima apropiado con un discurso facil¨®n en el que hace chistes como que si George Bush fuese a hacer una pel¨ªcula en Hollywood tendr¨ªa que llamarla "Cari?o, encog¨ª la econom¨ªa", en alusi¨®n a un t¨ªtulo que fue muy famoso en Estados Unidos.
A mitad de su alocuci¨®n, Gore interrumpe para "presentar a dos mujeres que han hecho m¨¢s por los ni?os y por la familia en unos meses que lo que han hecho los presidentes republicanos en 12 a?os". Es el momento en el que Tipper y Hillary dirigen unas palabras y queda el escenario listo para la aparici¨®n de la estrella.
El acto en Columbus, en la frontera con el Estado de Alabama, termina con los acordes de la famosa canci¨®n Stand by me (Qu¨¦date junto a m¨ª), y la caravana de 11 autobuses, m¨¢s de 20 autom¨®viles de apoyo, 200 periodistas y decenas de agentes de seguridad enfila la ruta hacia Albany, m¨¢s al sur.
En la carretera la caravana se cruza con varios automovilistas. que hacen el signo de la victoria. En Albany, a las tres y media de la tarde, se hace un alto para que los periodistas puedan enviar sus cr¨®nicas.
Sin periodistas no habr¨ªa gira. En ninguna ciudad, ni siquiera en las m¨¢s grandes, el candidato presidencial re¨²ne a m¨¢s de 5.000 personas. Su trabajo no tendr¨ªa apenas efecto si no encontrara reflejo en los informativos de la televisi¨®n y en los peri¨®dicos.
Llueve ligeramente y hace un calor pegajoso cuando Bill Clinton llega a Sylvester, ciudad con nombre de actor de cine que es conocida como "la capital mundial del cacahuete". Clinton se acerca a la multitud, con la mano de un guardaespaldas siempre pegada a su cintura.
En Tifton, cuando ya ha anochecido, Clinton y sus acompa?antes se han vestido con ropa deportiva para participar en lo que pretende ser un gran pic-nic. El mensaje del aspirante a la Casa Blanca vuelve a insistir en la mala situaci¨®n econ¨®mica y en la necesidad de crear puestos de trabajo.
El d¨ªa y el viaje, por Georgia termina en Valdosta, casi en la frontera con Florida, donde, al borde de la medianoche, se llega al apoteosis final con un baile colectivo sobre m¨²sica de espirituales negros. "?Est¨¢n ustedes preparados para el cambio?", pregunta Clinton al final de su discurso y antes de mezclarse con un p¨²blico que hab¨ªa roto el tradicional horario norteamericano para escuchar al candidato dem¨®crata.
El jueves amanece con otro destino. Los autobuses se quedan en Georgia, los Gore se van a Tennessee y los Clinton, a New Jersey.
New Jersey se parece a Georgia en que ambos son Estados donde el resultado electoral est¨¢ muy disputado, pero en nada m¨¢s. Clinton se dirige a New Jersey para pronunciar un discurso en los laboratorios farmac¨¦uticos Merck exclusivamente dedicado a exponer su programa de reformas en la sanidad. "Somos la ¨²nica naci¨®n desarrollada del mundo, que no provee asistencia sanitaria b¨¢sica al total de su poblaci¨®n".
El discurso es interrumpido por un elemento de la llamada campa?a pro-vida, que es detenido por la polic¨ªa. El resto de la audiencia, trabajadores de una empresa declarada modelo por la revista Fortune, acoge el discurso con inter¨¦s, pero sin entusiasmo.
De nuevo a la carretera, pero esta vez para recorrer un trayecto breve, el que sep¨¢rala factor¨ªa Merck en Rahway del Bryant Park, en la esquina de la calle 42 y la sexta avenida, en Manhattan, Nueva York.
Nueva York no es un buen lugar para hacer pol¨ªtica. Reunir a poco m¨¢s de 2.000 personas en una ciudad de 10 millones de habitantes no es precisamente un ¨¦xito. Pero el paso por Nueva York permite asegurarse una primera p¨¢gina en The New York Times, y eso es m¨¢s que suficiente.
El espect¨¢culo acaba. Vuelve Clinton a su limusina, los camar¨®grafos a sus carreras, los guardaespaldas a, sus gritos. Washington les espera ma?ana.
Sus discursos
Bill Clinton no es un gran orador. Su discurso es plano y monocorde, incapaz. de levantar entusiasmo, pero incluye los principales temas de preocupaci¨®n de los norteamericanos: la situaci¨®n econ¨®mica, el desempleo, la educaci¨®n, la sanidad, la jubilaci¨®n, la familia... No es agresivo ni caricaturiza a George Bush, a quien suele dirigirse como "mi oponente".En Columbus, en el curso de una gira en autob¨²s, junto a las promesas de cambio aseguraba que "este pa¨ªs no puede soportar cuatro a?os m¨¢s de los mismo". Clinton suele mencionar las dificultades que se presentan en el futuro.
"Quiero que ustedes me presenten sus problemas", dice "pero tengo que reconocer que no tengo respuestas para todo ni quiero negar que hacemos frente a grandes desaf¨ªos. El que les. diga que vamos a volver a lo que ten¨ªamos hace 40 a?os, el que les diga que se van a hacer millonarios en un a?o y cambiar de trabajo y seguir haci¨¦ndose millonarios, les miente".
Al d¨ªa siguiente en Tifton y en el curso de la misma gira dec¨ªa, al referirse a la situaci¨®n del pa¨ªs: "Hace cuatro a?os ¨¦ramos los mejores, nadie se nos aproximaba siquiera... Pero no se crean puestos de trabajo rebaj¨¢ndoles los impuestos a los ricos... Quiero abrir las puertas de las universidades a todos los norteamericanos, sin preguntarles si tienen dinero para pagar".
Tampoco faltan los toques kennedianos en sus discursos: "Tambi¨¦n quiero pedirles esfuerzos a ustedes... Hay que trabajar al ritmo y al nivel que exigen los desaf¨ªos actuales... Mi prop¨®sito se resume en una idea: hacer las cosas juntos... Atr¨¦vanse a cambiar... Dios los bendiga".
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