El 'horror vacui' de Miquel Barcel¨®
Desde finales de octubre y hasta el 14 de noviembre, el m¨ªtico y pol¨¦mico Miquel Barcel¨® (Felanitx, 1957) expone su obra reciente en una de las mejores galer¨ªas de Nueva York, lo que todav¨ªa equivale a decir que del mundo: la de Leo Castelli. La ha titulado como el poema filos¨®fico de Lucrecio, De rerum natura, y contiene, en efecto, una serie de grandes cuadros en los que anal¨®gicamente se alude a la naturaleza, si bien a la naturaleza muerta, ese g¨¦nero que de siempre le ha entusiasmado por lo que en ¨¦l hay de gran confusi¨®n acumulativa de vida org¨¢nica en descomposici¨®n, y, claro, de materia empastada y efervescente.
Rotundidad
Quien haya seguido puntualmente las convocatorias ¨²ltimas de Miquel Barcel¨®, como el que esto escribe, no se sorprender¨¢, en principio, por el asunto en s¨ª y hasta los temas que ahora se muestran en la galer¨ªa de Nueva York, pero no por ello dejar¨¢ de reparar, tanto en la rotundidad que han adquirido como en la larvada carga ag¨®nica que ahora traslucen.
Me explico: la mayor parte de los cuadros enlazan con esas grandes mesas o planos donde se desparraman los cuerpos semienterrados o semiaplastados de grandes animales m¨¢s o menos legendarios, toros ib¨¦ricos, cebras africanas, ciervos o peces espada, todo ello en una amalgama en la que la fauna terrestre y acu¨¢tica se confunden con los frutos de la propia tierra y el mar.
Por lo dem¨¢s, sigue ah¨ª esa superposici¨®n ca¨®tica de dibujo, empaste, materia, fosforescencia, gestualidad, objetos reales, manchas y siluetas..., aunque ahora todo m¨¢s encendido con la irrupci¨®n violenta de colores c¨¢lidos, que atraviesan los grises ceniza como un rel¨¢mpago. Desde este punto de vista es como el regreso del mejor y m¨¢s caracter¨ªstico Barcel¨®, barroco y rom¨¢ntico, que hierve y crepita en medio de huracanadas espirales atravesadas por una lluvia de diagonales lanceoladas.
Y s¨ª, qui¨¦n puede dudarlo, son lienzos rotundos, donde la materia parece arada como el perfil de una artesa cubierta de barro y diamantes, pero sobre la arrugada superficie se aprecia ahora mejor una violencia sorda del obsesivo restregar, como el eco compulsivo de una matanza, eso que lleva al barroco hasta su final m¨¢s delirante y angustioso: el horror vacui, ese pozo sin fondo que palpa quien mete las manos en las entra?as de la tierra, la materia de la vida y el sue?o.
Y hablando de presencias espa?olas en Nueva York, se impone resaltar que el Premio Leo, instituido recientemente, ha reca¨ªdo este a?o en dos espa?olas, Carmen Gim¨¦nez y Mar¨ªa Corral.
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