Hoy, porque se hace tarde
Las elecciones presidenciales est¨¢n m¨¢s marcadas por la derrota de George Bush y el espect¨¢culo de Ross Perot que por la victoria de Bill Clinton. No sabemos todav¨ªa cu¨¢les ser¨¢n las ambiciones y los m¨¦todos de este ¨²ltimo; sabemos que dan prioridad a los problemas de pol¨ªtica interior, ya sean econ¨®micos o sociales. Sabemos incluso, a trav¨¦s de la lectura de los art¨ªculos y los libros m¨¢s recientes, que el liberalismo puro y duro de Reagan est¨¢ enterrado, que las inversiones p¨²blicas desde ahora se considerar¨¢n necesarias para la reactivaci¨®n econ¨®mica, que la regulaci¨®n e incluso la protecci¨®n de las fronteras son instrumentos a los que piensa recurrir la nueva Administraci¨®n. De modo que Estados Unidos intentar¨¢ por todos los medios volver a convertirse en la primera potencia econ¨®mica mundial, y sus dos adversarios privilegiados ser¨¢n Europa y Jap¨®n. Por consiguiente, los europeos deber¨¢n hacerse cargo de su propia defensa y de la seguridad en toda su regi¨®n, en el horizonte estrat¨¦gico completamente cambiado que conoceremos desde ahora. Sin duda, Estados Unidos conservar¨¢ en territorio europeo estructuras de acogida por si acaso resultara necesaria la intervenci¨®n de un cuerpo expedicionario. Sin duda, mantendr¨¢n la VI Flota en el Mediterr¨¢neo -petr¨®leo e Israel obligan-; pero su pretensi¨®n de jugar a polic¨ªas del mundo no responde a las tendencias profundas de su opini¨®n p¨²blica.?Es Europa capaz de hacer frente al doble desaf¨ªo que se le presenta? Puede dudarse: su actitud ante el drama yugoslavo, su fragilidad frente a la tormenta monetaria, su inquietud ante las votaciones danesa y francesa y ante el comportamiento brit¨¢nico hacen temer que la comunidad se muestre, se sienta, se quiera incapaz de asumir su destino.
Ni una voz significativa se ha alzado para tocar diana. Los h¨¦roes est¨¢n cansados; acusan contradicciones y dificultades, se lamentan o se callan, se niegan obstinadamente a comprometerse en el ¨²nico combate v¨¢lido, el de la aceleraci¨®n de la construcci¨®n europea y la profundizaci¨®n del concepto en que se basa.
Vale m¨¢s acelerar la construcci¨®n europea que retrasarla, por diversas razones fundamentales: la actitud de Estados Unidos, la incertidumbre en el Este, la inestabilidad del mundo, la volatilidad de los mercados, las expectativas de los vecinos, pero, sobre todo, la necesidad de una opini¨®n p¨²blica europea que, seg¨²n los casos, empieza a dudar de su esperanza o se moviliza encarnizadamente contra esa concepci¨®n abierta del mundo que siempre ha combatido. No acelerar la adopci¨®n del Tratado de Maastricht y su puesta en pr¨¢ctica es volver impotente a la Comunidad Europea, y como no es un Estado, inexistente en el teatro del mundo desmantelado.
?C¨®mo acelerar? En primer lugar, poniendo fin a los tr¨¢mites de ratificaci¨®n del Tratado de Maastricht, obligando a John Major a dejar de jugarse el destino de un continente a la ruleta de un partido pol¨ªtico dividido; invitando a Dinamarca a pronunciarse lo antes posible, pero advirti¨¦ndole de antemano cu¨¢les ser¨ªan para ella las consecuencias de un nuevo rechazo; indicando que toda ampliaci¨®n es hoy impracticable, pero, sobre todo, adoptando dos medidas que tendr¨ªan un enorme impacto.
Parece posible, y es deseable, que los pa¨ªses que puedan decidan implantar un tipo de cambio fijo para sus monedas, dentro del sistema monetario europeo tal y como existe en la actualidad. El Benelux, Dinamarca, Alemania y Francia pueden; que se apresuren a hacerlo, dejando bien claro que cualquier otro pa¨ªs que pueda y quiera ser¨¢ bienvenido. Mientras, se continuar¨ªa el proceso que, conforme al Tratado de Maastricht, pretende lograr la uni¨®n monetaria antes de fin de siglo.
Tambi¨¦n parece posible, y es deseable, que los que quieran y puedan decidan acelerar el proceso de instauraci¨®n de un sistema europeo de seguridad: entre Estados Unidos, que siente la tentaci¨®n de retirarse, y los miembros del Pacto de Varsovia, sometidos a turbulentas sacudidas, Europa occidental no puede seguir fingiendo que cree que no corre ning¨²n riesgo y que puede abstenerse de intervenir en los conflictos internos o externos que amenazan a una regi¨®n de la que, lo quiera o no, se la considera responsable. Abordamos una de las etapas m¨¢s inquietantes de la historia del mundo moderno.. S¨®lo las entidades provistas de una capacidad de intervenci¨®n militar respaldada por un aut¨¦ntico poder econ¨®mico podr¨¢n mantener o restablecer equilibrios constantemente amenazados. Y si ciertos pa¨ªses de la Comunidad creen que no pueden o no deben adherirse a este sistema de seguridad, que se organicen los que puedan y quieran, ofreciendo as¨ª a los dem¨¢s un marco c¨®modo para una evoluci¨®n futura.
Iniciativa monetaria e iniciativa militar implicar¨ªan la aprobaci¨®n del concepto de la Europa de dos velocidades. Existe ese riesgo, pero hay que asumirlo, y distinguir claramente entre los que quieren pero no pueden actualmente y los que no quieren. Una Europa que se organice provisionalmente en estructuras de geometr¨ªa variable, con tal de que ¨¦stas sean din¨¢micas y abiertas, es mejor para todos que una Europa inm¨®vil. Pero est¨¢ claro que las iniciativas sugeridas, sin duda alguna necesarias, obligan a todos los pa¨ªses de la Comunidad a respetar el esp¨ªritu de solidaridad que los ha reunido. Y si hay pa¨ªses que no se sienten a gusto en ella, que lo manifiesten y que se definan las v¨ªas de una separaci¨®n por consentimiento mutuo.
Pero ya no basta con avanzar descubriendo en cada etapa la nueva l¨ªnea de horizonte. Hay que precisar los conceptos b¨¢sicos. Ya no bastan los conceptos econ¨®micos y jur¨ªdicos. Hay que decir cu¨¢l es la naturaleza de la entidad que se est¨¢ construyendo, cu¨¢l es su naturaleza pol¨ªtica, cultural y social. Los conceptos de federaci¨®n y de confederaci¨®n est¨¢n anticuados. No queremos ni lo uno ni lo otro; es la palabra uni¨®n la que nos conviene. S¨®lo hay que decir qu¨¦ es lo que expresa.
La uni¨®n es un ente pol¨ªtico que, de cara al exterior, tiene todos los atributos de un Estado soberano. Tiene la unidad y la perennidad de ¨¦ste. Se basa en la libre voluntad de naciones soberanas que delegan en ella, sin esperar que le sean devueltas, todas las competencias necesarias para la defensa de sus intereses y para el ejercicio de sus responsabilidades comunes, tanto internas como externas. As¨ª, coordina o dirige las pol¨ªticas capaces de reforzar la cohesi¨®n y la armon¨ªa de las naciones que la constituyen, respetando sus cualidades espec¨ªficas esenciales. Constituye un conjunto plurinacional y pluricultural basado en los principios democr¨¢ticos de soberan¨ªa popular, de respeto a los derechos del hombre, de primac¨ªa de lo pol¨ªtico, de separaci¨®n de poderes y de control de las medidas ejecutivas por parte de los organismos elegidos. Entre la uni¨®n y los Estados el reparto de competencias obedece a la doble regla de pertinencia y de proximidad, y cada nivel debe estar dotado de los medios pol¨ªticos, jur¨ªdicos y materiales que le permitan asumir responsabilidades y llevar a cabo las tareas que pueda asumir, y llevarlas a cabo mejor que los otros, lo m¨¢s cerca posible de los ciudadanos.
La uni¨®n es al presente y al futuro lo que el Estado-naci¨®n, de inspiraci¨®n jacobina, fue al pasado. Pero todav¨ªa hay que inventarla. Hoy, porque se hace tarde. Adem¨¢s, habr¨¢ que plantearse el informar y formar al ciudadano europeo, ya que est¨¢ muy desorientado y nada se har¨¢ sin su aprobaci¨®n. Ni tampoco sin su voluntad, porque la de los agentes econ¨®micos ya no basta.
Edgard Pisani es presidente del Instituto del Mundo ?rabe de Par¨ªs y de la revista L'?v¨¦nement Europ¨¦en.
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