Un grupo de energ¨²menos
atac¨® a unos inmigrantes indefensos en Aravaca, causando la muerte a una mujer. Muy turbado todav¨ªa por la magnitud de este hecho, no quiero dejar pasar m¨¢s tiempo para dirigirme a usted en su car¨¢cter de director de un medio de comunicaci¨®n altamente reconocido por su coherencia democr¨¢tica y por ser la m¨¢s importante fuente de formaci¨®n de opini¨®n de este pa¨ªs.Cuando muchos ingenuamente cre¨ªamos que los acontecimientos que se vienen sucediendo a diario en otros lugares de Europa no pod¨ªan tener lugar en Espa?a, lo ocurrido el pasado viernes 13 ha venido a dar la se?al de alarma para que todos los habitantes de esta tierra, espa?oles o no, despleguemos todo nuestro esfuerzo para que no vuelva a pasar.
No se puede esperar a que se produzcan m¨¢s hechos aberrantes para empezar a tomar conciencia del problema. Sobre todo, cuando queda claro que los dos argumentos centrales mantenidos actualmente por un gran sector del pueblo alem¨¢n para justificar el vandalismo, la xenofobia y el racismo son absolutamente falsos y en ning¨²n caso aplicables a la realidad espa?ola. De un lado, el n¨²mero de inmigrantes residentes en Espa?a es proporcionalmente insignificante (algo m¨¢s de un 2% de la poblaci¨®n); de otro, lejos de contar con una ley de asilo permisiva, recientes estad¨ªsticas oficiales dan cuenta de que en Espa?a se rechazan 85 de cada 100 peticiones en este sentido.
Parece ser, entonces, que las causas de esta actitud que suponemos (deseamos) ultraminoritaria radican m¨¢s en cuestiones ideol¨®gicas seguramente ligadas a mentes no demasiado equilibradas que en Espa?a alcanzan perfiles verdaderamente demenciales.
?C¨®mo es posible que puedan darse en este pa¨ªs actitudes de este tipo, cuando, lejos de constituir un pueblo racialmente puro (si es que esto existe), somos, por fortuna, una mezcla variad¨ªsima que se viene produciendo desde hace siglos? ?Y c¨®mo es posible que en el pa¨ªs exportador de hombres por antonomasia llegue a molestarnos la presencia de unos pocos que vienen a esta tie-
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rra con prop¨®sitos semejantes a los que movieron en otras ¨¦pocas a millones de compatriotas hacia Am¨¦rica y Europa central?
Creo, concretamente, que todos tenemos la responsabilidad ineludible de ponernos ya mismo a defender con u?as y dientes los derechos de los inmigrantes cualquiera que sea su procedencia, color y condici¨®n social. Debemos exigirle a la Administraci¨®n una conducta sin ambig¨¹edades en esa direcci¨®n, sin tolerar supuestas (radicalmente falsas) razones comunitarias y, mucho menos, absurdas equiparaciones como inmigraci¨®n= delincuencia. El porcentaje de inmigrantes que no vienen con la intenci¨®n de ganarse la vida decentemente no supera el de nacionales que optan (para los extranjeros muchas veces no se trata de una opci¨®n) por v¨ªas menos respetables de sobrevivir o enriquecerse. No podemos mirar hacia otro lado como si nada pasara y sentarnos a esperar que los energ¨²menos act¨²en de nuevo y que el p¨¦simo ejemplo cunda. Ya han ocurrido hechos semejantes (en Fraga, por ejemplo) y deben parecernos m¨¢s que suficientes. La buena memoria, el buen hacer, la dignidad de cada uno y la dignidad de este pa¨ªs nos lo exigen-
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