Novelas impuras
Los franceses han sido maestros para poner de relieve sus propios valores art¨ªsticos e intelectuales. Han practicado desde ¨¦pocas pret¨¦ritas algo que llaman mise en valeur y que consiste en destacar lo bueno, en se?alar los aspectos positivos de una obra por encima de los negativos. Siempre,' claro est¨¢, que la obra tenga esos aspectos, positivos. En sus p¨¢ginas sobre Francisco de Goya, Ortega y Gasset observaba que si Goya hubiera sido franc¨¦s, su pintura se habr¨ªa difundido por el mundo 100 a?os antes. Cuando Mariano Jos¨¦ de Larra, a mediados del siglo XIX, dec¨ªa que escribir en Francia es vivir, en tanto que escribir en Espa?a es morir, se estaba refiriendo a lo mismo. Pero esto suced¨ªa en la Espa?a desaparecida del siglo XIX. La de hoy, precisamente, ha aprendido mucho de los franceses y de los dem¨¢s europeos en estas materias. En cambio, la frase de Larra es amplia y abrumadoramente aplicable al Chile de estos a?os. Escribir en Chile, si no se tienen v¨¢lvulas de escape, si no se puede viajar y publicar fuera, s¨ªque es morir. Entre otras cosas, porque aqu¨ª muy rara vez practicamos el arte de la mise en valeur y porque somos, por el contrario, maestros consumados en el de la demolici¨®n.Nos cuesta mucho creer que nuestros vecinos, nuestros parientes, las personas que hemos visto crecer desde ni?os, puedan realizar creaciones de alg¨²nm¨¦rito. Todav¨ªa recuerdo las conversaciones familiares, las de la casa de mi padre o la de mi abuelo, cuando surg¨ªa, por ejemplo, el nombre de Vicente Huidobro, el de Joaqu¨ªn Edwards Bello, el de Luis Orrego Luco. Huidobro era un loco, Edwards Bello un exc¨¦ntrico y un in¨²til, Orrego Luco un viejo ma?oso que persegu¨ªa a los ni?os del Parque Forestal a bastonazos. El respeto de otros pa¨ªses por sus intelectuales, sus escritores, sus artistas, tiende a transformarse entre nosotros en melancol¨ªa, sarcasmo, escepticismo invencible. ?C¨®mo puede haber salido poeta el hijo de don Vicente? ?C¨®mo puede ser novelista el hijo del t¨ªo Joaqu¨ªn o el de don Perlimpl¨ªn? A m¨ª, cuando comenc¨¦ a escribir, me llevaron al m¨¦dico de la familia. Era un personaje simp¨¢tico, destacado en la medicina y en la vida social de aquellos a?os. Convers¨® conmigo, ya no recuerdo si me auscult¨®-. y me tom¨® la presi¨®n sangu¨ªnea, y pronunci¨® con la m¨¢s perfecta seriedad el siguiente inefable dictamen: "Los chilenos tenemos muy poco vocabulario. No podemos ser escritores. Eso est¨¢ bien para los colombianos, para los centroamericanos...".Despu¨¦s hemos tenido un par de premios Nobel de Literatura y algunos escritores de circulaci¨®n internacional, pero la situaci¨®n, en el fondo, no ha cambiado mucho. En estos d¨ªas le ha tocado el turno al joven poeta y novelista Arturo Fontaine Talavera. Una entrevistadora dominical lo trata de hundir a fuerza de preguntas. Al final de su entrevista le dice: "Espere. Todav¨ªa me quedan algunas pesadeces para preguntarle...". ?Qu¨¦ frase m¨¢s reveladora! Entre nosotros, preparar una entrevista a un escritor nuevo es preparar un arsenal de pesadeces, un conjunto de trampas destinadas a sorprenderlo en falta.
Por mi parte, no tengo la menor pretensi¨®n de cr¨ªtico literario. S¨®lo puedo transmitir una primera impresi¨®n de lector. Eso s¨ª, de lector m¨¢s o menos viejo y avezado. Pues bien, le¨ª la novela de Arturo Fontaine O¨ªr su voz (editorial Planeta, Biblioteca del Sur), desde la primera hasta la ¨²ltima de sus 444 p¨¢ginas, cosaque me sucede, a estas alturas, con pocas novelas escritas por mis contempor¨¢neos. Me pareci¨® que su tratamiento de los temas del dinero, de los negocios, de la especulaci¨®n burs¨¢til, es original, atractivo, muy escaso en la novela de nuestra lengua. Su estilo es agudo, conciso, inteligente. A veces parece contagiado por el nerviosismo, por el permanente y sorprendente cambio de las situaciones que describe. Por otra parte, un defecto de la novela, por lo menos para mi primera lectura, consiste en el relativo abandono del mundo de las finanzas y en la atenci¨®n excesiva que se presta a partir de la mitad del libro a una relaci¨®n amorosa. Uno siente que ha pasado a leer una segunda novela y espera con impaciencia que reaparezca la primera. Al final reaparece, pero las haza?as er¨®ticas de Pelayo y Adelaida, la pareja adulterina, son menos interesantes y menos divertidas que las de los especuladores y los empresarios, o, m¨¢s bien, seudoempresarios del resto del libro.
Quiz¨¢ el propio Arturo Fontaine no supo con exactitud, como sucede a menudo en el trabajo de la novela, que hab¨ªa dado con una veta literaria llena de posibilidades in¨¦ditas: la de una picaresca del dinero en el Chile de la dictadura, de los Chicago boys y del monetarismo. Son historias cercanas y plenamente vigentes, pero nosotros, con nuestros acomodos, nuestras debilidades, nuestras cobard¨ªas, tendemos a relegarlas a los desvanes de la memoria. Por lo dem¨¢s, la novela picaresca siempre tuvo que vercon el hambre, con el dinero, con la lucha despiadada por la vida. Ese Mempo de O¨ªr su voz es un remoto heredero de aquellos hidalgos del Lazarillo que se paseaban con un escarbadientes para hacer creer que hab¨ªan comido. Adem¨¢s de la tradici¨®n picaresca, quiz¨¢ inadvertida por el autor, hay un entronque deliberado, y que a?ade inter¨¦s a una lectura chilena de esta obra: es eLv¨ªnculo evidente con Casa grande, la novela de comienzos de siglo en que Luis Orrego Luco describi¨®, reinvent¨®, un esc¨¢ndalo financiero y social del Santiago de aquellos a?os.
Agrego un detalle interesante, que nos permite ser optimistas: a pesar de los habladores, de los entrevistadores, de los cr¨ªticos, O¨ªr su voz es el libro m¨¢s le¨ªdo en Chile actualmente. El misterioso, desocupado, hip¨®crita lector demuestra una saludable indiferencia frente a las barreras y los juicios oficiales. ?Qu¨¦ lee para reconocerse, para reconocer a los dem¨¢s y se?alarlos con el dedo, para desquitarse? ?No importa! Los m¨®viles de la lectura siempre han sido complejos e impuros y nunca ha estado mal que as¨ª sea. Nuestros mentideros literarios deben recordar que la novela siempre ha sido por definici¨®n impura, que siempre ha estado contaminada por la cr¨®nica y por la historia, la p¨²blica y la privada, la secreta.Jorge Edwards es escritor chileno.
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