Fascista, monarquica y republicana
La muerte f¨ªsica de las grandes estrellas las sorprende invariablemente en una especie de limbo, aquel en el que se esconden quienes temieron descender al destino de simple mortal. Me entero de que Celia G¨¢mez ha muerto, y la primera impresi¨®n es de que hay un error: muri¨® hace muchos a?os. O no morir¨¢ nunca. Es algo que tambi¨¦n le suele ocurrir a las estrellas.Con una obsesiva necesidad de preservarse, G¨¢mez vivi¨® los ¨²ltimos a?os encerrada en el anonimato de su propia muerte presentida, tratando de robar a los dem¨¢s la imagen de su belleza perdida. Ahora intento rescatarla de su limbo y veo una mujer que me fue legada, con el resto de la historia reciente de Espa?a, como la ¨²nica que hab¨ªa excitado -seg¨²n testimonios hist¨®ricos, am¨¦n del rumor popular- lo que tuviera o tuviese en el solar inferior de su anatom¨ªa el hoga?o rememorado general Franco, hasta el punto de despertar los celos de su consorte, Carmen Polo. Amante de Mill¨¢n Astray, fundador de la Legi¨®n, que cuando lleg¨® el momento se la coloc¨® a un casto Jos¨¦, ejerciendo ¨¦l de padrino de bodas.
Calculadora y sure?a
Mujer caliente, sensual, calculadora y sure?a, Celia G¨¢mez era grande a pesar de ser fascista -como antes fue mon¨¢rquica y republicana: el maestro Haro Tecglen lo cuenta aqu¨ª mismo muy bien-, porque los artistas, si lo son de verdad, superan hasta sus propias mezquindades.
G¨¢mez era un personaje femenino apasionante que viv¨ªa el amor libremente desde su doble nacionalidad hispano-argentina cuando yo alzaba la nariz en un pa¨ªs en donde las mujeres portaban faja, peineta con mantilla y, en vez de suspirar, se persignaban. Quiz¨¢ por eso pesan m¨¢s en el recuerdo los nardos o el pichi que un repugnante chotis, titulado Ya hemos pasao, que lanz¨® al estern¨®n de los vencidos y fue su obsecuente tarjeta de visita ante el franquismo.
Tan pobre era, tan embustera, tan siniestra la Espa?a de despu¨¦s de la guerra que ni el gusto de darle la espalda a Celia G¨¢mez se pod¨ªa permitir. Su lascivia se convirti¨® en un lujo, un mal ejemplo delicioso, que no estaba al alcance de todos los espa?oles. Esbelta y retranqueada, vividora y aguardentosa, Celia G¨¢mez vivi¨® sus aventuras imposibles en una Espa?a de moral impresentable. Se ha muerto en un asilo de Argentina, muchos a?os despu¨¦s de morir. A lo mejor, el dictador, que est¨¢ en el cielo de los no promiscuos, tiene poder para que ella le cante un tango o un cupl¨¦. Ojal¨¢ que no.
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