Doce uvas, en un cuenco de alpaca
La gala de A?o Nuevo del hotel Ritz, la m¨¢s exclusiva de Madrid, rebaja sus precios
De plata no era, sino de alpaca, el cenicero de donde un centenar de manos enjoyadas, las de ellas, tomaron las uvas de la suerte cuando el 92 daba paso al 93 en los salones del hotel Ritz. A 500 metros escasos, en la Puerta del Sol, el gent¨ªo se rociaba con espumoso bajo la helada. Pero en el Hall Alto del hotel, y en el Bajo, se elevaban copas de cristal llenas de champa?a franc¨¦s y los casi 200 comensales se iban levantando, con la ¨²ltima uva a¨²n en la boca, para brindar. Se las hab¨ªan tragado literalmente, al son de los golpes de bater¨ªa de la orquesta La Quinta Esencia que, por una noche, compart¨ªa hornacina con la estatua de Diana Cazadora.Y 1993 entr¨® con el j¨²bilo amortiguado por los tibores chinos y las alfombras de nudo, y con serpentinas de papel, como las de toda la vida, en cuatro salones del Ritz. En 1910 el hotel abri¨® sus puertas y organiz¨® una gala de Nochevieja. Algo ins¨®lito para la ¨¦poca. Desde entonces, los salones s¨®lo cerraron durante la guerra.
En los primeros instantes de 1993, las se?oras se pon¨ªan sobre las cabezas cardadas los sombreros de papel -de exquisito dise?o belle ¨¦poque- del cotill¨®n, fabricados en Holanda por una tal Madame Jaeques y le deseaban feliz a?o al acompa?ante, que ya llevaba puesto el tocado de g¨¢nster, indio o chulo madrile?o. Algunos sombreros de caballero fueron comprados en Espa?a este a?o. Ellos pagaron la recesi¨®n.
La mujer de la mesa 26
Luego, los zapatos de seda y de charol echaron el primer baile: el hombre setent¨®n y elegante danzaba, nariz con nariz, con una rubia n¨®rdica bastante m¨¢s basta, desnuda de joyas y que, eso s¨ª, le sacaba un mont¨®n de ventaja en juventud; quedaba otra rubia similar esperando en la mesa. El ¨²nico caballero con frac y barba de tres d¨ªas. "Yo soy de la tierra de Don Manuel [Fraga]", dec¨ªa amarrando a una guapa mujerjirafa. Una francesa con un mo?o acaracolado, con antifaz, se mov¨ªa del brazo de un compatriota bigotudo m¨¢s mayor.Otros no se levantaron: la ¨²nica pareja de orientales de la fiesta s¨®lo abandon¨® la silla para ver actuar a las seis chicas del cuadro flamenco Tr¨ªada, que se las pintaban solas para hacer bailar a los envarados caballeros de esmoquin. O la mujer vestida en gasa verde, con varios collares de perlas al cuello, la de la mesa 26, que cen¨® sola. S¨®lo abri¨® los labios para decir: "Gracias, igualmente", al joven desconocido que se acerc¨® a felicitarle el a?o. No esper¨® a que acabase el primer baile de 1993. Desapareci¨®.
?Qui¨¦nes fueron los que despidieron el a?o engullendo los seis platos m¨¢s caros de Madrid?: La mitad extranjeros que se alojaban en el hotel, dice la directora de Relaciones P¨²blicas, Mariola Calder¨®n: "Mucho italiano, franc¨¦s, austr¨ªaco". Entre los espa?oles, la mitad de Madrid -"empresarios, arquitectos, m¨¦dicos"- y la otra de provincias, que son, dice Mariola, las gentes menos poderosas, los que vienen a darse una alegr¨ªa anual.
Las alternativas son el hotel Palace -35.000 pesetas-; o al Scala Meli¨¢ Castilla -5.000 pesetas menos que el Ritz- con langosta y barra libre, pero con cava. O el Casino.
"Pero este hotel tiene m¨¢s morbo", dice Mariola. Y el morbo estaba este a?o en un misterioso pr¨ªncipe extranjero, cuyo nombre el Ritz nunca revelar¨¢, con varios miembros de casas reales, en una mesa de 18 personas; y en cruzarse con el empresario Emiliano Revilla, que ha sido habitual pero que este a?o no se le vi¨®; el anagrama del hotel machaconamente inscrito en todas partes, hasta en los lavabos; la manera en que los camareros, de levita, acercan la silla. El primer sorbo de champa?a brut se acompa?aba, poco despu¨¦s de las nueve de la noche, con las primeras miradas a los vecinos. Las mesas no se comparten. Un canap¨¦ de caviar aut¨¦ntico, tama?o moneda de 10 duros, un bocado de salm¨®n sobre una diminuta endivia, otro canap¨¦ de pat¨¦.
Las 45.000 pesetas que cuesta la Cena de Gran Gala de Fin de A?o -"IVA incluido; se ruega rigurosa etiqueta", advierte el tarjet¨®n numerado- dan derecho despu¨¦s a saborear media docena de ostras de Bel¨®n con el primero de los nueve cubiertos de plata ordenados sobre el mantel de hilo y a probar el consom¨¦ de trufa -sepultado en hojaldre- que Paul Bocusse se invent¨® para una velada del ex presidente franc¨¦s Valery Giscard d'Estaing.
Mientras unos masticaban lubina con langosta y otros corzo con casta?as y ar¨¢ndanos con Rioja del 85, una pareja de ancianos se levantaba trabajosamente y sorteaba mesas -de dos o cuatro comensales, la mayor¨ªa- rumbo a la pista con todo el peso de sus a?os. Verles bailar era prodigioso.
El Ritz se adapta. Pululaban tambi¨¦n un par de ni?os -hasta 11 a?os, 11.000 pesetas la velada- y media docena de jovencitas adolescentes, -a 23.000 por cabeza hasta los 23 a?os-. Novedades del 92, las rebajas y los j¨®venes, que es lo que m¨¢s le llam¨® la atenci¨®n a Mariola. El hotel cierra el a?o con beneficios gracias a que ote¨® la recesi¨®n y se adapt¨®. Por ejemplo, la cena cost¨® 15.000 pesetas menos que el a?o anterior y se pudo reservar a trav¨¦s de agencias de viajes. La gente ha respondido: el mismo d¨ªa 31 se recibieron 30 reservas de golpe y hubo que abrir tres salones.
Dos horas despu¨¦s de medianoche, medio sal¨®n estaba ya vac¨ªo. Se hab¨ªa ido la mujer de ojos grandes, casi tan grandes como sus pendientes de brillantes en forma de campana, sentada en una mesa circular con tres hombres de corbata. A su lado, el m¨¢s joven, ojos azules, camisa rosa, peinado estilo culebr¨®n suramericano, m¨¢s pendiente del resto de las mujeres que de la que parec¨ªa ser la suya, una rubia de pelo lacio,
La estricta etiqueta que ruega el tarjet¨®n se violaba con un buen conjunto de corbatas y las botas altas de una mujer italiana. Tambi¨¦n se fueron las dos chicas que parec¨ªan ser hermanas, y que s¨®lo sonrieron al llegar la gran bolsa del cotill¨®n y calzarse un sombrero de plumas.
"Voy a reventar"
Unos recog¨ªan el cenicero de alpaca, le quitaban una ramita m¨¢s al abeto de chocolate que se serv¨ªa con el turr¨®n y se largaban. Y otros se llevaban el tel¨¦fono port¨¢til, como los tres j¨®venes que, siempre alerta, se levantaban de una mesa de 10 espa?oles cada vez que se mov¨ªa un se?or con barba canosa. Unos recog¨ªan las pieles en el guardarropa -"la voluntad, se?or"- y otros, con la gran llave en la mano, iban directos al ascensor, rumbo a las s¨¢banas de lino de Barcelona. Por 10.000 pesetas m¨¢s se pod¨ªa dormir en el Ritz.Luego lleg¨® la mujer rubia platino al cotill¨®n. Ven¨ªa con unas amigas de M¨¢laga y no par¨® de bailar: "Voy a reventar", dec¨ªa, alzando los brazos en una ranchera. Y la se?ora viuda y su hermana que le explicaba a un chico de Le¨®n que era una artista muy conocida en Latinoam¨¦rica. "Tambi¨¦n he trabajado en Par¨ªs".
-?En Antenne 2?", le pregunt¨® el chico, que hab¨ªa cre¨ªdo conocerla.
-Lo siento, no hablo franc¨¦s.
Pasadas las cuatro, media docena de mesas aguantaba sobre restos de chocolate con churros. La orquesta desafin¨® en su ¨²ltimo y largu¨ªsimo popurr¨ª de boleros que s¨®lo resisti¨® una pareja que hab¨ªa llegado tarde.
Por las puertas de espejos de los salones asomaban las cabezas de la servidumbre, que retiraba las serpentinas y los matasuegras. Y los ¨²ltimos comensales se iban hacia la helada con un ¨²ltimo saludo, que tenga feliz a?o, se?or, muchas gracias.
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