1993
Al llegar estas fechas, a los humanos nos suele dar la fiebre de ordenar nuestras vidas. Es ahora cuando somos conscientes de estar subiendo la cuesta de nuestro futuro; y hacemos balances de resultados y nos llenamos de prop¨®sitos de enmienda nobil¨ªsimos que duran muy poco. Sin embargo, yo quisiera aprovechar este arrebato de buena voluntad que ahora sentimos para pedirle algo al a?o entrante.Cada dos segundos muere un ni?o en el mundo a causa del hambre y la miseria. Es tan atroz la situaci¨®n en los pa¨ªses pobres que cualquier frase descriptiva del asunto (como las que estoy usando en este art¨ªculo) suena a demagogia. Pero por debajo de las frases gastadas est¨¢n las personas: carne y deseos, una identidad y un sufrimiento. Y resulta que ese dolor tiene remedio. Seg¨²n un reciente estudio de la Unicef, los problemas de los ni?os en el mundo se solucionar¨ªan con s¨®lo 2,7 billones de pesetas anuales. Una frusler¨ªa para los pa¨ªses poderosos: cada a?o los europeos nos gastamos en vino bastante m¨¢s que eso, por ejemplo.
No quiero decir con esto que tengamos que reducir nuestra raci¨®n de vino (lo cual, por otra parte, tampoco me parece tan horripilante si lo comparamos con las hambrunas), sino que hay que aumentar nuestro sentido de solidaridad y responsabilidad hacia los pa¨ªses deprimidos. Mil millones de personas somos 150 veces m¨¢s ricas que los mil millones m¨¢s pobres. Habr¨¢ que exigir, pues, que se aumente el presupuesto de cooperaci¨®n y ayuda al Tercer Mundo. Porque ese dinero salva vidas. Hay maneras de detener el horror, de aminorarlo; si consigui¨¦ramos rebajar en algo la indecible miseria mundial, este a?o del 93 ya ser¨ªa un ¨¦xito. Pero hay que darse prisa: en lo que usted ha tardado en leer este art¨ªculo han debido de morir unos 60 ni?os.
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