El estilo hasta el fin
JUAN CRUZ Aquel gesto con el que entraba en la vida, adusto, sonriente y generoso, lo tuvo hasta el fin. Era su estilo. Con un l¨¢piz negro y rotundo fue tachando palabras, adverbios, frases enteras, de Sa¨²l ante Samuel, y fue venciendo los terribles insomnios de una enfermedad despiadada. Cuando horas antes de la ¨²ltima Navidad triste de su vida don Juan dio por concluida su labor, se puso sus lentes partidas, mir¨® cansado al aire quieto y penumbroso de su casa de siempre, entreg¨® el manuscrito sin fuerzas y se recluy¨® en su iron¨ªa implacable y l¨²cida: "Total, para qu¨¦".
Las correcciones eran fin¨ªsimas estelas del ingenio con que dio al mundo la voluntad de Volver¨¢s a Regi¨®n, y en las precisiones que incluy¨® hab¨ªa como una reverencia ¨²ltima a un ser interior que fue ¨¦l y segu¨ªa siendo. Pero estaba en el otro lado del espejo, en la floresta enmara?ada y torpe de la proximidad de la muerte. Su mirada, sin embargo, en los momentos de mayor autocr¨ªtica, segu¨ªa conteniendo aquella pregunta. "Soy el escritor m¨¢s aburrido del mundo. ?Para qu¨¦, de nuevo, este libro?". Sin embargo, en cada una de las p¨¢ginas, como en un cuadro abstracto llevado por la mano racional de un luterano, hab¨ªa un respeto por el estilo que era tambi¨¦n un respeto por la historia. Fabricante mayor del lenguaje, humilde hasta donde nadie supo, la literatura era su sustento y su emblema, su marca mayor, su dominio, y en ese campo de diamantes por el que se condujo con la elegancia de los genios vio con generosidad la escritura de los otros, los viejos y los m¨¢s j¨®venes, sus amigos.
Enorme y patriarcal
Aquella figura enorme y patriarcal contrastaba con sus risas de chiquillo, con su entusiasmo ante el triunfo de los otros. Los que no supieron verle vieron en su torno una escuela, adl¨¢teres, seguidores, cuando en realidad lo que hubo a su alrededor fue la amistad, su estilo principal, su m¨¢s alto grado.
Concluida aquella minuciosa correcci¨®n al borde de la penumbra definitiva, don Juan quiso rematar el libro, darle la luz de una portada suficiente, hermosa, una despedida del libro y al tiempo su inicio. Su amigo Vicente Molina le dio las pistas, y ¨¦l eligi¨® un cuadro magn¨ªfico, un le¨®n saludando al sol que se va, como en los versos de Espronceda. Un sol hermoso y ajustado al final de la tarde. Eugenio, su hijo, lo recompuso para las medidas del libro. Media hora antes de que ¨¦l falleciera, el hijo hab¨ªa adoptado sus ¨²ltimas sugerencias sobre la luz y el arbitrio de los colores que ya ¨¦l no podr¨¢ ver. Al final del cuadro de su vida hay la pincelada exacta de un estilo irrepetible, un hombre genial cuya majestad humana se confunde. en la memoria con la del sol que se va.
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