Un crimen de opini¨®n
Hace unos meses particip¨¦ en un conato de debate con el escritor uruguayo Eduardo Galeano en la ciudad de Z¨²rich, y all¨ª me opuse tanto al bloqueo criminal de Estados Unidos contra Cuba como a la no menos criminal pol¨ªtica de Socialismo o muerte que lleva a cabo Fidel Castro. Galeano, hipersensible o falto de argumentos, se escud¨® en que no le hab¨ªa gustado mi tono y se neg¨® a seguir discutiendo, lo que no afect¨® m¨¢s que a su propio prestigio.El asunto hubiera quedado as¨ª de no ser porque, tiempo despu¨¦s, manos amigas me hicieron llegar la fotocopia de una carta firmada por Armando Hart, miembro del Comit¨¦ Central del Partido Comunista de Cuba, ministro de Cultura y uno de los dirigentes hist¨®ricos de la revoluci¨®n, que hab¨ªa circulado profusamente en los m¨¢s altos niveles del Gobierno de la isla. Dicha carta era consecuencia del debate de Z¨²rich y estaba dirigida a m¨ª, pero Hart no tuvo el coraje o la decencia de envi¨¢rmela y prefiri¨® escudarse en la sombra como antes Galeano lo hab¨ªa hecho en el silencio.
Por razones ¨¦ticas considero mi deber transcribir ¨ªntegramente el texto de la misiva, que Borges hubiera podido incluir como un cap¨ªtulo de su Historia universal de la infamia.
"Se?or Jes¨²s D¨ªaz. Europa. Un deber de conciencia me exige hacerte estas l¨ªneas, a prop¨®sito de tus recientes declaraciones. Sabes que he apreciado tu obra, hemos conversado sobre distintos temas de nuestra realidad cultural, conoc¨ªa tus opiniones y criterios pol¨¦micos, y sab¨ªa que andabas cargado de viejos resentimientos. Pero nunca pens¨¦ que fueras a proclamar las mismas exigencias que ha planteado el imperialismo en cuanto a Cuba. La palabra no debe usarse para encubrir la verdad, sino para mostrarla. Quieres socavar, con igual argumento que el enemigo, la solidaridad con Cuba. Tus declaraciones me causan la profunda decepci¨®n que produce la, traici¨®n. Has cortado tus alas por falta de coraz¨®n".
"Cuando no hay sensibilidad por la justicia se prefiere vivir como un buey manso y d¨®cil, y no se tiene energ¨ªa espiritual para aspirar al infinito, se cae en el pantano de la insensibilidad. La inteligencia se limita, el esp¨ªritu se cierra cuando, junto a la pericia adquirida y a la imaginaci¨®n lograda, no va el desprendimiento necesario para amar a la patria y a la humanidad. Al menos, en la historia cubana ha sido as¨ª. Has traicionado a tu cultura; has recorrido el camino de la deslealtad de los que van por la vida acumulando rencores".
"Tu peque?ez moral no te permiti¨® alcanzar la grandeza. Te falta amor para ser un grande de la cultura cubana. En este pa¨ªs, las mejores plumas anduvieron siempre unidas a la causa de la justicia y de la dignidad ciudadanas. Te falta capacidad para comprender que la vida no se encierra en esquemas y que en pol¨ªtica no se construye con artificios verbales. No pudiste asimilar el pensamiento martiano de que la pobreza pasa, pero la deshonra no".
"Tu crimen es peor que el de los b¨¢rbaros ignorantes que ametrallaron, hace semanas, a cuatro hombres amarrados. Ellos no merecieron el perd¨®n, pero t¨² lo mereces menos. Has cometido un crimen m¨¢s grande en cuanto a la ¨¦tica, la dignidad y el decoro. Las leyes no establecen la pena de muerte por tu infamia; pero la moral y la ¨¦tica de la cultura cubana te castigar¨¢n m¨¢s duramente. Hubieras podido colocar tu nombre dentro de lo m¨¢s grande y noble de la cultura del pa¨ªs; pero perteneces a la categor¨ªa de ap¨®stata. Te has vendido, Jes¨²s, por un plato de lentejas. Debieras llamarte Judas".
Hasta aqu¨ª la carta firmada por Armando Hart, para quien una opini¨®n discrepante es peor que un crimen. Cualquiera supondr¨ªa que la Uni¨®n Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el organismo que dice representar los intereses de los intelectuales cubanos, reaccionar¨ªa frente a esa abierta intimidaci¨®n, frente a ese texto inquisitorial que adem¨¢s da pruebas de una ignorancia literalmente b¨ªblica al confundir las 30 monedas con el plato de lentejas. No fue as¨ª. Demostrando una vez m¨¢s su condici¨®n de simple agencia del Gobierno cubano, la UNEAC no se atuvo siquiera a su triste tradici¨®n de silencios culpables y procedi¨® a expulsarme de sus filas.
Pero no se atrevieron a decir que lo hac¨ªan por un delito de opini¨®n y prefirieron recurrir a la calumnia. El entonces todopoderoso Carlos Aldana -hoy defenestrado por corrupto- afirm¨® p¨²blicamente que yo pertenec¨ªa a una organizaci¨®n contrarrevolucionaria internacional dirigida por V¨¢clav Havel. Desde luego, ni tal organizaci¨®n existe ni yo conozco siquiera al se?or Havel, pero es obvio que lo que interesaba all¨ª no era la verdad, sino vincularme a alguna organizaci¨®n, aunque fuera preciso inventarla. As¨ª como Hart no me envi¨® su libelo, y sin embargo lo hizo circular, la UNEAC no me comunic¨® oficialmente la expulsi¨®n, a?adiendo el fango de los procedimientos a la infamia de las decisiones.
Confieso que pens¨¦ que Eduardo Galeano s¨ª levantar¨ªa su voz contra este intolerable proceso, aunque s¨®lo fuera porque estuvo presente en los hechos que le dieron origen. Tampoco ha sido as¨ª. Recientemente, el ilustre ensayista puso en duda la autenticidad de la carta de Hart, se limit¨® a decir que de ser cierta ser¨ªa lamentable, y a rengl¨®n seguido declar¨® que jam¨¢s volver¨¢ a discutir conmigo, repitiendo que no le hab¨ªa gustado el tono que seg¨²n ¨¦l utilic¨¦ en Z¨²rich, pretexto rid¨ªculo si los hay. La carta es aut¨¦ntica. y Galeano lo sab¨ªa o pod¨ªa haberlo averiguado desde el principio. El propio Hart, abrumado por la evidencia, ha reconocido la autor¨ªa ante el periodista alem¨¢n Horst Eckard Gross; lo verdaderamente lamentable es la actitud de Eduardo Galeano.
La brutal reacci¨®n del ministro se debe a que yo romp¨ª la c¨¢rcel de silencio en la que el miedo y la incertidumbre asfixian al pueblo de la isla, y a que lo hice sin unir mi voz al coro de los anexionistas de la Cuban American Foundation ni de la radio que desde Washington usurpa el nombre de nuestro h¨¦roe nacional. Por eso intenta in¨²tilmente hacerme aparecer como un proimperialista, sin darse cuenta de una estremecedora paradoja: que son justamente ellos, los que detentan el poder en Cuba, quienes con su soberbia y terquedad terminar¨¢n por empobrecer y exasperar a la poblaci¨®n cubana hasta el punto de hacerla bienvenir, por lo menos al principio, una nueva dominaci¨®n norteamericana. En ese momento, Fidel Castro podr¨ªa perfectamente cumplir su promesa de hundir la isla en el mar, y as¨ª quien empez¨® como Bol¨ªvar terminar¨ªa como Ner¨®n. No soy religioso, pero le ruego a Dios que esa doble, irreparable tragedia no llegue a suceder jam¨¢s.
es escritor cubano residente en Berl¨ªn.
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