Los que filtran
Es improbable que alg¨²n Gobierno someta a consulta p¨²blica una ley espec¨ªfica destinada a limitar la libertad de prensa. Esa tentativa forma parte sustancial de la permanente reyerta entre corporaciones que enfrenta al poder pol¨ªtico con los medios y muy dif¨ªcilmente el legislador puede invocar como m¨®vil el clamor -o el susurro- popular. El ¨²ltimo y tan edificante ejemplo brit¨¢nico lo prueba: mientras lord McGregor, presidente de la Comisi¨®n de Quejas contra la Prensa, amenazaba a los tabloides, las tiradas aumentaban con desparpajo: la historia de Carlos y Diana despertaba, como resulta perfectamente explicable, el inter¨¦s nacional.El ¨²ltimo cap¨ªtulo del episodio ha sorprendido a medio mundo: Diana y Carlos eran la fuente principal de las mejores informaciones publicadas. A medio mundo, tan s¨®lo. El otro medio, en el que habita lord McGregor, apenas ha levantado una ceja. Un dictado viej¨ªsimo del periodismo equipara la filtraci¨®n al crimen: cuando quieras, saber la identidad del que filtra, preg¨²ntate, muchacho, a qui¨¦n beneficia el hecho.
Por tanto, es l¨®gico que Carlos y Diana determinaran por elemental procedimiento librarse rec¨ªprocamente de su peor enemigo. A nadie m¨¢s que a s¨ª mismos, tan hartos el uno del otro, encandilaba el espl¨¦ndido horizonte abierto el d¨ªa de su separaci¨®n.
La certeza de la existencia del Enemigo supone el alimento b¨¢sico del periodista y garantiza, en la realidad democr¨¢tica, el fracaso de cualquier restricci¨®n informativa. A veces, el enemigo puede ser ese extra?o instalado en la cama de uno, o, en ocasiones muy sofisticadas, la conciencia del que filtra. Nada tendr¨ªa de particular que hubiera sido la propia conciencia de McGregor la que hubiera enviado a The Guardian la carta, por ¨¦l firmada, donde se revelaba la actitud de los pr¨ªncipes: McGregor ya no pod¨ªa soportarse por m¨¢s tiempo.
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