Padres nuestros
El pasado mes de noviembre, por cuestiones que no es del caso rememorar, los estancos de Italia padecieron una huelga singular. Durante unas pocas semanas result¨® imposible conseguir en ellos los usuales cigarillos (aunque se sigui¨® vendiendo otro tipo de tabaco, seg¨²n tengo entendido). Los efectos de esta privaci¨®n no se hicieron esperar: los escasos paquetes en venta fueron subiendo m¨¢s y m¨¢s de precio; apareci¨® un mercado paralelo de revendedores y contrabandistas que especulaba con las marcas m¨¢s cotizadas; tengo el testimonio directo de un amigo que me inform¨® de que, a las tres semanas de huelga, el pitillo rubio americano se consegu¨ªa a mil pesetas la unidad... Si el desabastecimiento legal hubiese durado un poco m¨¢s, habr¨ªan comenzado las adulteraciones y los consiguientes envenenamientos; los mafisos habr¨ªan tomado parte activa en el asunto; los fumadores con s¨ªndrome de abstinencia habr¨ªan tenido que convertirse en delincuentes o en v¨ªctimas de los delincuentes... ?No les suena todo el asunto? S¨ª, en efecto: as¨ª naci¨® en su d¨ªa el "problema" de la droga, es decir, el causado por la desaparici¨®n arbitraria del mercado legal de algo que los consumidores quieren vivamente conseguir en ¨¦l.La evidencia, sin embargo, sigue estrell¨¢ndose contra los intereses creados que mantienen la prohibici¨®n, o la torpeza y pusilanimidad de los pol¨ªticos, que, convencidos ya de que es nefasta, no saben c¨®mo ir aboli¨¦ndola gradualmente. La informaci¨®n antiprohibicionista es siempre casi clandestina, nunca noticia de primera p¨¢gina como la captura de importantes alijos (tan convenientes para que se activen los precios y aumente la adulteraci¨®n del producto). Poco eco han tenido las declaraciones del juez italiano, pr¨®ximo al desventurado Falcone, que ha se?alado la conexi¨®n entre la irrefrenable irreflexi¨®n reciente del poder de la Mafia y la prohibici¨®n de la droga, del mismo modo que en Estados Unidos el gansterismo fue lanzado al estrellato por la prohibici¨®n del alcohol. Las declaraciones conjuntas de varios alcaldes europeos de ciudades especialmente afectadas por el tr¨¢fico ilegal, o las del propio Parlamento Europeo, cada vez m¨¢s esc¨¦pticas respecto a la eficacia del prohibicionismo y aun despenalizado ras, tampoco han merecido demasiada publicidad. Seguro que la mayor¨ªa de los lectores ni siquiera ha o¨ªdo hablar de la LIA, la Liga Internacional Antiprohibicionista, que agrupa a pol¨ªticos, m¨¦dicos, polic¨ªas, jueces, soci¨®logos, etc¨¦tera, de diversos pa¨ªses. En cambio, se ha concedido enorme relevancia, como si fuera una ex¨®tica novedad, al hecho de que altos mandos de la brigada antidroga de la Guardia Civil est¨¦n envueltos en el pago con sustancias prohibidas a los confidentes o en el tr¨¢fico para lucro personal con parte de lo incautado. Ah, pero ?qu¨¦ cre¨ªan ustedes que pasa en todos los dem¨¢s pa¨ªses? Para arreglar el asunto, ciertos genios del orden comienzan a decir que habr¨ªa que dar el visto bueno a algunos de estos comportamientos, imprescindibles por lo visto en nombre de la eficacia (es decir, la eficacia que hace que el negocio de los traficantes cada d¨ªa sea m¨¢s pr¨®spero y las v¨ªctimas cada vez m¨¢s numerosas). Puede ser un primer paso: ?el tr¨¢fico de drogas despenalizado... siempre que lo lleven a cabo polic¨ªas de la brigada antidroga!
En este nuevo a?o que comenzamos quiz¨¢ se extingan cosas valiosas, e incluso es posible que nos libremos de alguna lacra temible, pero que el paternalismo va a seguir gozando de venenosa buena salud es algo que no me ofrece duda alguna. Nunca ha sido tan floreciente la oferta de padres institucionales ni tampoco su correspondiente demanda, lo cual a¨²n es m¨¢s decepcionante para los escasos adultos libres que nos empe?amos en seguir si¨¦ndolo. Cada vez resulta m¨¢s impopular decir que los conflictos de las personas con sus tentaciones son asunto de ellas (y quiz¨¢, preventivamente, de sus educadores), pero desde luego no de los m¨¦dicos ni de los polic¨ªas. La tendencia general es a medicalizar todo lo que no se puede criminalizar: cualquier conducta p¨²blicamente desaprobada se convierte en asunto cl¨ªnico, aunque la cl¨ªnica constituye adem¨¢s un buen pretexto para justificar la intervenci¨®n policial. El comil¨®n es un bul¨ªmico; el jugador, un lud¨®pata; el ladr¨®n, un clept¨®mano; el mujeriego, un sex¨®pata; el ebrio, un toxic¨®mano, y se les env¨ªa al hospital en cuanto se les pilla descuidados o si ellos lo solicitan para volver a ser amados por el temible pr¨®jimo, pero siempre con tanto fundamento cient¨ªfico como ten¨ªan los estalinistas para enviar a los disidentes pol¨ªticos al manicomio. Si alguien hace algo que le sienta mal o que sienta mal a sus vecinos, lo que est¨¢ de moda hacer es ponerle enseguida en tratamiento y convertir las pasiones en dolencias, los defectos en suced¨¢neos alucinatorios de la gripe o del c¨¢ncer. De estas cuestiones se ocupaba antes la moral, pero ahora s¨®lo se la emplea para juzgar sobre pol¨ªtica, con el notable resultado de que ya sea igual de in¨²til como arte de vivir que como arte de gobernar.
Lo m¨¢s significativo del paternalismo pol¨ªtico es que se corresponde a la dimisi¨®n generalizada de los padres afectivos. Como los padres, digamos, naturales no quieren o no saben ejercer como tales (en ocasiones m¨¢s disculpables realmente no pueden), el Gobierno tiene que saber, querer y poder ser padre de todo el mundo. Como nadie quiere ser en su casa mayor de edad respecto a los maneres que ¨¦l, lo mejor es que todos seamos tratados gubernativamente como menores de edad y as¨ª ya no hay rencores ni culpabilidades. Se ha visto bien claro hace poco con el vergonzoso asunto de los tel¨¦fonos 903. Los mismos que no pod¨ªan controlar sus propias llamadas o las de los miembros de su familia ten¨ªan claro que esa vigilancia deb¨ªa ser gubernativa: confunden interesadamente sentirse " Inocentes" (y aun v¨ªctimas) con proclamarse irresponsables. En un programa sobre el tema en Euskal Telebista, escuch¨¦ a una chica de 16 a?os, que hab¨ªa regalado a sus padres una minuta telef¨®nica de un mill¨®n de pesetas, asegurar respecto a una party-line: "Era como una droga". Pese a su evidente descerebramiento, la nena sab¨ªa lo que hay que decir para que no le puedan a uno pedir cuentas, que para eso est¨¢ la sociedad". La madre, que hac¨ªa bueno lo que de que "de tal palo tal astilla", ten¨ªa clar¨ªsimo que la factura hab¨ªa que pas¨¢rsela a Felipe Gonz¨¢lez. Todas las simpat¨ªas populares estaban, claro, con ella.
Administradores y administrados coinciden al menos en que la soluci¨®n para todas las tentaciones es prohibir lo que nos tienta. Magn¨ªfica soluci¨®n, en una sociedad de libertades individuales, de avances qu¨ªmicos o tecnol¨®gicos, de oferta comunicacional cada vez m¨¢s imaginativa y, por tanto, m¨¢s perversa. Nunca ha sido muy sensato suponer que las intervenciones meramente represivas pueden salvar a nadie de sus propios fantasmas, pero ahora resulta n¨ªtidamente demencial. Lo cual no desanima, desde luego, a los Savonarolas vocacionales que tanto abundan, am¨¦n de brindar nuevas coartadas a la expansi¨®n de la burocracia estatal. Las pasadas fechas navide?as vienen cada a?o acompa?adas period¨ªsticamente por art¨ªculos contra los males de la publicidad televisiva dirigida a los ni?os, tan previsibles como las columnas antitaurinas de Manolo Vicent all¨¢ por San Isidro o las 12 campanadas en la Puerta del Sol. El m¨¢s extenso de ellos que yo conozca fue el de Antonio Mu?oz Molina en estas mismas p¨¢ginas, pero seguro que ha habido otros cien. El argumento de fondo siempre es el mismo: los ni?os ven los anuncios en hipnotizada soledad, como v¨ªctimas de la magia negra. Y como frente a malvados hechiceros, s¨®lo caben dos reacciones ante los anuncios (y de paso ante casi todo lo que aparece en televisi¨®n): la obediencia del zombie o la hoguera del inquisidor. La idea de que alguien pueda re¨ªrse en familia de esos anuncios, comentarlos y poner en tela de juicio sus ofertas, en una palabra, aprender a trav¨¦s de ellos desde peque?os a resistir las seducciones publicitarias y a discriminar entre lo
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