La era de la depresi¨®n
Cada era produce su forma ¨²nica y peculiar de patolog¨ªa psicosocial. Como se?al¨® el soci¨®logo Christopher Lasch, el mal de una ¨¦poca suele manifestarse en la expresi¨®n exagerada de los rasgos del car¨¢cter de los hombres y mujeres que forman la sociedad del momento. A principios de siglo, la neurosis obsesiva y la histeria fueron los trastornos predominantes en una cultura que se caracterizaba por el fervor hacia el trabajo y la represi¨®n implacable de la sexualidad.A finales de los a?os sesenta comenz¨® a brillar la generaci¨®n del yo, la edad del culto al individuo, a sus libertades y a su cuerpo; la devoci¨®n fan¨¢tica al ¨¦xito personal, al dinero y al consumo. La dolencia cultural que padecemos desde entonces es el narcisismo, aunque, seg¨²n dan a entender estudios recientes, la comunidad de Occidente est¨¢ siendo invadida ahora por un nuevo mal colectivo: la depresi¨®n.
En t¨¦rminos generales, la prevalencia del s¨ªndrome depresivo no s¨®lo aumenta d¨ªa tras d¨ªa en los pa¨ªses industrializados, sino que las nuevas generaciones son las m¨¢s vulnerables a esta aflicci¨®n. Por ejemplo, la probabilidad de que una persona nacida despu¨¦s de 1955 sufra en alg¨²n momento de su vida de sentimientos profundos de tristeza, apat¨ªa, desesperanza, impotencia o autodesprecio es el doble que la de sus padres y el triple que la de sus abuelos. En Estados Unidos y en ciertos pa¨ªses europeos, concretamente, s¨®lo un 1% de las personas nacidas antes de 1905 sufr¨ªa de depresi¨®n grave con antelaci¨®n a los 75 a?os de edad, mientras que, entre los nacidos despu¨¦s de 1955, el 6% padece de esta afecci¨®n antes de los 24. En cierto modo, se puede decir que de padres narcisistas est¨¢n naciendo hijos melanc¨®licos.
Algunos expertos se?alan que la actual proliferaci¨®n del pesimismo y la desmoralizaci¨®n es consecuencia de un estilo de vida carente de sentido religioso, de la descomposici¨®n del modelo tradicional de familia o del ¨ªndice cada vez m¨¢s alto de rupturas en las relaciones de pareja. Otros lo achacan a la vida estresante y plagada de luchas de las grandes urbes, o a la doble carga del trabajo y el hogar que soportan las mujeres, o al estado de continua frustraci¨®n que ocasiona el desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades, o al sentimiento de fracaso que produce la persecuci¨®n obsesiva e in¨²til de ideales inalcanzables, como la perfecci¨®n f¨ªsica en la mujer o el poder econ¨®mico en el hombre. Tampoco hay que olvidar que la depresi¨®n seria es una enfermedad que cada d¨ªa se reconoce y diagnostica con mayor facilidad y frecuencia.
Independientemente de la importancia que tengan estos factores en la transici¨®n de la cultura del narcisismo a la era de la depresi¨®n, yo creo que la fuerza m¨¢s potente de cambio est¨¢ en el hecho de que las estrategias narcisistas van perdiendo su eficacia y atractivo entre los hombres y mujeres de hoy. Estas t¨¢cticas egoc¨¦ntricas se nutren de la convicci¨®n de que el ser humano es el centro del universo, superior a todas las criaturas vivientes, due?o total de s¨ª mismo y poseedor de la verdad absoluta. Por otra parte, el narcisista est¨¢ ensimismado, como extasiado consigo mismo, y es incapaz de relacionarse verdaderamente con los dem¨¢s, porque no puede suspender su desconfianza ni siquiera por un momento para poder entrar con empat¨ªa, con imparcialidad y con afecto en la vida de la otra persona y aceptar su existencia independiente.
A pesar de sus ingredientes patol¨®gicos, las defensas narcisistas nos han resultado muy ¨²tiles durante los ¨²ltimos 25 a?os, porque han mantenido nuestra capacidad colectiva de autoenga?o y han configurado un escudo protector contra nuestra conciencia de fragilidad de peque?ez y de impotencia. Esta es precisamente la raz¨®n por la que a medida que la sociedad se despoja de la coraza de omnipotencia, experimenta paralelamente sentimientos profundos de aprensi¨®n, de vulnerabilidad y de baja estima.
En realidad, dentro de un marco psicosocial, la llegada de esta era de depresi¨®n constituye un avance en la civilizaci¨®n y desarrollo del ser humano. Un paso necesario y positivo, porque refleja el triunfo de las fuerzas inexorables del conocimiento y de las ra¨ªces humanitarias y progresistas del hombre, y la derrota de los absolutismos simplistas y de la arrogancia nihilista.
A lo largo de la historia, el narcisismo recalcitrante ha sufrido golpes memorables a manos de la intuici¨®n y de la ciencia. Desde el asalto descorazonador de Nicol¨¢s Cop¨¦rnico contra la ilusi¨®n de que el mundo, la morada del hombre, era el centro del cosmos hasta la acometida de Charles Darwin, que ech¨® por tierra la deificaci¨®n de la persona, probando el origen evolutivo de la especie humana. Este ¨²ltimo descubrimiento fue particularmente devastador y humillante, pues el hombre, en su infatigable persecuci¨®n de la supremac¨ªa absoluta, se hab¨ªa distanciado m¨¢s y m¨¢s del resto de la fauna y hab¨ªa roto sus lazos biol¨®gicos con el reino animal, neg¨¢ndole a sus miembros la capacidad de razonar, mientras que ¨¦l mismo se adjudicaba un origen divino y un alma inmortal.
Junto a estos combativos y geniales antinarcisistas hay que incluir forzosamente a Sigmund Freud y a Albert Einstein. El primero, por destruir el mito de que el hombre es en todo momento due?o y se?or de su mente y de sus actos, razonando met¨®dicamente el poder extraordinario del inconsciente humano, y el segundo, por propinar un golpe mortal al absolutismo cient¨ªfico al demostrar que la percepci¨®n de fen¨®menos tan exactos y constantes como la velocidad de la luz o del tiempo es relativa, pues var¨ªa dependiendo de d¨®nde se sit¨²e el observador, esto es, del punto del vista.
Es evidente que la ca¨ªda del pedestal intocable de la prepotencia narcisista produce salpicaduras depresivas y angustiantes. Pero a la larga nos enriquece. Despu¨¦s de todo, la mejor prescripci¨®n para enfrentarnos con los continuos retos y dilemas que nos plantea la vida moderna es reconocer sencillamente que somos una mera fracci¨®n del universo, que dependemos irremediablemente de los dem¨¢s y que el conflicto es inevitable. No menos importante para el arte de vivir es aceptar que estamos sujetos a un proceso imparable de evoluci¨®n, que existen fuerzas incontrolables, desconocidas o inconscientes que influyen poderosamente sobre nuestros deseos, actitudes y conductas, y que la valoraci¨®n del mundo que nos rodea depende de d¨®nde nos situemos, de nuestra capacidad de ponernos genuinamente en el lugar de la otra persona. Tal abordaje de los problemas de la vida no s¨®lo es positivo para nosotros, puede tambi¨¦n servir de gu¨ªa a las generaciones futuras cuando tengan que enfrentarse con los desaf¨ªos a¨²n mayores que seguramente les depare el ma?ana.
Este final de siglo est¨¢ presenciando el comienzo de la era de la depresi¨®n. Un estado de ¨¢nimo colectivo, cargado de dudas y desasosiegos, quiz¨¢ sea el peaje obligatorio que tengamos que pagar por evolucionar, por conocernos mejor, por sentimos m¨¢s humanos y, en definitiva, por ponernos al d¨ªa.
Luis Rojas Marcos es psiquiatra y comisario de los Servicios de Salud Mental de Nueva York.
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