Stalingrado
El 6 de noviembre de 1942, en su discurso con ocasi¨®n del XXV aniversario de la Revoluci¨®n de Octubre, Stalin anunci¨®: "Pronto celebraremos una fiesta en las calles". Lo recuerdo porque por entonces yo era sovi¨¦tico y combatiente del Ej¨¦rcito Rojo, de baja por heridas en combate. Tanto yo como mis amigos ten¨ªamos una gran necesidad de creer en esa "fiesta", pero no ¨¦ramos capaces de imaginarla. Desde la ofensiva alemana del verano de 1942, el Ej¨¦rcito Rojo retroced¨ªa en todos los frentes ante el aplastante rodillo de la Wehrmacht. La raz¨®n era simple: los fritzs dominaban el aire y dispon¨ªan de un armamento superior al nuestro. La experiencia en el frente del C¨¢ucaso nos inculc¨® s¨®lidamente ese complejo de inferioridad. Al escuchar el anuncio de Stalin pensamos: el invierno no es bueno para los alemanes; el a?o pasado les rechazamos a la entrada de Mosc¨² y este a?o ocurrir¨¢ algo parecido en otro frente. Eso era lo que esper¨¢bamos, s¨®lo eso.Diecisiete d¨ªas despu¨¦s del discurso del Kremlin se supo una noticia incre¨ªble: todo el Ej¨¦rcito alem¨¢n se encontraba cercado en las estepas de Stalingrado. ?C¨®mo era posible? ?De d¨®nde hab¨ªamos sacado los tanques, los ca?ones, los aviones, para coger en tal trampa a la ¨¦lite de esos invasores tan soberbiamente armados? Incluso hoy, 50 a?os despu¨¦s, y a pesar de todos los libros y todas las pel¨ªculas, me pregunto c¨®mo los estrategas sovi¨¦ticos pudieron desplazar en secreto y camuflar divisiones enteras que se lanzaron de pronto, por el Norte y por el Sur, contra el VI Ej¨¦rcito de Von Paulus (o simplemente Paulus, es un detalle sin importancia). La vasta regi¨®n entre el Don y el Volga, el vientre glacial de Rusia, es llana como la palma de la mano y las colinas escasean. Camuflar un enorme ej¨¦rcito y lanzarlo por sorpresa contra el enemigo sonaba a cuento. Sin embargo, eso es precisamente lo que sucedi¨®. El 23 de noviembre, la tenaza se cerr¨® sobre los alemanes. Im¨¢genes de la ¨¦poca muestran c¨®mo nuestros soldados se un¨ªan, cerrando el cerco lejos de la l¨ªnea del frente, y se abrazaban, rodando por la nieve como " ni?os. En lo que a fiestas se refiere, era imposible imaginar una mejor.
Despu¨¦s han surgido otras cuestiones: ?habr¨ªa podido romper el cerco Von Paulus (o el mariscal Paulus, simplemente) bati¨¦ndose inmediatamente en retirada, en lugar de apalancarse por orden de Hitler en los arrabales de Stalingrado? Mi a?orado amigo austr¨ªaco Ernst Fischer me cont¨® sus largas conversaciones con ese mariscal, convertido en prisionero. Ten¨ªa que persuadirle de que encabezara el Comit¨¦ Antifascista alem¨¢n. Se supon¨ªa que Ernst Fischer, hijo de un general, sab¨ªa c¨®mo tratar a los militares y, por esa raz¨®n, se le hab¨ªa confiado esa delicada misi¨®n. El relato de sus conversaciones con Von Paulus (¨¦l le llamaba as¨ª) era muy interesante, pero se refer¨ªa sobre todo al c¨®digo de conducta militar, la idea del honor, los derechos y deberes del jefe de un ej¨¦rcito cercado. La tradici¨®n austr¨ªaca, y tambi¨¦n la prusiana, establece que, en una situaci¨®n cr¨ªtica, el comandante es el ¨²nico que debe decidir continuar la lucha o rendirse. Hitler hab¨ªa violado ese c¨®digo al imponer su decisi¨®n al "vikingo del Volga" (el apodo de Paulus). Y gracias a eso, Ernst Fischer, fil¨®sofo y excelente dial¨¦ctico, logr¨® convencer a su interlocutor de que ya no estaba obligado por su juramento militar y pod¨ªa declararse antifascista sin traicionar a la patria. Pero en ese apasionante di¨¢logo no entraban la estrategia, la posibilidad de que el VI Ej¨¦rcito se salvara tras haber sido cercado o fuera liberado por los tanques del mariscal von Mangstein (¨¦ste s¨ª es un von indiscutible). S¨®lo sab¨ªamos el hecho consumado: el 31 de enero de 1943, el "vikingo del Volga" y sus 23 generales del Estado Mayor se rindieron. La gran nueva fue anunciada al mundo el 2 de febrero de 1943.
Fue el giro decisivo de la II Guerra Mundial, todos los historiadores lo atestiguan. Pero para nosotros -la URSS-, signific¨® ante todo un importante cambio de mentalidad. Por primera vez comprendimos que nuestros tanques eran mejores que los de la Wehrmacht, que nuestra artiller¨ªa (Bog vo?ny, dios de la guerra) era m¨¢s potente que la suya, que nuestros aviones eran capaces de dominar el cielo. Y, sobre todo, que nuestros estrategas eran m¨¢s h¨¢biles, m¨¢s audaces, que esos se?ores de la guerra, prusianos o b¨¢varos, casi todos con apellidos con part¨ªcula, descendientes de una casta militar que hab¨ªa hecho la guerra durante generaciones. Tras Stalingrado, los verdaderos h¨¦roes, pronto conocidos en todo el mundo, ten¨ªan apellidos proletarios como Jukov, Konev, Rokosovski, Tolbujin y otros por el estilo y hab¨ªan aprendido a hacer la guerra durante la guerra. Pero una vez que tuvieron dominado ese arte, se aficionaron a tender trampas como la de Stalingrado a un enemigo que, como un animal herido, ca¨ªa una y otra vez.
La propaganda sovi¨¦tica sosten¨ªa que, tras la humillante derrota de Stalingrado, la Wehrmacht hab¨ªa quedado desmoralizada y que era inminente un levantamiento antinazi en Alemania. Pero no fue as¨ª, por razones que no abordar¨¦ aqu¨ª. Lo que s¨ª ocurri¨® fue que, en el mundo exterior, Stalingrado tuvo el efecto de una bomba. En primer lugar, cambi¨® las relaciones en el seno de la gran alianza antifascista. Los anglosajones la hab¨ªan firmado con Stalin en 1941, pero le consideraban un socio menor, capaz de inmovilizar a un gran n¨²mero de tropas alemanas, pero no de derrotarlas. ?se hab¨ªa sido el papel del Ej¨¦rcito ruso durante la 1 Guerra Mundial y, entre 1941 y 1943, la historia parec¨ªa repetirse. Churchill y Roosevelt contaban con que los rusos resistir¨ªan el mayor tiempo posible, pero no pensaban que pudieran llegar a Alemania antes que sus propios ej¨¦rcitos. Tras Stalingrado, su ¨®ptica cambi¨® y, de pronto, la celebraci¨®n de la Conferencia de los Tres Grandes de Teher¨¢n se convirti¨® en un tema prioritario.
En la Europa ocupada por los nazis, la humillante derrota del herrenfoIk alem¨¢n en Stalingrado tuvo efectos no menos inmediatos. La resistencia antinazi, hasta ese momento embrionaria y con inciertas perspectivas a corto plazo, creci¨® considerablemente. Los partidarios de esperar los acontecimientos y los esc¨¦pticos comprendieron por fin que, a pesar de su altivez, los ocupantes alemanes no ten¨ªan ninguna posibilidad de ganar la guerra ni de insertar a Europa en su Reich milenario. Adem¨¢s, bastaba con escribir en las paredes la, palabra Stalingrado para que los alemanes se sintieran ultrajados. Andr¨¦ Tollet, un franc¨¦s miembro de la Resistencia, cuenta: "Los parisienses disfrutaban maliciosamente preguntando a los alemanes, con cara de consternaci¨®n, qu¨¦ hab¨ªa pasado en Stalingrado. ( ... ) Se divert¨ªan hurgando en la llaga". Otros se enrolaban en el maquis, que, tras la gran repercusi¨®n de la victoria de Ej¨¦rcito Rojo en el Volga, se multiplic¨® no s¨®lo en Francia, sino tambi¨¦n en Italia y otros lugares.
Este a?o, el 50? aniversario de El Alamein ha hecho que primeros ministros y presidentes fueran a ?frica para conmemorar esa batalla. John Major y Helmut Kohl acudieron dejando todos los asuntos y a pesar de estar pasando por grandes dificultades.
Es un signo de los tiempos el que ni Rusia ni sus aliados hayan pensado en organizar una celebraci¨®n similar en Volgogrado, nombre actual de Stalingrado. Bor¨ªs Yeltsin, que presume de sus viajes a la Rusia profunda para dialogar con el pueblo, no ha juzgado oportuno ir a la ciudad del Volga. Aunque s¨ª grab¨® en el Kremlin un discurso radiof¨®nico, como se hac¨ªa durante la guerra, en el que a veces parec¨ªa emocionado y en el que rindi¨® homenaje al Ej¨¦rcito Rojo, evitando llamarle sovi¨¦tico o, simplemente, ruso. Aprovech¨® tambi¨¦n para afirmar que Rusia superar¨¢ la crisis actual del mismo modo que gan¨® la batalla de Stalingrado. Las dos situaciones no son, evidentemente, comparables, pero probablemente cualquier otro presidente habr¨ªa dicho lo mismo. A juzgar por las estad¨ªsticas rusas encontradas en los archivos secretos y dadas a conocer en enero, entre julio de 1942 y febrero de 1943, el Ej¨¦rcito Rojo perdi¨® en Stalingrado 1.100.000 hombres y la Wehrmacht 800.000. El precio que- el Ej¨¦rcito Rojo pag¨® por derrotar al monstruo nazi fue mayor de lo que se pensaba, pero esto no le quita m¨¦rito, sino todo lo contrario. Y no
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creo que las revelaciones de los celosos investigadores sobre los 13.000 soldados sovi¨¦ticos fusilados por deserci¨®n puedan mancillar la imagen de los vencedores.
Curiosamente, ha sido el cineasta alem¨¢n Joseph Vilsmayer, nacido en 1939, quien ha reanimado m¨¢s el debate sobre ese pasado con un largometraje de casi dos horas de duraci¨®n llamado Stalingrado. Lo ha rodado en Checoslovaquia, sin actores famosos, sin historias de amor, con la intenci¨®n de mostrar los horrores de una guerra provocada por el nacionalismo y la xenofobia que de nuevo hostigan a su pa¨ªs. En mi opini¨®n, lo ha conseguido, pero es posible que yo conozca demasiado bien esa historia como para ser un buen juez. Joseph Vilsmayer presenta un muestrario muy edificante de las salvaadas de la "Wehrmacht -la ejecuci¨®n de rehenes, entre ellos un ni?o ruso, la violaci¨®n de una mujer-soldado, la destrucci¨®n de ciudades, el hambre, el fr¨ªo, el sufrimiento de la poblaci¨®n civil rusa- Sus h¨¦roes son hombres valerosos, perdidos en medio de esa carnicer¨ªa. Todos mueren. Sin embargo, la cr¨ªtica alemana estima que, al no situar esos hechos en el marco global y terrible de la invasi¨®n nazi de la URSS, la pel¨ªcula puede servir, involuntariamente, para exculpar a sus compatriotas. Los protagonistas de Joseph Vilsmayer son j¨®venes normales, muy poco contaminados por el nazismo y que ejecutan las ¨®rdenes de sus superiores en contra de su voluntad. Seguramente no son representativos del sentimiento del conjunto de la Wehrmacht (si no, la guerra no se habr¨ªa prolongado 30 meses tras Stalingrado). La ¨²nica cifra que el cineasta cita al final de su obra es la relativa al destino d¨¦ los prisioneros alemanes, de los que s¨®lo 6.000 volvieron a su patria cuando termin¨® la guerra. Estoy de acuerdo con que Vi1s¨ªnayer habr¨ªa . sido m¨¢s convincente si hubiera insertado al principio o al final cinco minutos de explicaci¨®n sobre la guerra y sobre el origen de la batalla de Stalingrado. No estoy muy seguro de que los alemanes de hoy sepan que murieron 20 millones de sovi¨¦ticos y que tres millones perdieron la vida en los campos de prisioneros de la Wehrmatch. Pero la pel¨ªcula de Joseph Vilsmayer tiene el m¨¦rito de ser la ¨²nica en cartel en este 500 aniversario de Stalingrado e incluso las pol¨¦micas que suscita son muy ¨²tiles para refrescar el recuerdo de esta gran historia.
Una ¨²ltima palabra: la victoria de Stalingrado est¨¢ ligada al nombre de Stalin, quien la predijo y, en cierto modo, la inspir¨®. El culto a su personalidad, del que tanto se ha hablado, se impuso en gran parte gracias a Stalingrado. Pero ¨¦sa no es raz¨®n suficiente para no hablar de ello. Al contrario, con la perspectiva del tiempo, deber¨ªa ser posible examinar con menos pasi¨®n y prejuicios los diferentes aspectos de este personaje hist¨®rico cuyo papel global en la construcci¨®n del socialismo en la URSS ha sido definitivamente nefasto, pero no negativo en todos los aspectos. Reducirle simplemente a un Monstruo, t¨ªtulo de una serie televisiva estadounidense a punto de ser emitida en Rusia, y tambi¨¦n aqu¨ª, da muestras de un exorcismo de eficacia muy dudosa.
K. S. Karol es periodista franc¨¦s, experto en cuestiones del Este de Europa.
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