Tantos museos
La proliferaci¨®n de escenarios para el arte ¨²ltimo
Nunca ha habido tantos museos, y nunca han sido tan innecesarios. Estados Unidos, Jap¨®n y los pa¨ªses pr¨®speros de Europa han conocido en la ¨²ltima d¨¦cada una extraordinaria floraci¨®n de museos. Museos de la ciencia, museos de arqueolog¨ªa, museos de los ni?os, museos de ciudades, pero sobre todo museos de arte.. Se han ampliado los existentes para dotarlos de tiendas, restaurantes y librer¨ªas, nuevas salas de exposici¨®n temporal y servicios t¨¦cnicos de apoyo a unos fondos de continuo movimiento; y se ha creado multitud de museos nuevos, buena parte de los cuales dedicada al arte contempor¨¢neo.Esta proliferaci¨®n de recintos para el arte podr¨ªa hacer pensar en una renovada pasi¨®n por la memoria y la belleza; sin embargo, la inflaci¨®n muse¨ªstica obedece m¨¢s bien a la hipertrofia de las necesidades comunicativas de los Estados y grandes corporaciones. En un medio saturado de mensajes, los escenarios para las ceremonias del arte suministran un espacio f¨¦rtil para las estrategias de persuasi¨®n y relaciones p¨²blicas; frente a la degradaci¨®n del entorno natural y la vida ciudadana, los museos cumplen la funci¨®n compensatoria de acotar territorios protegidos que mantienen la ficci¨®n elevada de la perfecci¨®n espiritual; ante la volatilizaci¨®n del espacio p¨²blico, las salas de exposici¨®n se convierten en el simulacro cultural del lugar (secular o sagrado) donde se manifiesta la dimensi¨®n p¨²blica.
Tambi¨¦n Espa?a -desde la Administraci¨®n central hasta las auton¨®micas, pasando por los ayuntamientos de las grandes ciudades- ha experimentado esa ansiedad de legitimaci¨®n simb¨®lica a trav¨¦s de las instituciones de arte de vanguardia.
El Reina Sof¨ªa, de Madrid, con su tormentosa historia y sus torres de vidrio dise?adas por Ian Ritchie, ha sido la nave capitana de una numerosa flotilla de' museos de arte contempor¨¢neo, entre los que destacan la recientemente inaugurada Fundaci¨®n Pilar y Joan Mir¨®, en Palma de Mallorca, un edificio l¨ªrico y antiguo de Rafael Moneo, que sit¨²a en el jard¨ªn mediterr¨¢neo una estrella de hormig¨®n, y tamiza la luz que se refleja en los estanques con ventanas de alabastro; la Fundaci¨®n T¨¢pies, en Barcelona, con una nube y una silla de alambre realizados por el pintor que coronan la elegante rehabilitaci¨®n de un edificio modernista de Dom¨¨nech i Montaner; el Centro Atl¨¢ntico de Arte Moderno, que sugiri¨® a Francisco Javier S¨¢enz de Oiza la introducci¨®n de una jaula de acero, r¨ªtmica y luminosa, en el interior de un caser¨®n pr¨®ximo a la catedral de Las Palmas, y el Instituto Valenciano de Arte Moderno, un gran caj¨®n de piedra clara en el borde del casco hist¨®rico de Valencia, y cuyo mayor activo es la inteligente gesti¨®n de Carmen Alborch.
Incierta a¨²n la remodelaci¨®n de las Atarazanas sevillanas para albergar un centro de arte andaluz, los acorazados que asoman hoy en el horizonte son los tres grandes museos de arte contempor¨¢neo de las nacionalidades hist¨®ricas (Catalu?a, Euskadi y Galicia) que reforzar¨¢n la escuadra en los noventa con tres formidables nav¨ªos de nueva construcci¨®n, encomendados en los tres casos a arquitectos extranjeros pertenecientes al muy selecto club (con s¨®lo 15 miembros) de los galardonados con el Premio Pritzker: el portugu¨¦s ?lvaro Siza y los norteamericanos Richard Meier y Frank Gehry.
Geometr¨ªas inc¨®modas
?lvaro Siza (premio Pritzker en 1992) ha proyectado el Museo de Arte Contempor¨¢neo de Galicia en un borde incierto del n¨²cleo monumental de Santiago de Compostela, en la forma de unos vol¨²menes prism¨¢ticos que se maclan diagonalmente para construir un edificio fracturado, de geometr¨ªas inc¨®modas, que ahora, cuando se halla levantada la obra gruesa, tiene a¨²n el esquematismo crudo de una enorme maqueta de hormig¨®n. La inserci¨®n urbana parece poco meditada, y la forma de evitar la luz directa en las salas -un forjado colgado bajo los lucernarios-, demasiado elemental; pero la obra reciente del maestro de Oporto ostenta toda ella esa naturaleza un tanto artificiosa que, si bien lo ha hecho famoso entre los j¨®venes deconstructivistas, obliga a a?orar sus obras primeras. En ¨¦sta, la presi¨®n conservacionista le ha forzado a chapar con granito el hormig¨®n; aunque no es un mal compromiso, es la forma m¨¢s trivial de resolver el conflicto entre el contexto hist¨®rico del casco compostelano y la voluntad vanguardista del museo de arte.Richard Meler (premio Pritzker en 1984) est¨¢ construyendo, pr¨®ximo a las Ramblas y junto a la Casa de la Caridad barcelonesa, el Museo de Arte Contempor¨¢neo de la capital catalana. Como arquitecto especialista en museos que ya tiene en su haber media docena de ellos -entre los cuales, el encargo m¨¢s codiciado de los ochenta, el complejo Getty en Los ?ngeles, y nada menos que dos en una misma ciudad, Francfort-, el neoyorquino ha suministrado m¨¢s o menos lo que se esperaba de ¨¦l: un prisma blanco sutilmente articulado, sobriamente escult¨®rico y manierista en su elaboraci¨®n de los lenguajes puristas del periodo de entreguerras, que se inserta en el deteriorado casco de la ciudad vieja como un sofisticado paquebote amarrado junto a los tinglados portuarios de un rinc¨®n mediterr¨¢neo. No producir¨¢ grandes entusiasmos, pero tampoco grandes decepciones. Meier es igual a s¨ª mismo hasta la fatiga, y acaso por eso garantiza siempre una calidad Inmaculada y exacta que tranquiliza a las instituciones.
Frank Gehry (premio Prtizker en 1989) construir¨¢, por ¨²ltimo, el Museo Guggenheim de Bilbao, un edificio pol¨¦mico y costos¨ªsimo que ha dividido dram¨¢ticamente a la cultura vasca, tanto por lo que supone de drenaje financiero del apoyo a otras actividades art¨ªsticas como por lo que tiene de cesi¨®n completa de la gesti¨®n a una instituci¨®n norteamericana. Esta ausencia de consenso puede llegar a dificultar la culminaci¨®n del proyecto, un gigantesco pulpo de acero sobre cajas de piedra caliza que el arquitecto ha colocado a orillas del Nervi¨®n. A diferencia del caso catal¨¢n, la obra de Gehry es una gran inc¨®gnita, ya que el californiano, pese a sus estrechos lazos con el mundo del arte, no ha construido nunca un museo que merezca ese nombre (el Temporary Contemporary de Los ?ngeles era s¨®lo la remodelaci¨®n de unas naves, y el Museo Vitra de Weil am Rhein, cerca de Basilea, su primera obra europea, es apenas mayor que un showroom). Los primeros dibujos son muy similares a los de su proyecto para el Disney Hall de Los Angeles, pero muy diferentes a los de su intervenci¨®n en el Eurodisney parisiense, de manera que la coincidencia no debe inquietar a los que temen que la naturaleza espectacular del museo contempor¨¢neo lo aproxime a los arquetipos del entretenimiento de masas.
Como un parque
El parentesco entre el museo y el parque de atracciones no se pro duce en el terreno de la forma, sino en el de la sustancia. Si arquitectos como Frank Gehry y Arata Isozaki trabajan a la vez para Thomas Krens y Michael Eisner, se debe s¨®lo a que los directivos de la Fundaci¨®n Guggenheim, y de la corporaci¨®n Disney se han con vertido hoy en los mayores patronos transnacionales de arquitectura de autor. El comercio de im¨¢genes nos alimenta con simulacros consoladores, y en ellos las ficciones del museo no est¨¢n muy lejos de los recintos controlados y narc¨®ticos del ocio. Quiz¨¢, a fin de cuentas, los museos sean m¨¢s necesarios de lo que algunos pens¨¢bamos.
Babelia
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