El estado de la naci¨®n
No s¨¦ qui¨¦n andar¨¢ gobernando en Espa?a ahora, pero quien quiera que fuera deber¨ªa irse cuanto antes. Esta es la primera conclusi¨®n que sugiero despu¨¦s de haber celebrado durante los ¨²ltimos 12 meses innumerables debates abiertos en universidades, sedes de cajas de ahorro provinciales, locales de asociaciones de vecinos y clubes de opini¨®n.La ruptura del di¨¢logo con los j¨®venes, las mujeres, los profesionales, las gentes del mundo del conocimiento, los sindicatos y los ancianos ha dejado en las manos de un exiguo grupo de varones de entre 40 y 50 a?os la participaci¨®n en los mecanismos de decisi¨®n. Al enfrentamiento hist¨®rico d¨¦ unas clases sociales contra otras ha sucedido la protesta de todos contra el Gobierno.
He intentado conectar de nuevo con el subconsciente de los espa?oles: ?qu¨¦ piensan realmente?, ?qu¨¦ esperan?, ?qu¨¦ les agobia?, ?qu¨¦ detestan por encima de todo?, ?que quieren en medio de la vor¨¢gine de cambios con que se les amenaza o ilusiona, seg¨²n el caso, pero que nunca llegan?
Casi nada del caudaloso r¨ªo de la informaci¨®n oficial, elaborada con cargo al presupuesto del Estado, me ha servido. Algunas voces de soci¨®logos aislados, como Amando de Miguel y Enrique Gil Calvo; de cient¨ªficos, como Alfredo Tiemblo y Federico Garc¨ªa Moliner, o de reflexiones viajeras captadas al viento, me han ayudado.
Para los espa?oles, el puesto de trabajo es la principal fuente de irritaci¨®n y desencanto. Tienen el sentimiento de que el trabajo est¨¢ peor repartido que la riqueza, torpemente organizado, ineficazmente gerenciado y mal pagado. Son conscientes, por a?adidura, de que siempre fue por cuenta ajena en el sentido literal de la palabra. De que no va con ellos.
En el ¨¢mbito de la organizaci¨®n del trabajo se ha producido ya el tr¨¢nsito del modelo de la revoluci¨®n industrial, basado en el control de costes y la especializaci¨®n, al modelo actual, basado en la capacidad de innovar. En el esquema heredado de la revoluci¨®n industrial, las tareas complejas se desmenuzaban en sus componentes m¨¢s sencillos para poder utilizar mano de obra no cualificada y, por tanto, barata. Un solo producto con largas series de producci¨®n para un solo mercado simbolizaba el esquema productivo. La especializaci¨®n tayloriana, los bajos salarios, la monoton¨ªa, la hegemon¨ªa de los procesos y presupuestos con relaci¨®n a la capacidad creativa de las personas eran la norma.
La diversificaci¨®n de productos suscitada por el desarrollo tecnol¨®gico puso patas arriba el esquema anterior. Las deseconom¨ªas de escala generadas por la. diversidad hubo que neutralizarlas con la automatizaci¨®n, cambios radicales en la organizaci¨®n del trabajo, el recurso a la l¨®gica. y los conocimientos. La sustituci¨®n de la moral burocr¨¢tica por la innovaci¨®n, la formaci¨®n permanente en lugar de la especializaci¨®n, horarios flexibles, el recurso a la experiencia y creatividad del capital humano deber¨ªan ser ahora la norma.
En Espa?a, al contrario de otros pa¨ªses europeos, la incapacidad de la Universidad para transferir el conocimiento al sistema productivo, la degradaci¨®n de la formaci¨®n profesional, el car¨¢cter acient¨ªfico de la cultura heredada, el amiguismo y el peso de la ideolog¨ªa frente a la l¨®gica, se han conjurado para frenar la irrupci¨®n de la nueva organizaci¨®n del trabajo, que exig¨ªa el desarrollo de las fuerzas productivas.
El contenido fuertemente especulativo de la econom¨ªa estos ¨²ltimos a?os ha desincentivado todav¨ªa m¨¢s el desarrollo de los activos humanos. En lugar de abordar las complejas reformas organizativas, gerenciales y de formaci¨®n, en las que se sustentan los beneficios a largo plazo, se ha preferido manipular los activos patrimoniales para generar plusval¨ªas a corto plazo. De ah¨ª el profundo sentimiento de insatisfacci¨®n laboral.
La gente, aunque a los pol¨ªticos les cueste creerlo, da mucha importancia a los sentimientos. La segunda componente del estado de la naci¨®n es la convicci¨®n profunda de que la pol¨ªtica no se ha ocupado de los sentimientos. Los discursos grandilocuentes, las promesas de incidir sobre fen¨®menos que, en gran parte, escapan al voluntarismo de los Gobiernos, contrastan con la miseria infligida a la vida cotidiana de los ciudadanos a ra¨ªz de las omisiones de los Gobiernos en ¨¢mbitos muy concretos, cuyo impacto negativo se hubiera podido evitar. Todos saben que por mucho que digan los ministros de turno, la convergencia con Europa depende, primordialmente, de la fase que atraviese el ciclo de la econom¨ªa mundial. Todos intuyen, en cambio, que la reforma a tiempo del C¨®digo Penal -perfectamente accesible a la acci¨®n del Gobierno- hubiera podido evitar cr¨ªmenes espantosos que han conmovido los sentimientos de todos los espa?oles.
La misma actitud es responsable de que a la sociedad espa?ola le sorprendiera la sequ¨ªa. Algo as¨ª como si una nevada desconcertara a los lapones. O que la contaminaci¨®n en la capital de Espa?a estuviera a punto de asfixiar a dos millones de madrile?os. A quien no habr¨ªa sorprendido en absoluto es a los funcionarios de Bruselas, acostumbrados a evaluar la desidia ecol¨®gica que las autoridades justifican alegando que, gracias al atraso industrial relativo y al considerable peso demogr¨¢fico, hay pa¨ªses peores, si se miden por el rasero de las emisiones o residuos por habitante.
Los espa?oles est¨¢n convencidos, en definitiva, de que la pol¨ªtica persigue objetivos ideol¨®gicos y est¨¦riles, cuyo logro obedece a factores ajenos mientras se olvida la opci¨®n concreta de humanizar la vida cotidiana y proteger los sentimientos. Al igual que ocurre con el puesto de trabajo, tampoco la pol¨ªtica va con ellos.
El continuo peregrinar de los jerarcas de la Administraci¨®n al teatro Alfil, situado en pleno centro de Madrid, no basta para amortiguar el choque frontal entre los ademanes oficiales y el profundo cambio cultural experimentado por los espa?oles. Es la tercera componente del nuevo estado de la naci¨®n.
A medida que ha mejorado el nivel de vida han irrumpido con fuerza creciente exigencias m¨¢s expresivas que instrumentales, como la participaci¨®n directa de los ciudadanos en los mecanismos de decisi¨®n, reafirmaci¨®n de identidades nacionales y locales, protecci¨®n del paisaje y medio ambiente, calidad de vida en las grandes concentraciones urbanas o el ejercicio de derechos c¨ªvicos como la salvaguardia de la propia intimidad, o el acceso a una informaci¨®n veraz y transparente. Se trata de una lista de reivindicaciones a cual m¨¢s postergada, cuando no machacada, por la cultura oficial.
Es el estallido de las nuevas demandas posmateriales, que afectan por Igual a todo el colectivo social y que chocan,
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frontalmente, con el discurso partidista y monotem¨¢tico del establishment.
Por ¨²ltimo, los espa?oles se saben gobernados -mal o bien, seg¨²n el cristal con que lo miren-, pero no se sienten representados. La memoria hist¨®rica permanece, y en la programaci¨®n mental sigue indeleble la divisi¨®n entre los, que mandan y los que obedecen, los de arriba y los de abajo, los que env¨ªan a la mili y los que la hacen.
La fusi¨®n paulatina de las funciones de gobierno y representaci¨®n en una misma clase pol¨ªtica ha dejado a la sociedad indefensa frente a los abusos del poder. Tan absurdo parece delegar, en quien gobierna, la defensa de los derechos pol¨ªticos del ciudadano frente al Estado, como asignar al casero la defensa de los derechos del inquilino. A esta disfunci¨®n, caracter¨ªstica de todos los pa¨ªses europeos, se a?ade en Espa?a la ausencia de mecanismos institucionales que garanticen el control real de los abusos de poder, y una ley electoral que s¨®lo otorga la opci¨®n de refrendar una vez cada cuatro a?os la lista de candidatos al Congreso designados por la propia clase pol¨ªtica.
Cambiar la faz del trabajo cotidiano, humanizar la pol¨ªtica regres¨¢ndola al ¨¢mbito de lo com¨²n, asumir las exigencias de orden expresivo y global de la nueva cultura y devolver al ciudadano su poder de decisi¨®n, son propuestas que no corresponden a las ponencias en los congresos de los partidos pol¨ªticos ni, muy probablemente, a los programas de gobierno en la pr¨®xima campa?a electoral. Pero son componentes fundamentales del subconsciente colectivo de los espa?oles en estos momentos y un aviso claro de cu¨¢l es el estado de la naci¨®n.
Eduardo Punset es eurodiputado y presidente de FORO.
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