El sabio Garc¨ªa G¨®mez
El arabista Emilio Garc¨ªa G¨®mez cumple 50 a?os como acad¨¦mico de la Historia. Pedro La¨ªn Entralgo se?ala su car¨¢cter de sabio abierto y sensible, su cualidad de buen escritor y el hecho de que se encuentre, junto a Alberti y Lapesa, entre los ¨²ltimos del 27.
Hace ahora 50 a?os ingresaba en la Real Academia de la Historia Emilio Garc¨ªa G¨®mez. En la linde de su plena madurez inteletual, hab¨ªa nacido en 1905, iniciaba as¨ª la etapa suprema de una carrera intelectual que comenz¨® bastante antes de nuestra guerra civil y hac¨ªa de ¨¦l uno de los m¨¢s eminentes miembros de la generaci¨®n que ya por entonces sol¨ªa ser llamada del 27.Es aqu¨ª imprescindible una precisi¨®n historiogr¨¢fica. Con el r¨®tulo de generaci¨®n del 27 es habitualmente designado el grupo de los egregios poetas que todos conocemos y admiramos. Pero se incurrir¨ªa en miop¨ªa mental si se desconociese que esa generaci¨®n no s¨®lo es po¨¦tica; que lo es de la total cultura espa?ola; y que, en consecuencia, a ella pertenecen espa?oles tan eminentes, cada uno en su respectiva actividad, como la espl¨¦ndida serie de poetas que cronol¨®gicamente empieza en Salinas y termina en Alberti. En la historia de la cultura espa?ola, ?no son acaso miembros de una global generaci¨®n del 27 los fil¨®sofos Zubiri, Gaos y Garc¨ªa Bacca, los romanistas D¨¢maso Alonso, Amado Alonso y Rafael Lapesa, el arabista Garc¨ªa G¨®mez, los f¨ªsicos Palacios, Duperier y Catal¨¢n, los m¨¦dicos Jim¨¦nez D¨ªaz, Pedro Pons y Trueta, los bi¨®logos De Castro y Ochoa, los novelistas Rosa Chacel y Francisco Ayala..., y tantos m¨¢s, no menos ilustres en el saber, las letras y las artes?
Como para cumplir la doctrina de Ortega acerca de las generaciones, en la Espa?a inmediatamente anterior a 1.936 conviven hasta cuatro diferentes: la que bien puede ser llamada de 1880, cuyas figuras estelares fueron Cajal, Men¨¦ndez Pelayo y Torres Quevedo; la del 98, intelectualmente encabezada -sin mengua, claro est¨¢, de la genialidad literaria de sus restantes miembros- por Unamuno, Men¨¦ndez Pidal y As¨ªn Palacios; la del 14, con Ortega y Mara?¨®n al frente, y -entendida como acabo de hacerlo- la del 27, a la que por su edad y por su talante hist¨®rico tan brillantemente pertenece Emilio Garc¨ªa G¨®mez.
Pensando y repensando acerca de la posible peculiaridad de esta ¨²ltima, en una envidiable nota negativa he llegado a verla. Debo explicarme. Desde la Gloriosa, por lo menos, todas las generaciones espa?olas se sienten obligadas, bien al comenzar su comparecencia en la escena p¨²blica, bien poco despu¨¦s, a preguntarse cr¨ªticamente por las deficiencias y los vicios de la Espa?a que ven, ante todo en el orden de la cultura y la vida social, para proponer a continuaci¨®n el oportuno remedio, tal y como ellos lo ven, y para emplearse en la tarea de aplicarlo, en la medida de sus respectivas posibilidades. As¨ª Giner de los R¨ªos y, Costa, as¨ª Cajal y Clar¨ªn, as¨ª Unamuno y Men¨¦ndez Pidal, as¨ª Ortega y Mara?¨®n. Pues bien: desde que poco antes o, poco despu¨¦s de 1927 inician su actividad propia, hasta que a partir de 1933 se crispa y pol¨ªticamente se radicaliza la sociedad espa?ola, ninguno de los miembros de la nueva generaci¨®n se siente obligado a ese arduo ejercicio de cr¨ªtica y proposici¨®n.
A la altura de Europa
?Por qu¨¦? A mi modo de ver, porque, sin pensar en ello, t¨¢cita y como inconscientemente, la vida de todos descansa sobre esta b¨¢sica y tonificante certidumbre: que por obra de las generaciones inmediatamente anteriores -desde Giner y Costa, por lo menos-, Espa?a se ha puesto en el buen camino, ha avanzado no poco por ¨¦l y est¨¢ ya pr¨®xima su llegada a una meta relativamente satisfactoria. S¨ª; unos a?os m¨¢s, y cultural y pol¨ªticamente ser¨¢ Espa?a un pa¨ªs a la altura de Europa y del tiempo hist¨®rico. Viejos o casi viejos ya, como Cajal, Unamuno y Men¨¦ndez Pidal; j¨®venes todav¨ªa, como -valga su ejemplo- Xavier Zubiri, Carlos Jim¨¦nez D¨ªaz, D¨¢maso Alonso y Emilio Garc¨ªa G¨®mez, as¨ª reciben nuestros intelectuales el advenimiento de la Rep¨²blica de 1931. Cinco a?os antes, en 1926, Ortega hab¨ªa propuesto a los j¨®venes que luego formar¨ªan la generaci¨®n del 27 iniciar su tarea personal y colectiva "alegremente, con gentil paso de olimpiada". Y alegremente, deportivamente, esos j¨®venes, cada uno en lo suyo, hicieron pensamiento, ciencia y arte en el nivel en que el pensamiento, la ciencia y el arte eran cultivados por las vanguardias intelectuales de Europa. Con esa ¨ªntima convicci¨®n y con ese gentil paso de olimpiada se hizo arabista Emilio Garc¨ªa G¨®mez, estudi¨® en El Cairo, dio comienzo en Granada a su espl¨¦ndida carrera universitaria y fue edificando su no menos espl¨¦ndida obra personal. Otros m¨¢s autorizados que yo dir¨¢n lo que como arabista ha sido y est¨¢ siendo aquel mozo que a los 20 a?os hab¨ªa sabido casar entre s¨ª a Abentof¨¢il y Baltasar Graci¨¢n. Consciente de mis l¨ªmites, quiero y debo limitarme a comentar muy sumariamente otros aspectos de la personalidad intelectual de Emilio Garc¨ªa G¨®mez; de don Emilio, como hoy se le llama.
En primer t¨¦rmino, su condici¨®n de "bien nacido". Para nuestro pueblo no es "bien nacido" el que del seno materno pasa a s¨¢banas de Holanda y a cuna se?orial, sino el que reconoce abiertamente, seg¨²n los dos principales sentidos que el t¨¦rmino "reconocimiento" tiene en castellano, lo que a los dem¨¢s debe para ser lo que est¨¢ siendo. Pues bien: como intelectual y arabista, ejemplarmente ha sido bien nacido Emilio Garc¨ªa G¨®mez. Aun cuando no fue, no pudo ser disc¨ªpulo de Codera, claramente expresaba su filiaci¨®n respecto de ¨¦l -m¨¢s exactamente, perdonadme el vocablo, su nietidad- cuando, como novicio del arabismo, con l¨²dica cordialidad declaraba pertenecer a la tribu de los Beni-Codera. Y desde entonces hasta hoy, las muchas veces en que de tan l¨²cida y cordial manera ha proclamado su deuda discipular con don Juli¨¢n Ribera y don Miguel As¨ªn Palacios. O, pasando del arabismo a la entera vida intelectual, la constante devoci¨®n con que ha recordado la persona y la obra de don Jos¨¦ Ortega y Gasset, amigo suyo desde los a?os fundacionales -m¨ªticos a?os, vistos desde los nuestros- de la Revista de Occidente. En un pa¨ªs que ha inventado la terrible expresi¨®n "al maestro, cuchillada", y donde, por consiguiente, no parece f¨¢cil la buena nacencia discipular, bien nacido intelectual ha sido el que hoy llamamos don Emilio.
Destacar¨¦ tambi¨¦n la amplitud, la sutileza y el rigor que como intelectual in genere, no s¨®lo como arabista, una y otra vez ha mostrado ante sus lectores y oyentes. ?Tienen muchos noticia de que Emilio Garc¨ªa G¨®mez es uno de los m¨¢s ¨ªntimos conocedores de Horacio? ?O de que con la m¨¢s exquisita y puntual minucia sabe disertar sobre la velazque?a Venus del Espejo o en tomo a entresijos est¨¦ticos y mentales del Jard¨ªn de las Delicias, ese complicado laberinto que siglo tras siglo viene ofreciendo el Bosco? ?O de que, como quien no quiere la cosa, puede recitar en lat¨ªn todo un p¨¢rrafo de la Summa contra Gentiles? ?0 de que es capaz de repentizar una oportuna cita de La Fontaine? Quien universalmente ha sabido difundir los delicados arabescos est¨¦ticos de la poes¨ªa del islam sabe tambi¨¦n hacer suyas tantas y tantas sumidades de la cultura universal. Nihil humania me alienum puto, dijo el cl¨¢sico latino, como para que luego, durante siglos, lo repiti¨¦ramos los eruditos a la violeta. "De todo lo que en el orden intelectual y en el art¨ªstico han hecho los hombres, nada me es ajeno", podr¨ªa decir nuestro homenajeado. Alta lecci¨®n, cuando tan anchamente campean el achatamiento y la parcelaci¨®n del saber.
Y con el arabista bien nacido y el sabio abierto y sensible, el escritor, el buen escritor. Aunque no muchos, varios son los modos de serlo. Con su escueta y expresiva concisi¨®n, buenos escritores fueron Graci¨¢n y Azor¨ªn. Con su medida y sugestiva opulencia, espl¨¦ndidos escritores han sido Valle-Incl¨¢n y Ortega. Entre la concisi¨®n de aquellos y la opulencia de ¨¦stos, Emilio Garc¨ªa G¨®mez es buen escritor convirtiendo en letra impresa estas cuatro relevantes cualidades: la elegante llaneza, la bien medida sobriedad, la certera asunci¨®n del habla popular y, consiguientemente, la cuidadosa evitaci¨®n de toda pedanter¨ªa seudoculta. "Jam¨¢s escribir¨¦ empero ni otrora", le o¨ª decir en ocasi¨®n reciente. Y as¨ª, ejercitando virtudes estil¨ªsticas y detestando pedanter¨ªas l¨¦xicas, el escritor Garc¨ªa G¨®mez logra cuantas veces quiere que la lectura de su prosa, tenga como cauce la lecci¨®n magistral o el art¨ªculo period¨ªstico, sea una reiterada y segura delicia para el lector.
Los ¨²ltimos del 27
Dije antes que, cuando j¨®venes, los miembros de la generaci¨®n del 27 tuvieron el envidiable privilegio de ingresar en la vida p¨²blica sin proponerse como cuesti¨®n previa un examen cr¨ªtico de la deficiencia y el menester de la vida espa?ola. Porque t¨¢citamente confiaban en la eficacia de lo que sus padres y abuelos hist¨®ricos hab¨ªan hecho en camino hacia la meta deseable y deseada, la actualidad y la excelencia de la cultura de su patria, "alegremente, con gentil paso de olimpiada" comenzaron a hacer lo que a la vocaci¨®n de cada uno correspondiera: pensamiento, ciencia o arte. Poco despu¨¦s, y creo que hasta hoy, mucho han cambiado las cosas. En esta semblanza de quien, con dos Rafaeles, Alberti y Lapesa, tan autorizadamente se halla entre los ¨²ltimos del 27, perm¨ªtaseme la expresi¨®n de un ¨ªntimo, quemante deseo: que quienes hoy rigen y los que ma?ana hayan de regir los destinos de Espa?a hagan cuanto les sea posible para reconquistar aquella sosegadora confianza en el porvenir de nuestra cultura -la cultura de la una y diversa Espa?a- que consciente o inconscientemente lat¨ªa, cuando j¨®venes, en las almas de los espa?oles del 27.
es escritor y miembro de la Real Academia Espa?ola.
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