Barlola, en la brecha
Premio Nacional de Bellas Artes en 1985, hijo adoptivo de Asturias en 1987 -el Gobierno cuya comunidad aut¨®noma le dedic¨® en Gij¨®n un museo monogr¨¢fico- y, finalmente, Medalla de Extremadura en 1991 -por s¨®lo referirme a los galardones y reconocimientos ¨²ltimos- Juan Barjola (Torre de Miguel Sesmero, Badajoz, 1919) tiene ya tras de s¨ª medio siglo de, oficio pict¨®rico. Desde que en los a?os cincuenta adoptara ese violento lenguaje neofigurativo que le caracteriza, situado entre el expresionismo y el surrealismo, caus¨® simult¨¢neamente admiraci¨®n y espanto en el seno de la sociedad espa?ola de ese momento. La ra¨ªz de este lenguaje era picassiana y abri¨® un camino mas tarde frecuentado, entre otros pintores, por Tamayo, Matta, Sutherland y Bacon.Constante en esta direcci¨®n y, a la vez, fiel a una serie de temas de la iconolog¨ªa ib¨¦rica negra, la obra de Barjola adquiri¨® solidez y es, desde hace unas d¨¦cadas, respetada por cr¨ªtica y p¨²blico de nuestro pa¨ªs. ?l, no obstante, no se resigna a ser simplemente reconocido como un episodio hist¨®rico, y resulta admirable su vitalidad pugnando por seguir no s¨®lo pintando, sino en la juvenil brega de las exposiciones peri¨®dicas. Esta que ahora se exhibe en la Fundaci¨®n Mapfre as¨ª lo demuestra, puesto que en ella se recoge casi un centenar de cuadros, la mayor parte de los cuales han sido pintados muy recientemente.
Juan Barjola
Fundaci¨®n Cultural Mapfre Vida. Avenida del General Per¨®n, 40. Madrid.Marzo-abril.
En este sentido, lo primero que hay que advertir es que no se trata de ninguna retrospectiva, sino de una ampl¨ªsima selecci¨®n de lo pintado por Barjola durante los ¨²ltimos tres o cuatro a?os, con algunas extensiones concretas a un pasado m¨¢s lejano, pero que, en ning¨²n caso, si no me equivoco, traspasa el l¨ªmite cronol¨®gico de fines de los setenta. Dadas estas caracter¨ªsticas, as¨ª como las del espacio disponible en las salas de Mapfre, creo que la muestra peca por un exceso de abigarramiento, que se hace seguramente m¨¢s ostensible por la crudeza e intensidad de los cuadros del pintor extreme?o.
En todo caso, ?qu¨¦ nos ofrece esta obra ¨²ltima de Barjola adem¨¢s de reflejar esa juvenil vitalidad de seguir en la brecha? Por lo pronto, el brillo ins¨®lito de una t¨¦cnica pict¨®rica tan esmerada como ya hace bastantes a?os no es dado ver ni aqu¨ª, sobre todo, cuando est¨¢ al servicio de unas maneras modernas y agrias, lo que a?ade al caso m¨¢s valor; luego, una incre¨ªble versatilidad de asuntos y situaciones, como si con la edad Barjola se hubiera liberado de servidumbres y considerara todo pintable, naturalmente dentro de ese repertorio del iberismo negro al que antes alud¨ªamos, pero al que afronta ya sin importarle organizar series o secuencias. Por lo dem¨¢s, en un pintor de tan pr¨®diga producci¨®n como Barjola, hay obras que sobresalen con br¨ªo entre otras, siempre de notable factura, pero m¨¢s rutinarias, lo que quiz¨¢ resulte m¨¢s dif¨ªcil de apreciar en esta muestra por haberse colgado demasiados cuadros.
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